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Leila corría despavorida, su respiración era anormal, su cuerpo le dolía de una manera inhumana. En lo más profundo de su ser sentía que debía de escapar, pero no estaba segura de qué o de quién, lo único que sabía era que tenía que hacerlo y pronto.

— Leila, ¿Dónde estás pequeña? —escuchó como la voz de Nico la llamaba.

Detuvo su andar y observo sus alrededores, estaba en el bosque, pero no recordaba el haber caminado hasta ahí. Levanto su mano derecha y la posó con miedo sobre sus labios; encontrados con ellos sin grietas y en un estado impecable.

— Leila, linda, no intentes ponerme a prueba y deja de pensar en marcharte, porque ya no puedes escapar de este lugar. Ahora eres mía, te tengo en mis manos y no tienes ni la mínima idea de cuánto he preparado este momento para ti, especial y únicamente para ti —la voz del chico cada vez se escuchaba más fuerte, prácticamente parecía estar ahí y eso la altero; causando que su corazón comenzará a latir con fuerza y que el deseo de escapar se convertirá en su próxima acción. —Cariño, estas dentro de mi mundo, así que no importa nada, porque estas atrapada para siempre en este lugar. Esta pesadilla nunca parara de repetirse, te devoraré de maneras inimaginables, mientras que ahí afuera solo serás una linda muñeca; la cual solo me puede mirar a mí. —El silencio reino por un momento, la pelirroja se había escondido y oía atentamente las palabras que iban saliendo de la boca de su supuesto amigo. —Te atrape —soltó tomando por ambos brazos a la chica y apretándola contra el pino en el cual se encontraba apoyada.

—Por favor, déjame ir, por favor —suplico con la voz entre cortada.

Nico se acercó a Leila y pasó su lengua por la mejilla izquierda de la chica, limpiando las lágrimas que corrían por ella. La de ojos verde esmeralda sollozo fuertemente, mientras el contrario dejaba, ahora, un beso sombre la mejilla y luego bajo, bajo hasta llegar al cuello de ella y lo mordió sin aviso; causando que la gemela gritara de horror y temblara de miedo.

—No pongas esa cara tan patética, amor, solo es un sueño —le susurro en el oído cuando se apartó del costado izquierdo del cuello ajeno.

Tal cual lo había dicho el chico, todo volvió a repetirse y él siempre la atrapaba. No importaba que tan lejos corriera, él la alcanzaba y cada vez mordía una parte diferente de su cuerpo, sin importarle si estuviera cubierta o no por las ropas que llevaba.

Luego de la décima vez que esa pesadilla se repitió noto algo diferente, algo distinto; niebla. La niebla había comenzado a aparecer dentro de ese mundo de sueños que más que ser un sueño, era una pesadilla.

Recordó las palabras del pelinegro fuera de ese lugar, pero no estaba segura -cien por ciento- de que estas fueran verdad, pero no perdía nada en intentar. Al momento que lo escuchó habla corrió, corrió como si el diablo estuviera tras de ella y se internó en la niebla. Si él le tenía miedo a lo que sea que había en ella, debía de esconderse en su interior y encontrar la manera de escapar de ese lugar, tenía que correr y esconderse, sin importar lo que le sucediera, debía, no, tenía que salir de ahí y buscar lo que en un principio buscaba; su hermana.

Luego de un momento escucho al chico de piel pálida llamarla, este gritaba con desesperación su nombre, provocando que el corazón de la pelirroja latiera más rápido que el andar de un auto de carreras.

— Leila, maldita sea, ven en este maldito instante o te arrepentirás el resto de tu vida —le escuchó gritar con más fuerza que antes.

La mencionada asomo su cabeza por el costado de un cedro y forzó su vista para poder observar en donde se encontraba el chico de cabello oscuro. A lo lejos, cerca del lugar en donde la había arrinconado por última vez, estaba él, quieto, mirando con desesperación y enfado hacía todos lados.

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