Me encontraba frente al hospital de la ciudad, en Cambridge, Inglaterra. Era la primera vez que que pisaba un hospital, un lugar que siempre había evitado. No solo por mi desagrado a ellos, sino porque, desde pequeña, lo asociaba con el dolor y la pérdida. Sin embargo, aquí estaba, esperando noticias sobre el estado de salud de mi abuelo. Observaba a la gente entrar y salir. Cada segundo se volvía más pesado. La última vez que lo vi fue hace dos días.
A mi lado, en el asiento del copiloto, estaba mi prima Ale, con mi primo Enrique en brazos. Apenas tenía un año de edad, lloraba sin cesar, y Ale trataba de calmarlo, mientras que detrás de mí, Elsa, mi otra prima, sollozaba en silencio. Intenté consolarla, sin poder evitar que mi propia voz temblara al hablar. Llevábamos ya media hora esperando, atrapados en la incertidumbre.
— ¿No ha salido el doctor o mi tía? — Ale me miró, buscando respuestas en mi rostro.
— No, todavía no. Ni mi mamá ha salido. Tenemos que esperar. — No la miré cuando le respondí; mi mirada permaneció fija en la puerta del hospital.
— Han pasado 30 minutos, Isa. ¿Por qué no salen? — La desesperación era evidente en su tono, y aunque lo entendía, no podía hacer nada.
— ¡YA LO SÉ, ALE! — Mi voz se elevó, más fuerte de lo que hubiera querido. Ella me miró, sorprendida por el tono, pero no dijo nada. — Lo siento, estoy... — Traté de disculparme, pero ella me interrumpió.
— Te entiendo, Isa. Es solo que ha pasado mucho tiempo. — Tenía razón.
Mi abuelo había sido ingresado al hospital dos días antes, debido a que su saturación de oxígeno había caído peligrosamente. Los médicos lo estabilizaron y aseguraron que lo mantendrían en observación por unos días, para evitar complicaciones. Sin embargo, esa mañana, mi madre había llamado, con urgencia, pidiéndonos que fuéramos.
Fue entonces cuando vi salir a mi tía, Elizabeth, apoyada en la pared del hospital, como si estuviera luchando por mantenerse de pie. Algo en su postura me hizo sentir que las noticias no eran buenas. Salí del auto y traté de llamar a mi madre. No contestaba. Llamé una vez más, y otra, sin obtener respuesta.
No entendía por qué tenía un teléfono si no iba a contestar...
Decidí llamar a mi tía Beatriz. Me respondió al tercer tono.
— ¿Pasa algo? — Pregunté, intentando controlar la ansiedad que me controlaba. En lugar de palabras, solo escuché el sonido de su llanto. — ¿Triz, qué pasó?
— Mi pa... mi papá ya se fue... — Su voz se quebró por completo. Intentaba hablar, pero las palabras se ahogaban en su dolor.
No... esto no puede ser cierto...
— No... dime que es mentira. — Un nudo se formó en mi garganta, y mis ojos se llenaron de lágrimas. — Mi abuelo no...
— Mi papá ya falleció, Isa. — En ese momento, algo dentro de mí se apagó. La sensación de vacío fue instantánea.
Caí de rodillas frente al hospital. Mi visión se nubló por completo. Aunque escuchaba a Ale llamarme desde el auto, no podía moverme, como si mi cuerpo estuviera allí, pero yo me encontraba en otro lugar, desconectada de todo.
Sentí los brazos de Ale rodeándome, ayudándome a levantarme. Me condujo de vuelta al auto, con Enrique en brazos. Sus ojos, llenos de preocupación, buscaban una explicación a mi actitud, pero no pude darla. Las palabras se me escapaban.
— ¿Pasó algo? — Preguntó con voz temblorosa.
— Falleció... — Fueron las únicas palabras que pude pronunciar. El nudo en mi garganta hacía imposible decir algo más.
Ale no dijo nada más. Ella entendió perfectamente lo que acababa de decir. Elsa, en cambio, no.
— ¿Mi abuelo murió? — Preguntó Elsa, y Ale asintió, antes de que su rostro se viera invadido por el llanto.
¿Cómo podía ser posible? Hace solo dos días, él estaba bien. ¿Cómo pudo haber fallecido tan de repente? Sabía que su salud no era la mejor, que el cáncer lo había estado debilitando, pero jamás imaginé que la batalla se perdería tan pronto.
El dolor de la pérdida me invadió por completo, pero fue en ese instante cuando los recuerdos de mi infancia comenzaron a llenar mi mente.
Hace catorce años...
— ¿Qué estás haciendo, Isa? — Mi abuelo me miró, confundido, mientras yo colocaba una hoja y un bolígrafo sobre la mesa del comedor.
— Abuelito, traje esto para ti. — Señalé el papel. — Necesito que firmes esto, es importante.
— ¿Así? Vamos a ver qué dice este papel. — Observó con atención, y luego me miró, sonriendo.
— ¿Qué es, John? — Mi abuela nos observaba desde la cocina, mientras yo aguardaba la respuesta de mi abuelo.
— Nuestra nieta tiene una petición para mí. — Mi abuela se acercó, observó la hoja y me miró.
— Sé que no está bien escrito, pero hice lo mejor que pude.
Tenía solo 4 años. No esperaba que un niño a esa edad tuviera una caligrafía perfecta, pero lo intentaba.
— Está perfectamente escrito, Isa. — Mi abuelo sonrió, con los ojos visiblemente humedecidos por las lágrimas, que mi petición había causado.
— ¿En serio? —respondí, sorprendida. Mi abuelo asintió con la cabeza. — ¿Por qué lloras, abuelo? —pregunté, confundida al ver sus lágrimas.
— Porque esto es algo muy importante para mí, y mi respuesta es sí. — Me levantó en brazos, me sentó en la mesa y, con un beso en la frente, selló mi petición.
Fin del recuerdo.
Mi padre me había abandonado cuando tenía apenas 4 años, y por eso había escrito aquella hoja. Un "documento" en el que pedía que mi abuelo fuera mi padre, para siempre.
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Bueno eso es el primer capítulo, vuelvo a decir que no soy muy buena escribiendo y más si es de este tema, este libro estará basado en hechos reales, todos los personajes existen solo los nombres fueron cambiados por respeto a las personas.
Pido una disculpa de antemano por si hay faltas de ortografía o no se expresarme, soy nueva en este ámbito, acepto opiniones constructivas.
Vuelvo aclarar que el libro hablara de temas como: la pérdida de un ser querido, depresión, autolesiones, suicidio, entre otros.
Si alguien ha pasado por algo así o está pasando por esto y necesita hablar con alguien, aquí estoy para escucharlos, sé que es difícil por qué está historia es basada en mí.
con amore, demonia...
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𝑰𝒇 𝑾𝒆 𝑯𝒂𝒅 𝑭𝒊𝒗𝒆 𝑴𝒐𝒓𝒆 𝑴𝒊𝒏𝒖𝒕𝒆𝒔
General Fiction"No lloré cuando murió, ni en el funeral, no fue hasta la mañana siguiente, cuando entré en su cuarto y el olor de su perfume me invadió, cuando vi su cama sin hacer, su ropa en el suelo, sus pastillas sin tomar, cuando me di cuenta que nunca más la...