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Cuando tengas dudas, di la verdad.
—Mark Twain
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Tres de los hermanos Hargreeves se encontraban en lo que se podía considerar como el departamento de Diego. Este no había vuelto desde hace unas algunas horas, pero a ninguno de los presentes le importó. Los tres estaban despiertos.
El silencio reinaba en la habitación. Cinco miraba a Maia y las historia que la chica contó mientras él se hacia el dormido cayó como una daga en su corazón. Las cosas eran diferentes porque la chica no recordaba los mejores momentos que había tenido. Se sentía un idiota por no haberse dado cuenta de que aquello había pasado y de que su chica sufría.
Tomó la mano de Maia y la apretón con fuerza. Luther miró esa acción y sonrío. Algo le decía que aquello solo era el comienzo de algo más bonito y duradero. El chico se aclaró la garganta y los otros dos voltearon a mirarlo, tal parecía que iba a empezar a relatar su historia.
—Después de que Maia me alentara a seguir mi viaje en el tiempo, me fui confiado —comenzó. Maia apretó más la mano del chico—. Las cosas salieron bien la primera vez y la segunda. La tercera fue cuando todo se complicó.
Cinco comenzó a relatar todo. Desde la primera vez que llegó al fin del mundo hasta que la encargada lo reclutó. Nos habló de su trabajo en la Comisión, de los asesinatos que tuvo que cometer con la esperanza de poder volver algún día a su línea temporal correcta y arreglar el desastre que iba a ocurrir en unos días.
Maia trataba de procesar todas y cada una de las palabras del chico. Era algo difícil, teniendo en cuenta que sus recuerdos estaban perdidos y su mente iba mucho más lenta al momento de entender de que estaba hablando. Cinco se detuvo las veces necesarias para contestar las preguntas de su chica.
» No iba a dejarla sufrir sola nunca más.
—¿Cuándo dijiste que será el fin del mundo? —volvió a preguntar Luther. Cinco le dedicó una mirada cansada.
—No puedo darte la hora exacta, pero por lo que deduje de mis ecuaciones —dijo mientras retenía aire—, nos quedan cuatro días.
—¿Y por qué no lo mencionaste antes? —se quejó el grandote. Maia alzó una ceja.