Pertenecer

3 0 0
                                    

Pertenecer sería más fácil, más normal, más lógico. Dejarse llevar por la corriente, dejarse llevar por la relatividad de los días, por lo corriente y superficial, por lo cotidiano y mundano, por la falta de solemnidad y el exceso de negligencia. Dejarse llevar por la aventura, por lo nuevo, por el error, por la falta de planificación y por el gusto casi intoxicante por la irresponsabilidad y la ligereza, por la levedad. Me acuerdo de los tiempos en que Kundera parecía ser el único que podía entenderme. Casi devoraba sus libros, queriendo sentirme libre, pero terminaba caóticamente sintiéndome prisionera de la "insoportable" levedad de mi ser que resultaba mas bien demasiado pesada para cargar, ya que en el mismo punto de inicio donde dejaba de ser, ese punto donde la gravedad perdía incluso sentido, parecía ser la misma fuente de donde brotaba lo necesario para pensar y estructurar, para concebir y casi idealizar lo que aún no se había construido, pero que parecía la promesa de llegar a una tierra donde por fin se pudieran casar, la paz y la felicidad y vivir eternamente en regocijo. Esa paz por supuesto, estaba muy lejos de la felicidad dentro del escenario de mi existencia, es mas, ni siquiera moraban en el mismo teatro donde no representaban ninguna obra juntas, porque de hecho ya ni se conocían. Habían pasado demasiados años desde la última vez que se vieron y ya casi no se reconocían. Eran indestructibles en compañía, pero en solitario, cada una parecía simplemente ni hablar la misma lengua de la otra. No coincidían, no se les permitía estar juntas, no se les permitió volverse a ver. Y de su separación, nació mi existencia. Tan amarga, tan melancólica, tan privada de la ilusión que alegra, que enaltece, que hasta te roba una sonrisa. Una existencia que parecía tan vaga, sin forma, sin sentido y con sentimientos a veces disruptivos, sentimientos anhelantes de querer pertenecer. Pertenecer a alguún lugar, pertenecer a alguna idea, pertenecerle en últimas a alguien. Pero no era posible, por más que lo intentaba el rechazo y la lejanía se hacían aún más intensas, más inminentes. El dantesco círculo vicioso de querer  romper el lazo que te ata, pero que amas con todas tus fuerzas y que no puedes repeler, porque sabes que si te sueltas del lazo, serás arrojado al espacio, donde no hay de donde sostenerse, donde no se puede pertenecer a nada porque nada hay y donde la gravedad ni el tiempo existen. Solo una silenciosa, oscura y eterna permanencia estancada que gira sobre sí misma y que es, solo es, al mismo tiempo que deja de ser a cada segundo de un tiempo que es relativo para todos.

En medio de ese centellante cielo, había tantas estrellas. Yo buscaba la mía. No la encontraba. Ya dudaba que alguna me perteneciera. Todo lo que tenía que ver conmigo parecía volar, parecía esfumarse porque nada de ello me pertenecía ya y ni siquiera se me permitiría intentarlo. En verdad, estaba ya muy cansada de haber querido volver a la fuente de origen y no conseguirlo. Rebotar contra todo una y otra vez, buscar aire y acabar ahogada. Buscar calor y terminar asándome. Buscar libertad, pero encontrar abandono. Buscar amor y encontrar vacío. Buscar en últimas, un vacío para estallar y darte cuenta que todo estaba ocupado...era para volver loco a cualquiera. No importaba hacia que dirección me dirigiese, nada era algo, algo no era todo y todo era absolutamente ¡nada! Un maldito laberinto inexistente, pero del que no hallaba la salida.¿Cómo salir de algo que no tiene puerta ni ventana, ni ingreso ni salida? Era para generar hasta rabia y ponerse a pensar, intentando adivinar, si acaso el hado me concederían al menos, justicia: perder la razón antes de perder la existencia, como quien cae por el agujero del conejo de Alicia pensando exactamente lo contrario: que va volando hacia las nubes, hacia arriba. Y soñar con que tu cuerpo permanecería incorrupto por toda la eternidad que fuera necesaria, como símbolo de equilibrio y hasta de un milagro, pero también como pregunta al universo, cuestionándole el propio vivir comparado con el morir y plantearle la instrucción de que es tiempo de que cada uno de ellos tenga su propio espacio en lugar de cohabitar en el mismo ser.

Los días pasaban solos, casi por inercia, mientras a mi me quedaban menos y menos días de vida. Cada día que pasaba no era un día más, era un día menos. Y lo sabía. Eso podría sonar reconfortante, pero era como nacer para morir asesinada cada 5 minutos. Se repetía y se repetía y no llevaba a nada más que a la mismísima repetición. Infinita. Cuánto podía soportar una mente humana tanta presión sobre sí misma antes de perderse en la completa y total huida de la razón...

Aún no lo sabía. Solo sentía pasar los días sin sentido, bajo la lluvia y el frío de las tardes, sí, ese incabable llover de las noches y de las mañanas. Mientras el agua corría hacia las cloacas, parte de mi cordura parecía irse también con ellas. Miraba pero no veía, oía pero no escuchaba, captaba pero no entendía. La mirada estaba totalmente perdida. Los pasos, sin destino. La mente, sin lucidez. El cuerpo, sin salud.  Todo se reducía a un punto, a un único punto. El terminar con mi existencia tan pero tan aborrecida por muchos y aburrida, dolorosa e insoportable para mí.  Qué importaba que ellos ganaran, qué importaba darles la razón y hacerlos felices con mi partida. La verdad era que ya ni eso importaba. La única gran interrogante de esta absoluto vacío lleno de grietas que hacía que el propio vacío se colara por sus propias grietas, era saber hacia dónde conduciría seguirlo.  Siempre quedaba la esperanza de que si los cálculos no fallaban, se podía llegar a ese lugar mágico, oculto, imperecedero donde por fin encontraría la paz y la felicidad. Como eran antes, cuando se conocían. Ya que su unión solo  tenía lugar en el pasado. El hermoso punto del pasado cuando todo era, justamente, paz y felicidad. Y pertenencia. Correspondencia. Reciprocidad. La fórmula tenía que ser exacta, matemática; no podía fallar. No podía variar ni en un milímetro. Era curioso darse cuenta de que la perdición total solo llegaría si terminaba llegando al lugar opuesto por error. Y daba pánico. Terror. Porque si había acaso algo peor que el presente era el maldecido futuro donde solo exisitieran numerosas copias del presente. Más de lo mismo. Encontrar 1 o encontrar -1, cuando lo que se quería era llegar al cero perfecto. Al final. A la inexistencia y la falta de vida completa, total y absoluta en su más fiel término. 

El no pertenecerWhere stories live. Discover now