Una maldición

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¡Qué lindo te ves ahí, Mi Nino! Con tu pelaje suave, tus ojos soñolientos, tu colita moviéndose de rato en rato, con la carita aplastada contra tu cojín. Dulce, tierno, inofensivo...un contraste bastante curioso si recuerdo la pelea gatuna que vi hace 3 días atrás, de la que saliste vencedor. Es tan diferente el mundo gatuno...todos los gatos peleando por la gatita que estaba en celo. El que peleó contigo, si que se llevó unos buenos arañazos. Lucía bastante maltrecho. En cambio tú, fuerte, robusto y decidido apenas y tienes un par de zarpazos. Qué envidia. Cuando te vi en semejante pelea con los de tu especie, por un momento me hiciste recordar tantas bregas que he tenido yo en mi vida. Con cuánta gente indeseable me he tenido que topar; gente mala, destructiva, oscuramente envidiosa, cruel, calculadora, fría, hipócrita e interesada. Es lo menos que puedo decir, porque en verdad me dañaron como si todos ellos fueran auténticos demonios. Bueno. No sé ni porqué lo digo de forma dubitativa. Son demonios, en su mayoría. Uno que otro, inmaduros totales. 

Corría el año en que hubo una gran cosecha de fresas. Todas las tiendas de la ciudad estaban llenas de fresas. Ese año, las calles lucían hermosas y alegres, con el rojo intenso de las fresas por doquier. Las calles mismas olían a fresas frescas, mermeladas, jugos, tartas de fresa y todo lo que con ellas se puede preparar. El policía comía fresas, la panadería vendía tantos dulces de fresas, la vecina chismosa no hablaba de otra cosa que no fueran las benditas fresas. Cada vez que me acercaba a la ventana, sólo veía fresas u oía a la gente hablar de ellas. Paradójicamente, las fresas tenían ese color sangre intenso que recordaba a la vida misma en su pleno esplendor. Sin embargo yo, sentía morir por dentro. Desangrada. Echada sobre la alfombra cometiendo el pecado de rogarle a Dios la muerte. Incrustada por una espada que medía metros y metros de largo. No, no era el zarpazo de un gato lo que recibí yo. Había sido atravesada por la espada de la traición y solo pensaba en los pocos momentos de lucidez que sentía en medio de la locura que invadía mi cerebro por el no poder aceptar ni querer ver que mi realidad era esa y no la idílica historia de amor que yo sola me inventé y me casi forcé a creer, sólo para no ver la espantosa realidad que vivía: una vez más, había elegido mal. Una vez, alguien había hecho pedazos mi corazón. Una vez más, le cerré la boca a mi sexto sentido que, desesperado, ya no sabía como darme más senales para advertirme. Casualidades, sueños, hallazgos inclusive. De todo. Y yo no quería ver más que mi hermosa fantasía. Yacía en esa alfombra donde me dejé caer al perder la fuerza en las piernas para seguir de pie ante el estupor de lo que había descubierto. La gravedad me hizo caer. Pero para mí, se sentía distinto. No era un cambio de posición. Era sentirse tremendamente pesada. Como haber caído del piso 70 de un edificio...

Nada tenía sentido. Ni yo, ni mi conciencia, ni mi no querer aceptar la realidad. Todo solo daba vueltas y podía sentir dolor incluso en lugares donde no sabía que podía doler. Pasé días así. Días alcoholizada, despertaba solo para volver a dormir. No soportaba despertar porque estar despierta iba a significar pensar, entender y analizar. Y no, no podía. Quería morir y al mismo tiempo no quería despertar para hacerlo. Para morir de una vez porque era una forma demasiado dolorosa de morir. Todos esperamos morir, creo, en nuestras camas de viejitos, tranquilos y rodeados de quienes nos aman y a quienes amamos. Pero no era mi caso. Yo simplemente, no estaba con el alma viva; pero no tenía el cuerpo muerto.

Era la maldición. La maldición de elegir de nuevo a la persona equivocada. Como comprar un florero donde colocar las más bellas flores que tienes y ver cómo en 2 días están todas marchitas, a pesar de que les pusiste agua y las cuidaste mucho...elegir la persona equivocada era poner en alguien todas tus expectativas pensando que era el "lugar" correcto donde ponerlas y...darte cuenta, de que las pusiste en un lugar equivocado. Absolutamente equivocado y ver cómo cada día tus expectativas e ilusiones iban muriendo minuto a minuto. Como si nunca hubieran existido, como si nunca hubieran estado ahí.

Nada tenía sentido, no entendía por qué repetía la historia. Por qué, de nuevo todo pasaba de nuevo. Era como andar en círculos. Revivir el laberinto del minotauro, pero en un laberinto de otro color. Esa era la única diferencia. Pedí vacaciones que no eran para vacacionar, sino para empezar a superar mi tormento. Intentar escapar de la tortura de mi mente que me castigaba por haber elegido mal. Recordar todo lo que viví y aceptar y procesar que era mentira. Que fuie mentira. Que toda esa dicha que sentí no era tal, que eran solo falsas ilusiones que no llevaban a ninguna parte. Como quien camina en un sendero cuyo fin solo es el abismo de la inefable realidad: no había futuro allí. No había nada, más que caer cuesta abajo hasta que llegaras al mismísimo suelo, te estrellaras y si sobrevivías, pues comenzar a caminar de nuevo para encontrar otra cumbre. Era demasiado dolor, era para enloquecer a cualquiera. Pasar mis "vacaciones" sin contar los días ni saber de las horas. Desconectar mi teléfono para no saber de nadie, para perder la noción del tiempo, para intentar engañarme y creer que todo era sólo una pesadilla de la que algún día alguien me despertaría. No entendía aún que la única que podía despertar de eso, era yo misma...

Como ves Mi Nino, lamer tus heridas en la pelea gatuna para sanarte, no funciona en el mundo humano. Yo no tenía como lamer las heridas en mi alma ni los cortes en mi piel cuando me fui de bruces por lo ebria que estaba y caí sobre la mesa y sobre el, vaya paradoja, florero de loza que adornaba la entrada y se hizo pedazos, cortándome el brazo y la pierna en plena intoxicación alcohólica. No sabría decirte que estaba más destruido en pedazos; si el florero o mi alma. No sabría decirte si salió mas sangre de mi cuerpo que agua del florero que se rompió. No sabría decirte si más marchito estaba mi corazón o las flores que cayeron. Solo sabía que esa maldita maldición, valga la redundancia, me había alcanzado por segunda vez. El añorar tanto hallar a alguien que me amara tanto como yo a esa persona, no llegaba. Por más que buscaba. Y lo peor es que hasta me sentía culpable por desear algo así para mí. Me preguntaba si la vida no me decía que me detuviera y que no buscara más una pareja pues quizá eso no estaba destinado para mí. Que jamás encontraría a quien amar tanto que me amase con la misma intensidad. Para eso no había nacido yo, así como para ganarse a la gatita de la pelea gatuna no nació el otro gato al que casi despellejaste. Al inicio todo parecía perfecto, solo para transformar el supuesto amor, entrega, lealtad, voluntad e incondicionalidad en olvido, indiferencia, traición, negligencia y egoísmo. Qué asco me daba, cuánta ira sentía...ya no podría decirte que más. Ni todas las palabras del mundo alcanzarían para describir mi sentir un segundo antes de terminar de perder por completo la cordura.

Dicen que de ilusiones no se vive. Y yo te digo que de desilusiones sí que se muere.

A mí, me tocaba autoresucitarme para increíblemente, seguir adelante. Tú no te rendiste hace unos días. Yo tampoco podía rendirme entonces.

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⏰ Last updated: Nov 17, 2023 ⏰

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