Érase una vez, en un reino no muy lejano, un príncipe llamado Kang Yeosang, cuyo rostro y presencia estaban impregnados de una belleza tan irreal que parecía serculada de un sueño o de un cuento de hadas. Su atractivo era evidente para todos, y su carisma natural hacía que todos en el reino lo adoraran. Era el príncipe heredero, destinado a convertirse en el próximo monarca, y desde temprana edad había sido preparado para asumir el peso de su futuro papel. Cada día, su vida estaba regida por una rigurosa rutina: desde las primeras horas del amanecer hasta el último resplandor de la tarde, se le imponían lecciones interminables sobre el arte de gobernar, la diplomacia y el protocolo real.
Yeosang, a pesar de la admiración que suscitaba y el amor que recibía de sus súbditos, albergaba un sueño secreto que contrastaba enormemente con las expectativas que recaían sobre él. Lo que realmente deseaba no era la corona, ni el poder, ni el respeto que conllevaba ser un príncipe. Su verdadera pasión era el baile. Soñaba con danzar bajo las estrellas, con el viento acariciando su rostro y el ritmo de la música guiando sus pasos. Pero esa pasión era una llama que debía ocultar, pues su deber real le dejaba poco tiempo para los anhelos personales. Las extensas jornadas comenzaban a las seis de la mañana y se prolongaban hasta las siete de la tarde. Al caer la noche, tras una cena ligera, el príncipe se retiraba a sus aposentos a las nueve, donde se preparaba para el día siguiente.
A pesar de esta rutina agotadora, Yeosang mantenía un secreto que era su salvación. Cada noche, a las once en punto, cuando el palacio se sumía en el silencio de la oscuridad y los guardias estaban distraídos en sus rondas, el príncipe se escabullía de sus habitaciones. El proceso de escape requería una habilidad considerable: debía sortear pasillos interminables y evadir a los sirvientes que dormían en sus cuartos. Una vez fuera del palacio, se dirigía hacia un campo cercano, un lugar que había elegido como su refugio personal. Este campo, situado a cierta distancia del palacio, estaba bañado por la luz plateada de la luna y adornado con flores silvestres que se mecían suavemente al ritmo del viento nocturno.
En este lugar, Yeosang encontraba una libertad indescriptible. Era su pequeño rincón del mundo donde podía dejar de lado las rígidas expectativas de su vida real y entregarse completamente al arte del baile. Durante horas, el príncipe danzaba bajo el cielo estrellado, rodeado por el tenue resplandor de las luciérnagas y el canto suave de los grillos. La danza era su lenguaje, un medio para expresar sus emociones reprimidas y su anhelo por una vida diferente. Sus movimientos eran gráciles y fluidos, como si estuviera flotando en el aire. Cada paso, cada giro, era una manifestación de su deseo de ser libre, de vivir en un mundo donde pudiera ser simplemente Yeosang, el bailarín, y no el príncipe heredero.
Las noches pasaban en un suspiro para Yeosang, quien se sumergía tanto en su danza que perdía la noción del tiempo. Cuando la fatiga comenzaba a hacer mella en su cuerpo, el príncipe se recostaba contra el tronco de un viejo árbol, su corazón aún palpitante de la emoción que había experimentado. Allí, bajo la luz de la luna, esperaba a que los primeros rayos del alba aparecieran en el horizonte, señal de que debía regresar al palacio para cumplir con sus deberes.
Una noche, mientras Yeosang se entregaba a su danza, un sonido inesperado interrumpió su concentración. Un crujido, seguido de pasos apresurados, resonó en la calma nocturna. El príncipe, curioso y alerta, se detuvo en seco y se inclinó para escuchar mejor. El sonido parecía provenir de una dirección cercana, y Yeosang decidió investigar. Con pasos rápidos pero sigilosos, se dirigió hacia el origen del ruido. Sin embargo, el sonido se hizo más prominente, como si alguien estuviera corriendo a través del campo. La curiosidad y una sensación de inquietud lo impulsaron a apresurar el paso.
En el momento en que alcanzó la fuente del sonido, una figura humana apareció ante sus ojos. El príncipe, con el corazón latiendo con fuerza, persiguió a la figura hasta que, en un giro inesperado, cayó sobre el desconocido. Ambos cuerpos se encontraron enredados en el suelo, y Yeosang, aún recuperando el aliento, se levantó rápidamente, observando al joven que yacía bajo él. El extraño tenía una apariencia juvenil, y la voz que emergió de sus labios era clara y vibrante.
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Oh Bello Príncipe
FanfictionCuenta la leyenda que alguna vez existió un bello príncipe desconsolado que danzaba bajo la luz de la luna como si estuviera bailando con alguien. ➳ OneShot ➳ Jongsang ➳ Historia original