Capítulo 6

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LUNA


Observo de reojo a Guzmán, quien lee el diario con las cejas torcidas, y cambia de hoja con movimiento brusco, casi rasgándola. No podía evitar plantearme si, quizá en aquella reunión vecinal, había sucedido algún problema que ignoraba. Me limpio la garganta llamando su atención.

—¿Qué tal ha ido la reunión?

Entrecierra los ojos, al acecho. Barre su mirada de mis pies a mi coronilla, y después se gira nuevamente al diario.

—Bien —responde tajante.

—¿No hubo problemas entre vecinos?

—Nunca los hay.

Regreso a ordenar la cocina, dándome por vencida con la idea de sacarle alguna información sobre el porqué de su rostro furioso y sus movimientos abruptos. Secaba los platos cuando, sin mirarme, agrega:

—Solo un nuevo vecino. Un mocoso pendejo, demasiado alzado.

Mis músculos se tensan, rígidos. Mis dedos se detienen, presionando el plato que secaba con fuerza. Paso saliva con esfuerzo, porque inmediatamente sé, que habla del culogordo que vive en la casa de los techos triangulares. Me concentro en respirar con tranquilidad, serenándome para emitir palabra.

—¿Ha traído problemas? —pregunto sin mirarlo.

—No. Ni siquiera ha hablado, pero anda por ahí como si fuera un modelito con todas las vecinas. Sé identificar un problema cuando lo veo, y ese chico tarde que temprano va a desatar varios. Por su bien, que no intente acercarse a nosotros.

Observo el plato en mis manos, perdida en mi reflejo distorsionado sobre la porcelana, repitiendo en el pensamiento lo que Guzmán acababa de decir. Respiro a conciencia, una tras otra, hasta dentro y de lleno, intentando calmar la tensión, la culpa que me ahogaba. Porque si bien él no se había metido con nosotros, yo sí que lo había hecho. Joder, ¡que le he visto el culo!

Era inevitable considerar la muy alta posibilidad de que ese tema saliera a la luz pronto. ¿Qué pasaría si Guzmán se enterara de que me escapo por las noches para patinar por ahí? Y lo que es peor, para ver sin permiso por las ventanas de los vecinos. Que no lo he hecho a posta, pero no hay manera de disfrazar la situación: a una tía paseando despacio frente a tu ventana mientras tu andas en pelotas.

Sentía la frente perlada de sudor, solo de recordar la última vez que algo se había salido de los planes de Guzmán, de aquella situación en la que la regla no me vino más.

Acabé internada por una tremenda golpiza, con la mentira de que me había caído por las escaleras. ¿Cuántas veces podría decir esa mentira este desgraciado? ¿O cuántas veces yo podría sobrevivir a sus golpes?

Y no era mi supervivencia lo que me importaba, sino la de Hope. El hecho de que Guzmán me tuviera como su propio desahogo, evitaba que se desquitara con la niña, y si yo no aguantaba más, ¿qué pasaría? La simple idea me ponía enferma.

Tenía que buscarle una solución, y pronto.

Por más intenciones que tuve, fue imposible salir de casa por las siguientes noches. Guzmán estaba durmiendo inquieto, despertando a cada rato, y aunque la idea de que sus atrocidades lo torturaran en sueños me satisfacía, era jodidamente peligroso mover un dedo en esas circunstancias.

Fue hasta el siguiente viernes, que llegó alcoholizado y cayó sobre el colchón como una losa, pesado y abatido. Le di un par de horas, para asegurarme bien de que todo estaba en orden y salí rodando a prisa con el objetivo en mente.

Y aunque empecé el recorrido con decisión implacable, mientras más me acercaba a esa calle, más nerviosa me ponía. Las piernas me temblaban, y no precisamente por el esfuerzo al patinar. Alcancé a divisar el techo más alto, después la dichosa ventana, a oscuras, esa y todas las demás. Tantos nervios para que al final resulte, que este tío va a estar dormido como un tronco.

Las fases de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora