XIII

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Pov Samantha

No aparté la mirada de mi escritorio cuando
Rocio irrumpió en mi oficina, y tampoco cuando me fulminó con la mirada.

-Samantha, amiga, ¿qué diablos sucede contigo?

Levanté una ceja, pero seguí sin mirarla.

-Hace ya un mes que volviste de Isla
Anne.

-Tres semanas

-Tres semanas, como sea. Samantha, desde que volviste de allí, pareces uno de los zombies de The Walking Dead.

Oh, Chio y su obsesión con The Walking Dead. Elevé una de las comisuras de mi boca, en un amago de sonrisa.

-Soy mucho más guapa que cualquiera
de esos zombies.

Chio rodó los ojos.

-Pareces una adolescente de 15 años a quien su novia abandonó. Vete por ahí con una de tus tantas muchachas, diviértete, iSal de aquí, por todos los cielos!

Me recosté sobre el sillón, elevando la mirada hacia mi amiga.

-Estoy jodida, Chio...

Me dedicó una sonrisa sarcástica.

-Todos lo estamos, amiga.

Iba a agregar algo más, pero el teléfono de la oficina lo detuvo. Frunció el ceño.

-¿Quien te llamaría a tu oficina de
París? Nadie sabe que estás aquí.

Encogí mi hombro derecho, desinteresado y levanté el tubo.

-Rivera - respondí al teléfono.
Plaza René Viviani, veinte minutos.
Aparece Rivera, o tu morena la pasará realmente mal - la comunicación se cortó.

Elevé mi rostro hacia Rocio, pálida.

-¿Y? - me pregunto.

-Debemos ir a la plaza René Viviani en veinte minutos.

-¿Ah? - Rocio frunció el ceño mirándome confundida cuando tomé mi chaqueta y salí de la oficina casi trotando.

-¿Quién mierda era?

-No lo sé

-No iremos a ningún maldito lugar si no sabemos quién te llamó - espetó parándose
frente a mí.

-Dijeron que Abril lo pasaría realmente mal si no voy, Chio. Apártate de mi camino - la esquivé, caminando hacia mi Volvo a toda velocidad, con ella siguiéndome los pasos, visiblemente frustrada.

-Aunque sea déjame llamar a refuerzos.

-Haz lo que se te dé la gana - murmuré, cerrando la puerta de un portazo.

Rocio se apresuró a sentarse en el asiento del copiloto, y alcanzó a cerrar la puerta un segundo antes de que me uniera al tráfico a toda velocidad.

Abril. Oh, mierda, ¿por qué la había dejado irse? ¿por qué con ella?

Me tragué el nudo que me rodeó la garganta a duras penas.

Si la tenían... Si le habían hecho algún daño...
Los asesinaría a todos.

-Llama a Londres, a quien sea. Si todavía no la tienen, quizás estemos a tiempo.

Rocio asintió, sacando su teléfono celular.

-¿Qué hacemos con ella?

- La traemos aquí.

-¿Y si no quiere?

-La secuestramos.

Aquí vamos de nuevo...

Cinco minutos más tarde, aparqué el Volvo a un costado del pequeño parque René Viviani.
Son las siete de la noche, y el lugar ya se encuentra desierto.

SUYA-RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora