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Leandro supo que su amistad iba a verse súper afectada si le hablaba a Rodrigo sobre sus sentimientos. Rodrigo es alguien... particular. Anduvo con muchas chicas y siempre termina mal, decepcionado porque sus relaciones no funcionan. Leandro no quiere que su mejor amigo se aleje de él si se entera que es gay y que, encima, está perdidamente enamorado de él.

O sea, sabe que no va a alejarse de él porque es gay, sino porque le gusta. Rodrigo no sabe sobrellevar mucho los sentimientos románticos, siente mucho algo que es pequeño y poco algo que es grande, como restándole importancia para que no se preocupen por él. Además, está el tema de que se conocen hace diez años. Leandro no quiere arruinar la increíble amistad que tanto tiempo les costó formar.

Leandro estaba enamorado de Rodrigo desde hace años, pero no puede decir exactamente cuándo se dio cuenta de sus sentimientos. Capaz fue la vez que a los 13 años estaban jugando con las bombuchas y las mangueras en el patio de su casa y Rodrigo se le tiró encima y comenzó a hacerle cosquillas para después darle un sonoro beso en el cachete. O capaz fue aquella vez, a los 14, que salieron a tomar una coca a la vereda y estuvieron hasta las tres de la mañana sentados y hablando, mientras acariciaban al gato gordo del vecino. Buscó entre los cajones de su mente todos los momentos lindos que vivió junto a Rodrigo y se dio cuenta de que, al parecer, estuvo enamorado de su mejor amigo desde que se conocieron. Porque nunca había conocido a un chico tan dulce, bonito y gracioso como él. Nunca conoció a un chico que no temía mostrarse tal cual es ni un chico que lo defienda de los chicos malos de secundaria en quinto grado.

Capaz siempre estuvo enamorado de Rodrigo y recién ahora, que es más grande, se dio cuenta.

Ahora, se encontraba en el instituto mirando fijamente el perfil de su mejor amigo. Estaba acostado sobre la mesa con la cabeza encima de sus brazos, ignorando totalmente lo que decía la profesora de mierda de filosofía. No le gusta la filosofía. No le gusta pensar, analizar, cuestionar ni observar lo que propone la profesora. Pero sí le gusta pensar en Rodrigo. Analizar el comportamiento de Rodrigo. Cuestionar por qué Rodrigo no lo ama como él lo ama y observar la linda cara de Rodrigo. Su nariz recta, sus pómulos un poco sonrojados por el calor del aula, su cuello que le encantaría llenar de chupones, sus ojos que transmiten tanto y sus labios rojos que lo invitan a agarrarlo por la corbata del instituto y acercarlo a él, para besarlo como siempre quiso.

Leandro se permitió fantasear un rato más hasta que sintió un toque en su pierna. Miró a de Paul y sonrió.

—Presta atención, gordo.— dijo Rodrigo, con su voz rasposa por no haber hablado desde que llegó al colegio.

—Estoy mirando cosas más importantes que lo que escribe la vieja chota esta.— contestó el rubio, sonriendo de lado.

—Deja de mirar a la boluda de Rocío y presta atención.— replicó el morocho, frunciendo el ceño.

Leandro sonrió y volvió a apreciar a su mejor amigo cuando se dio la vuelta y miró al frente de nuevo. Odiaba amarlo. Lo odiaba a él por ser tan... él. Si Rodrigo fuera menos Rodrigo, capaz Leandro no estaría tan flechado. Capaz Leandro no estaría pensando seriamente en arrancarse el corazón y entregárselo con un ramo de flores.

El ojiclaro suspiró cansado y comenzó a intentar prestar atención, para ignorar sus sentimientos por el hombre a su lado.

~~

Al salir de la escuela, Rodrigo le propuso ir por un helado. Leandro obviamente aceptó y fueron a la heladera más cercana, la de Don Checho.

—¿Cómo te vas a pedir ese gusto, forro?— preguntó Rodrigo cuando ya estaban con sus helados volviendo a la casa del rubio.—Tenés las papilas gustativas en el culo.

¿vos? [rodrilean]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora