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Si existe algo más patético que un hombre intentando justificarse, es un hombre intentando ocultar las cosas.

Con los años, se supone que el género masculino debió aprender que cortar el flujo de pensamientos, cerrar la boca y darle la razón a su pareja, debía ser su vía de escape ante cualquier situación donde metieran la pata.

"No es lo que tú crees"

Error.

"No es como parece"

Error.

"Déjame explicarte"

Error, error, error.

Una mujer conoce de mentiras, las escuchamos en todo tipo de situaciones. Sabemos identificar miradas furtivas, gestos nerviosos y excusas baratas; conocemos del sexo masculino, tenemos muy encuentra su modus operanding y sabemos cuando hay algo raro. En los asuntos del corazón, una mujer nunca será tonta, aunque lo parezca.

Lo que es mi caso o al menos me creen lo suficientemente tonta como para pensar por un momento que no sé nada de lo que pasa a mí alrededor. A pesar de que siempre lo sé todo, siempre.

¿Los hombres que están bajo mi cargo tienen un grupo de mensajes donde solo hablan mal de mí? Lo se. ¿Mis socios desvían mis correos, solo porque no están de acuerdo con el hecho de que una mujer maneje la empresa y luego dicen ante la junta que yo no envié nada? Lo se. ¿Los miembros masculinos de mi familia discutieron con mi abuelo por darme la empresa y casi se humillaron ante el para que me la quitase? Lo se.

Aunque me entere "tarde", siempre lo sé y el cómo resolver ese tipo de asuntos, está en mi ADN. Se cómo adaptarme a las circunstancias cuando un hombre lo arruina, incluso cuando lo veo hacerse la víctima y tengo que escucharlo pedir perdón por una situación que sé que no siente, pero lamenta el que yo me haya enterado y ya no pueda seguir llevando esa doble vida.

Una llamada de un camarógrafo y un correo a una editorial fue mi manera de resolver el asunto que me mantiene pensativa: mi ligue está engañándome con su secretaria. Y no desde hace días, es desde hace varias semanas. Si no es lo suficientemente humillante, imagina enterarte en medio de una reunión porque están a punto de volverlo una exclusiva en una revista amarillista.

Me sentí ofendida. Ni siquiera valí lo suficiente para ese hombre, de otro modo no me hubiese engañado con su secretaria. Era un cliché esperando a pasar. La única vez que me atreví a ir a su empresa, los ojos de esa mujer gritaban algún tipo de amor mezclado con lujuria al ver a mi ahora exnovio.

Un completo cliché que debería tenerme devastada si no hubiese comenzado una relación más por estar aburrida, que por estar enamorada. Así que, aunque es un golpe directo a mi ego, me da igual.

Y aun así estoy aquí, sentada en este café tan elegante, escuchando como el hombre frente a mí se excusa de todas las formas posibles aun sabiendo que esta entre la espada y la pared. Este hombre que dice ser aún mi novio está aquí, intentando explicarme con lujo de detalle cómo en menos de cuarenta y ocho horas recapacitó y descubrió que yo era lo mejor que le había pasado en la vida.

Tal vez no sean las palabras exactas, pero es lo que yo entiendo.

—Dime algo. —Suplica cuando termino mi café en silencio, esperando a que termine de hablar.

— ¿Ya terminaste de decirme cuantas estrellas vas a bajarme si te doy otra oportunidad? —Le sonrío. — Además, ¿qué cosa esperas escuchar que no te haya dicho ya?

—Sahara, sé que cometí un error...

—Un error. —Saboreo las palabras. — Te abriste los pantalones y tuviste sexo consciente, con una persona que no era yo. ¿Eso es un error?

The Mind of SaharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora