capítulo uno

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Cuando sientes que el destino te da señales de dejar de hacer lo que haces, pues es hora de parar. Cuando tu jefe es un capullo que se cree el centro del mundo y le da un ascenso a su hijo ,aún más capullo , en lugar de a ti, pues es hora de salir corriendo de allí y nunca regresar. No se puede correr el riesgo de convertirte en algo parecido a lo que es esa familia: una en la que son capullos todos, incluyendo a su señora. Esa mujer que te mira cada vez que viene a la oficina con cara de "cuando te acerques a mi marido te mato" y lo único que te da a pensar es "señora por dios, váyase a la mierda usted y su familia de capullos". La única persona capaz de soportar a su horrible jefe en una cama sería una señora como aquella, con un autoestima por los pies pero que hace lucir lo contrario, alguien que piensa que no puede estar con algo mejor que el jefe de investigadores de OFFICE CARD que se la pasa en su oficina bebiendo leche con café fría y con un pequeño ventilador que Stela siempre dudaba de si el aire le alcanzaba para refrescar su cara regordeta y su cuerpo aún más regordete.

El día que dejó de ignorar las señales fue a la oficina de su jefe y anunció su renuncia fugazmente y salió pitando de ahí, sin dar explicaciones ni pidiendo carta de recomendación. Se había esforzado mucho en las pruebas de aptitud para entrar en las oficinas de investigación de la policía, pero no le iba tan bien como esperaba. Llevaba 4 años ahí y solo había trabajado en 3 casos, dos liderados por otros compañeros ,ella siendo de muy poca utilidad , y uno liderado por ella pero se trataba de un robo en un apartamento de unas señoras ya mayores. El caso quedó cerrado dado la poca información y callejones sin salidas. Su estancia ahí había sido un fracaso y pensaba diariamente en las palabras de su padre cuando le decía que esa carrera estaba condenada, que sería mejor una maestra de literatura dado su gusto por la lectura. Pero su padre no se había dado cuenta que lo que ella leía eran precisamente policíacos y novelas de suspense, su pasión por la investigación de crímenes era desde muy pequeña, pero su padre se enfrascaba en que no era una carrera para mujeres, y menos para su hija que era incapaz de matar una indefensa cucaracha. Eludió todos sus comentarios y siguió con sus sueños, solo para pensar a los años que quizás su padre tenía razón.

Llegó a su apartamento ese día de su renuncia, prendió las luces y se encontró con el súper ordenado de su apartamento. Tenía cada cosa en su lugar y así se mantenía a toda hora, no había nada que le pusiera más nerviosa que el desorden. Había investigado una vez en internet sobre su comportamiento y se asemejaba mucho a un extraño TOC pero no se molestó en ir con un psicólogo a ver que pasaba, pues pensaba que ser ordenada no era para nada algo malo en su vida.
Puso los zapatos en su lugar habitual perfectamente organizado, su paraguas perfectamente cerrado y sujeto a su sujetabolsos detrás de la puerta y fue directo a la cocina por algo de café, lo necesitaba después de un largo día de pensar en si renunciar o no. Cogió su café y se disponía a sentarse en su cómodo sofá a terminar su novela " Diez negritos" de Agatah Christie y vio su cansado reflejo en el espejo del salón. Sus ojeras marcadas por horas extras en el trabajo, sus mechones de cabellos rubios cayendo en su cara, mojados por la lluvia, sus mejillas coloradas por el resfriado que se asomaba en su cara, y sus labios pequeños.
Se sentó plácidamente a terminar las últimas páginas de tal magistral obra y a comprobar de que su teoría del culpable era cierta.

Cuando termino, dejó el libro en su estantería llena de obras de suspenso y policíacos perfectamente acomodado. Se volvió a servir una taza de café y volvió a sentarse en el mueble. No tenía idea de que sería su vida ahora, que haría, como sobreviviría con sus ahorros hasta encontrar un nuevo trabajo. Miró a través de la ventana y apreció la fuerte llovizna que caía fuera. desde que desarrolló su dudoso TOC, la lluvia era el único desorden que no le causaba ansiedad. Las gotas callendo con su libre albedrío, la mezcla de sonidos fuertes y ligeros, tanto por la velocidad del aire como el sonido de las gotas al caer en cualquier superficie. Amaba ver como llovía, y era su momento de libertad , en el que todo está en perfecto desorden . Seguía hipnotizada mirando como las calles de Londres se mojaban que no oyó que su teléfono sonaba hasta el tercer momento en que este emitió un ruido. Dio un repingo y fue en busca de él. Vio que se trataba de su madre y enseguida lo supo. Lo mejor que se le ocurría era pasarse unos días en casa de sus padres en su pueblo natal.
Después de preguntar la una por la otra, saber cómo iban de salud, de contarle de que iba un tiempo a casa y de que su mamá hiciera su típica voz de emoción por tener su "niña pequeña" de vuelta, Stela cortó la llamada y se tiró un rato en el sofá y miro al techo hasta quedarse profundamente dormida.

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