capítulo tres

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En el momento en que divisó el cartel de "Bienvenidos a Santa Rosa" afloraron diversos recuerdos de su niñez en ese pequeño pueblo. Recordaba sus años en la secundaria, su primer novio, sus amigos, las horas que pasaba en el invernadero de casa de sus padres. Sintió una gran nostalgia cuando en su plano visual apareció la costa de "Playa Rocosa" y su mente se aventuró al pasado, a los veranos interminables que pasaba con sus amigos y familiares en esas aguas azules. Como amaba darle pan duro a las gaviotas.
Hacía nueve años que no había estado allí, pero todo parecía estar en su correspondiente lugar.

Contemplaba la casa desde la acera de al frente, aún dudando de como hablar con sus padres cara a cara después de casi 9 años sin verse. Se decidió y entró por el camino de adoquines que se aventuraba en la entrada, rodeado de diversas plantas ornamentales realmente chulas. Recordó el día que jugaba con su amiga Teresa entre los arbustos de las rosas y de la nada salió un grito espantoso. Teresa se había clavado una enorme espina y fue corriendo en su ayuda. No paraba de llorar, de soltar chillidos escandalosos, haciendo que cada uno de los que pasaban por la calle de al frente miraran desconcertados. Presa de la desesperación y ansiosa por calmar a su amiga, agarró una rosa y la sujetó con toda la palma de la mano por el tallo, cayendo así al suelo unas gotas de su opaca sangre. Su amiga la miro un poco confundida y aterrada. Pero había dejado de chillar, olvidándose de su propio dolor y concentrándose en la increíble locura que había hecho. El dolor intenso que sentía en toda su mano había servido de algo.

Entro a su casa y para su sorpresa sus padres no se encontraban. Halló una nota de su madre diciendo que habían ido a hacer la compra para hacer una gran cena en honor a su regreso. Miro la nota y soltó un suspiro -genial, una gran cena-. Amaba a sus padres pero se vería en la penosa situación de exponerse a un gran interrogatorio personal y era lo que menos deseaba en ese momento. Vino para olvidar por unos días su vida en la gran ciudad. Pensaba visitar la playa y caminar dándole pan a las gaviotas, leer sus novelas en el invernadero en los días de calor, cosas que generalmente se hacían a solas. Nada de interacciones sociales que la pusieran a flor de piel. Siempre percibía cierto desorden a su alrededor y hablar con alguien tanto tiempo conllevaba a fijarse en cada detalle de su aspecto y siempre se ponía sumamente nerviosa si la persona con que charlaba tenía el pelo desordenado o una camisa mal planchada. Nunca decía nada ,claro, pero cada vez que acababa de dialogar con alguien tenía que tomar urgentemente un café para aliviar su dolor de cabeza. Eso fue precisamente lo que le gustó de Steban. Lo conoció en la parada del autobús, lo miró y tenía su pelo impecable y todo en su aspecto lucía en perfecto orden. Era, aunque no obsesivo, un hombre con bastante orden en su vida y eso la calmaba, el la calmaba.

Al pensar en la cena se dio cuenta de que tenía hambre y que un buen desayuno no le vendría mal. Recordó un CAFÉ que se encontraba al salir del pueblo, cogió las llaves de su coche antiguo y fue en camino. Cuando llego allí se sorprendió de lo que vió.

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⏰ Última actualización: Sep 08, 2023 ⏰

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