- Buenos amigos -

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No hacía mucho rato que Sunny había llegado a la zona comercial. Se sorprendió al ver todas las nuevas tiendas que habían instalado. Un gran arco de color rojo, con focos incrustados en el dintel, daba la bienvenida a una calle plagada de comercios, grandes y pequeños, que se extendía hasta donde alcanzara la vista. Se asemejaba al barrio de Chinatown, con tantos colores. También le recordaba a la feria de verano a la que iba de pequeño con su hermana. Por allí transitaban muchas personas que de vez en cuando se detenían a mirar los escaparates. Una mujer con pinta de oficinista le gritaba a su teléfono, molesta. Sus andares eran todo lo rápidos que sus tacones les permitían que fueran. Iba cargada de bolsas, tres en cada brazo. Al no darse cuenta de lo que tenía delante, chocó con el hombro de Sunny por accidente. «¡Ten cuidado por dónde vas, idiota!», le gritó al muchacho, descargando su enojo sobre él sin importarle lo más mínimo, y continuó su camino sin darse siquiera la vuelta. «Qué tipa tan estirada...», pensó. Un grupo de niños iban patinando por la acera, participando en una carrera que ellos mismos habían ideado. Algunos habían comprado algodón de azúcar, y se lo iban comiendo mientras exclamaban: «¡Yo voy ganando, sois unos lentos!».

Afortunadamente, Gino's pizza todavía estaba en el mismo lugar de siempre, en el mismo aparcamiento, así que no hubo problemas para encontrarlo. Al alzar la mirada hacia el letrero del restaurante, se quedó estupefacto. Había supuesto que al haber construido nuevos hostales alrededor, éstos le habrían hecho competencia, pero nada más lejos de la realidad. Cuando vio lo remodelada que estaba la fachada, no le cupo duda de que continuaba siendo un éxito. Ya no tenía ese toque rústico, ni ese aire acogedor y familiar. Ahora estaba adornado con luces neón, que se movían formando el dibujo de una pizza de pepperoni, con uno de sus trozos separado, moviéndose ligeramente de arriba a abajo y cambiando sus colores: de azul a verde, luego a morado y finalmente a rojo. A su lado, otro establecimiento llamó su atención: Hobbeez, que ya no se trataba de una mera tienda de tebeos y artículos de series animadas. Ahora, además, había sido ampliada y convertida en unas modernas recreativas. Decenas de adolescentes estaban jugando con las máquinas arcade. Un chico le señalaba a otro en la pantalla por dónde debía mover al personaje, apuntando con su dedo pringoso, cubierto del queso de los Cheetos que se estaba zampando. La música electrónica se escuchaba a todo volumen cada vez que las puertas automáticas se separaban. Si Hobbeez hubiera sido así cuando él era pequeño, todas las horas divertidas que pasó allí con sus amigos se habrían duplicado. En cuanto al supermercado de ultramarinos, ya no existía. Ahora, en su lugar, lo que había era un gimnasio. Una pizzería al lado de un gimnasio era una extraña combinación. Tras haber terminado de ojear todos los establecimientos, decidió tomar asiento en un banco que había cerca de los aparcamientos, y allí aguardaría la llegada de su compañero.

Eran ya pasadas las 16:15 de la tarde, y la persona con quien iba a reunirse todavía no daba señales de vida. Por suerte, Sunny era alguien paciente. Aunque estuviera preocupado o molesto por la tardanza, era capaz de esperar hasta la medianoche sin rechistar siquiera. No quiso mandar ningún mensaje que pudiese resultarle agobiante, o que le hiciese pensar que estaba desesperado. Ya que su compañero se había tomado la molestia de convocarlo y acordarse de él, a pesar de todo lo que sucedió la última vez que se vieron, no quería incomodarlo de ninguna manera. Se limitó a escuchar la melodía que interpretaba un hombre, aparentemente ciego, que tocaba una guitarra acústica frente a la pizzería, a fin de que le diesen algunas monedas. La música era algo que su psicólogo le había recomendado para apaciguar su mente cuando su ansiedad estallaba sin previo aviso: «No te preocupes, la música no te resultará dañina. Sé que estás pensando que, dado que el origen de aquel accidente se relaciona con ella, te despertará malos recuerdos. Pero eso no es cierto. Aunque pienses en todos aquellos eventos, si te encuentras escuchando alguna canción que te gusta, sentirás tus emociones fluir, como si se tratara del agua que lleva el caudal de un río: sin prisa, sin pausa, pero serena y regulada. Te garantizo, como profesional, que te ayudará a aliviar el estrés. En ocasiones, la música puede llegar a lugares tan profundos del corazón y la mente humanos que ni siquiera nosotros, como médicos, podemos aún explorar. Pese a mis conocimientos científicos no soy reacio a decir estas cosas, ni me da reparo admitir que el poder purificador de la música es casi como si se tratara de magia, Sunny. Aunque me consta que una persona afiliada a ella, como tú, no tendrá problemas en comprender mis palabras tarde o temprano». Y aquel hombre tuvo toda la razón. Si esperar significaba quedarse a escuchar la canción, no le importaba quedarse más tiempo. Gracias a esa sinfonía se sentía en paz al fin, y aunque recordaba constantemente lo que había presenciado en su antigua casa, ya no era tan intenso el sentimiento de culpa.

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