Capitulo IX

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Es posible que siempre me están pasando momentos vergonzosos y nunca llegan a ser tan graves, puesto que son cosas como que me caigo de una silla, que quedó encerrada en un baño o hasta rompo una pancarta; pero sin duda este se lleva el premio al momento más vergonzoso de toda mi vida.

Después de la actividad en el parque extremo, buscamos un restaurante en el cual almorzar y cometí la estupidez más grande de toda mi vida. Tenía a David y Mike a cada lado de mi costado y se supone que tenía suficiente espacio para levantarme, y cuando me dispuse a ir al baño no me di cuenta de que el mesero se encuentra detrás de mi silla y como buena persona miope terminé ocasionado que algunas bebidas cayeran sobre Mike; por supuesto los vasos se rompieron en mil pedacitos.

¡Nunca en la vida había sentido tanta pena! Hasta ese momento. Me disculpé y salí corriendo del lugar después de pagar por los vasos rotos, no logre ni comer por la vergüenza.

Así que ahora estoy en mi habitación con hambre a la espera de realizar la última actividad del día; visitar la reserva de Monteverde, un precioso bosque nublado y perfecto para apreciar aves.

—Alexia, ¡¡mueve ese maldito trasero!!—Gritó María desde afuera.

Me levanté de la cama cambiando los zapatos si no deseaba volver con chocolate en los pies y salí corriendo de la habitación con botella de agua en mano.

—Dios, que tanto tardas—se quejó María—Solo faltamos nosotros los demás ya se fueron.

—Lo siento, estaba terminando de vestirme— alegué.

—Ya que, camina Mike, nos espera.

Mike no parecía desesperado por irse, todo lo contrario, estaba sentado sobre una piedra bastante relajado y se había cambiado la ropa. Una camisa de mangas cortas y un pantalón negro; y así mismo divisé un collar enredado en su mano; un cisne en forma de corazón. Es parecida a la mía.

La busqué en mi cuello, pero no la llevaba. ¿Desde cuándo no la llevaba?

—Lo siento, Alexia no se apuraba—comentó María subiendo al auto en la parte trasera.

—Está bien, ya podemos irnos—Mike se levantó de donde estaba y se detuvo en la puerta del piloto—Lexi, ¿subes?

—Sí, ya voy —dije, aun observando esa cadeneta en su mano.

Durante el camino no despegué mi vista de su mano, esa era mi collar, pero la cuestión era cómo había llegado a manos de Mike, no recuerdo haberme regalado. ¡Es un ladrón! Se ha robado mi celular, mis pensamientos y ahora mi cadena. ¿Qué más me va a robar?

Nos robará a nosotras.

¡Con una vaina! Necesito callar mi conciencia, solamente me hace un arroz con mago y no ayuda a mi poca razonabilidad.

Mi tonto amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora