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"Bendita sea la matriz que con cariño te moldeo para ser el másdistinguido. Poder tenerte mi querido niño, Sería el mejor regalo que pude haber adquirido."
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El dolor en su muñeca seguía doliendo incluso cuando ya tenía tiempo con un trapo húmedo alrededorde este. Julie se acomodo en el sillón rojo con cojines azules de la sala. El aroma de la madera siendo prisionera de la neblina del bosque ya era algo acostumbrado a sus fosas nasales. Al principio podía ser algo tedioso tener que soportar el clima húmedo y helado del bosque, pero eso ya no era un problema para ella. Dejo de preocuparse por el clima desde hace mucho tiempo.
Cerró los ojos con un poco de irritación y fatiga mientras se dejaba abrazar por las cómodos cojines. Ya pasó un rato desde que su esposo e hijo salieron de casa para ir al pueblo. Solo esperaba con todo su ser que las cosas salieran bien como siempre. Pero tenía un mal presentimiento, pero ya no podía hacer nada. Apretó su pecho con su mano libre intentando respirar por una horrible presión en este. Era tan lamentable, tener que quedarse quieta mientras las cosas pasan a tu alrededor ¿es sofocante verdad?.
Miró alrededor de la sala buscando algún alivio, encontrándose con un retrato pequeño de ella. Acercando un poco más su mirada vio con más detalle su enorme sonrisa sonrojada rodeada de hermosos pétalos de colores. Se veía tan joven con ese vestido blanco con tirantes que alguna vez llegó a utilizar, y era algo curioso por que ya no sabía dónde lo había puesto. Pero pudo recordar el momento en donde su amado pintor le regalo la pintura en una cálida mañana.
Ese fue un bello momento sin dudar, los primero meses de conocerse eran perfectos, difíciles de arrancar de su alma. Pero de un momento a otro cambiaron las cosas. No sabe cuando ni como, y tampoco le gustaría recordar eso. Solo tenía que agradecer que aún podía estar con él, aunque la hubiera alejado de su familia no importaba, solo debería estar con el como siempre lo dice . . .
Que tonterías.
Julie se enderezó de susto cuando tocaron a la puerta con suaves toques. Se le quedó mirando unos instantes para luego pararse y caminar hacia la entrada. Miró por el seguro, dejando salir un jadeo de alivio cuando vio quien estaba al otro lado de la puerta. Sin perder el tiempo la habrío tan rápido como pudo, encontrándose con la angustiada y preocupada mirada del azabeche.
