Madame Dew Gené

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Era el ocaso y Madame Gené, como todas las tardes-noches, visitaba la extraña taberna al final de la calle principal del pequeño pueblo. Cualquiera podría extrañarse de aquel suceso. Madame Dew Gené era una dama grácil, tan delicada que parecía una flor del oasis más remoto. Su pálida piel contrastaba con los tonos cálidos de aquellas tierras. Era una dama hermosa, tanto que su silueta no parecía encajar en aquel arenoso pueblo. Para dar una mejor idea, el pueblo era tan viejo que las casas parecían caer con apenas un soplido de aire. Aún así, este pueblo había surgido por la necesidad de una zona de refugio y abastecimiento en medio del desierto. Sin duda alguna, su existencia le había salvado la vida a más de un centenar de vaqueros durante sus travesías.
Los rumores de la belleza de Madame Gené ganaron popularidad y el pueblo comenzó a tener cada vez más tráfico. Parecía que el simple hecho de mencionar la apariencia de Madame daba una mejor calificación al pueblo. La economía del pueblo se había beneficiado solo de la presencia de la bella Gené. Aunque no todo eran maravillas. A los tres meses del florecimiento turístico del pueblo, algunos viajeros fueron encontrados muertos en las cercanías de la calle principal. Algo común para esos terrenos, algún pleito entre ebrios o quizás algún estafador pillado. Pero no, no era así. Eran solo cadáveres secos, cual carne curtida. Los cadáveres eran turistas que tenían más de tres días de haber partido del pueblo, por lo que sería ilógico que volvieran al pueblo solo para morir secos. Aunque dos o tres muertos a la semana eran comunes, las razones de la muerte no importaban. Al final, en el viejo oeste, la gente moría con facilidad.
En una de esas veladas en las que Madame Gené visitaba la taberna a lo lejos se escucharon disparos. De inmediato, los presentes, sin pánico, tomaron sus armas y se dispusieron a esperar el ataque. El músico del lugar tomó delicadamente la mano de Madame y la resguardó tras la barra, el sitio más seguro. Los balazos cruzaron las destartaladas paredes, el licor fluía al suelo a través de las paredes. Los pueblerinos repelieron el ataque y pronto el bullicio cesó. El olor de la pólvora era penetrante, al igual que la sangre coagulada que brotaba de algunos hombres del lugar. Todos salieron a ver el resultado de la batalla. Era una pequeña caravana que había sido atacada por bandidos. Vaya suerte, el ocupante parecía haber sobrevivido. Así que contó su historia mientras le daban la bienvenida. Eran un maestro funerario, sí, esos que confeccionan ataúdes y tienen el pasatiempo de maquillar y vestir muertos. Un oficio muy mal remunerado, a excepción si los clientes eran de clase alta.
Cuando entró al lugar, sus ojos se fijaron inmediatamente en Madame Gené. El sujeto tembló y dio un brinco cómico. Sus labios temblaban susurrando cosas extrañas. Madame Gené lo miró y en cuanto lo identificó, su bello rostro mostró disgusto. Parecía que estos dos se conocían, aunque no parecía ser grato el encuentro. En un santiamén, el Funerario salió del lugar, tomó su pequeña caravana y se marchó, no sin antes gritar sonoramente a la salida del pueblo.
— ¡No tienen idea! ¡No tienen idea de a quién han dejado entrar a este pueblo! ¡La perdición! ¡Al demonio!
Todos los pueblerinos se sorprendieron y miraron con mayor curiosidad a Madame Gené, quien estaba furiosa. Sus tiernos ojos se enrojecieron y salió corriendo del lugar. Pasaron tres días y la ausencia de la belleza de Gené ya había causado síndrome de abstinencia en los pueblerinos. Incluso las mujeres se notaban molestas. Incluso el turismo cesó, incluso los muertos dejaron de aparecer. Pero no importaba, mientras Gené estuviera en el pueblo, aún había esperanza de verla al anochecer.
Al quinto día, por la noche, llegó un extraño jinete. Merodeó por la pequeña ciudad. Los residentes notaron su vigorosa presencia. ¡Qué porte era aquel! Si Gené era un sutil brillo de luna, este jinete era una sensual oscuridad. Después de terminar el recorrido, desmontó frente a la taberna. Al entrar, no se anduvo con rodeos y de inmediato preguntó:
— Me han dicho que aquí hay una joven dama de belleza demoníaca. ¿Dónde está?
Los hombres de la taberna lo miraron con resentimiento y en un santiamén se arrojaron contra el jinete. Los disparos resonaron desde atrás de la barra, el humo de la pólvora nubló el cerrado lugar. Al bajar el humo, el jinete seguía de pie y todos los hombres que lo habían atacado estaban partidos por la mitad. La sangre no fluía, estaba coagulada.
— ¡Tsk! ¡Estúpida Gené! Tenías que venir a este sitio plagado de estúpidos vampiros solares.
Los vampiros solares eran la más extraña mutación de esta raza. Su característica era que podían vivir sin ningún problema bajo la luz solar y su alimentación no era tan demandante. Además, por las noches parecían permanecer en ayuno, por lo que en las noches eran tan indefensos como humanos cualquiera.
Estos datos eran de conocimiento de Dew, hija del más famoso cazavampiros del continente. Todos sabían que Lord Gené era terriblemente sobreprotector con su bella hija. El mínimo rasguño y la ciudad entera perecería ante la ira de Lord Gené. Así que la mantendría siempre en su ostentosa mansión, resguardándola por siempre. Esto hasta que Dew Gené miró a Croiss, un prominente joven cazador y aquel jinete misterioso, del cual quedó totalmente enamorada.
Tanto así, como para huir de su hogar y refugiarse en un pueblo plagado de vampiros solares, solo esperando la llegada de Croiss para ser rescatada por él.
Croiss salió del destartalado lugar, parecía fastidiado, hasta que un ligero crujido lo alertó, de inmediato desenvaino su espada y justo cuando estaba dispuesto a cortar la misteriosa silueta, se detuvo en seco:
— ¡Por fin estás aquí! Me alegra que llegaras antes que mi padre, no me queda mucho tiempo...
Croiss dio una sonrisa disimulada, la tomó en brazos y en un santiamén, ambos cabalgaron en medio de la noche, huyendo de un ser mucho más tenebroso que los que habitaban el viejo pueblo.

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⏰ Última actualización: Sep 08, 2023 ⏰

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