Las aves salen del nido

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Tarquin los recibió con un montón de soldados de Hybern atados por las manos y los pies, la mayoría de ellos mirando al suelo, moviendo los labios, otros tantos estaban con la vista y la frente en alto, como si no hubieran hecho nada malo. Feyre vio que le susurraba algo a uno de sus propios soldados y este avanzaba entre las filas hasta tomar a tres soldados al azar, arrastrándolos con la ayuda de unos cinco soldados.

Contempló en silencio cómo se los llevaban antes de que la mano de Tarquin se cerrara repentinamente en un puño y todos los soldados que quedaban empezaron a retorcerse como si estuvieran intentando nadar hacia la superficie. Apartó la mirada, apretando con más fuerza su hombro contra Rhysand, quien todavía estaba intentando recuperar la respiración. Esperaron un rato hasta que todos los soldados enemigos cayeron al suelo, recién entonces ganando la atención del Señor del Verano.

—Señor de la Noche —saludó con una inclinación de cabeza, lanzando una mirada curiosa hacia ella.

—Y Señora —logró decir Rhysand, haciendo que los ojos de Tarquin se ampliarán ligeramente antes de verla como si fuera la primera vez. Feyre hizo un gesto con la cabeza—. Esperamos no haber humillado a su gente, han luchado de forma admirable —añadió, intentando pararse recto por un instante.

—Agradezco el cumplido, pero debo admitir que sus tropas han hecho posible que no perdiera a todos mis soldados —dijo, mirando hacia donde empezaban a formarse tiendas de primeros auxilios—. ¿Qué desea la Corte de la Noche a cambio de la ayuda que me han prestado hoy?

—Nada más que buscar unión contra un enemigo común —intervino Feyre, mirando de reojo a Rhysand antes de seguir—. Si bien nuestras tierras están lejos de Hybern, no por ello deseamos que el resto de Prythian sea conquistada.

Tarquin los observó un momento de hito en hito, como si estuviera intentando de leer algo más allá de lo que estaban diciendo. Una vez más, sus ojos recorrieron el campo antes de asentir con la cabeza y ofrecerles un sitio donde descansar antes de que partieran de regreso.

Ambos agradecieron el gesto y Rhysand le dijo a Cassian que reuniera a los que quedaban para que descansaran y se atendieran las heridas lo mejor posible. En cuanto recibieron un asentimiento de su parte, siguieron, con los pies de él casi arrastrándose por el suelo, al anfitrión hasta un cuarto de invitados. Rhysand le dio las gracias y Feyre lo llevó hasta la enorme cama, donde él se desplomó y se quedó dormido en poco tiempo.

—Lamento la indiscreción e incomodidad que pueda causar, pero, ¿no es usted una de las hijas del Príncipe Mercader? —Feyre volvió la cabeza de inmediato, sintiéndose como si fuera una niña atrapada en medio de una travesura. Asintió, mirando con cautela al Señor del Verano, quien simplemente asintió con la cabeza, un gesto que era más para sí que otra cosa—. He oído poco de usted y sus hermanas desde que empezó lo de Amarantha —confesó, mirando a Rhysand. Feyre estaba lista para cubrirlo con su cuerpo si era necesario—. Los últimos rumores que me llegaron era que se habían desvanecido en el aire.

Feyre se rio ante el comentario.

—El negocio de nuestro padre no era el camino que teníamos para seguir —dijo al final, sentándose en la cama y tratando de mantener una postura relajada—. Hay otras cosas que nos permiten llegar a donde debemos y queremos estar —añadió, sintiendo que volvía a entrar en esa faceta que ya creía olvidada. Casi podía notar el hábito de ver cada gesto, cada reacción y no reacción, el cambio en la respiración, en los ojos y en la magia, lo que sea que le dijera cuáles eran las palabras correctas para que el sujeto frente a ella hiciera lo que ella quería que hiciera.

Tarquin asintió con su cabeza una vez más antes de murmurar una felicitación por la unión y se marchó, cerrando la puerta detrás de sí. Recién entonces Feyre se dejó soltar un suspiro de alivio, volviendo a ver a Rhysand, acariciando su cabello que apenas era dos dedos de largo. Lo escuchó suspirar y luego se acomodó mejor, dejando que las alas cayeran a sus costados, ocupando casi toda la cama. Una risa divertida bailoteó por los labios de ella antes de mirar hacia la ventana, donde el sol seguía ascendiendo en el cielo.

Una Guerra de Rosas y EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora