Capítulo 1

90 6 0
                                    

Capítulo 1

Romina

Esta vida de mierda me había pagado tan mal, que muchas veces, como hoy, solo deseaba desaparecer. Tomé una gran bocanada de aire y me solté el cabello antes de dejarme caer sobre el viejo sofá. El apartamento era pequeño, pero al menos vivíamos con decencia. Era lo mínimo que nos merecíamos.

—No te lo puedo creer —se quejó Aaron incrédulo—. Tercer trabajo del mes donde te despiden, Romina, necesitas dejar ese carácter de mierda o vas a hacer que regresemos a vivir en las calles.

Subí los pies al sofá, no podía negarlo, últimamente si tenía un carácter de mierda, pero estaba harta de que siempre todo el mundo intentara aprovecharse de mí.

—No es mi culpa —aclaré molesta—. Estoy harta, lo juro, al próximo que intente ponerme una mano encima, le daré una patada en los huevos.

Aaron puso los ojos en blanco, sabía que su paciencia iba acabando día tras día por mi forma de ser, pero el tonto me quería tanto, que siempre terminaba soportando mis estupideces. Nos conocíamos desde hacía algunos años cuando ambos buscábamos comida en los albergues para personas en situación de calle. Fue un punto bajo en nuestras vidas, pero logramos superarlo juntos y nos convertimos en lo que éramos hoy en día, en los mejores amigos del mundo.

—Y no puedo seguir ayudándote a conseguir trabajo —aclaró molesto—. Me estás haciendo quedar mal con Mauro.

Era mesero y en algunas ocasiones, como hoy, lo acompañaba cuando les hacía falta personal. Todo había marchado de maravilla, lo prometo, hasta que uno de los clientes azotó mi trasero con una de sus asquerosas manos. Le terminé tirando las bebidas encima a propósito.

Mi mejor amigo se terminó sentando a mi lado derrotado al igual que yo. Él era la clase de persona que siempre, siempre, siempre, buscaba ayudar a los demás. Estiró mi brazo y dejó caer mi mano sobre su cabeza, lo moví un poco entre mis dedos y jugué con él mientras lo veía risueña. Me daba gracia verlo molesto.

—Perdón —terminé por decir un poco arrepentida—. Prometo que no va a volver a suceder, lo que menos quiero es que tengas problemas por mi culpa.

Recargó su cabeza sobre mi hombro y me dedicó la última mirada de enojo que sabía que me dedicaría en toda la noche.

—¿Te acuerdas de aquella tarde cuando tuvimos que escabullirnos en uno de los almacenes del centro para no pasar la noche fuera? —preguntó curioso un par de segundos después—. Mierda, hacía tanto frío que tuvimos que tomar uno de los manteles de las mesas para cubrirnos —recordó con nostalgia.

Claro que me acordaba y a la perfección, pero para ser sincera, prefería olvidar aquella parte de mi vida. A los dieciséis había tenido que huir de casa dos meses después del fallecimiento de mi padre. Un infarto letal en el corazón a sus cuarenta y siete años. Llevaba tres meses de casado con Lorena, una mujer que había conocido en una casa de apuestas que no había hecho más que gastarse el dinero que mi padre, con mucho esfuerzo, había ganado en vida, en drogas. Metía a hombres distintos todas las noches a casa y no respetaba ni por un segundo el luto por el que yo estaba viviendo. Todo se fue al carajo cuando una noche antes de huir, me levanté en la madrugada por un vaso de agua y el desconocido de turno que se encontraba en casa intentó aprovecharse de mí. Grité tanto y tan fuerte, que Lorena logró despertar y al ver lo que pasaba, lo único que salió de su boca fue «cien dólares y es tuya» aquella noche supe que sería mi última. A la mañana siguiente aproveché que Lorena estaba dormida para robarle todo el efectivo que llevaba en su bolso, guardé lo indispensable en una mochila y me fuí. Jamás volví a mirar atrás.

Entre sombras y recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora