Capítulo 4: Dale Una Oportunidad

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—¡Ah! Cierto, ¿qué tal la cita del domingo?


La mano de Welt se quedó estática sobre la tableta gráfica cuando Marzo preguntó aquello. Una vez alzó la mirada, vio cómo estaba sonriendo culpablemente tras su máscara de oxígeno. Su rostro lucía más animado que la primera vez que la vio así.


No había sacado el tema el día anterior, así que le resultaba curioso que se hubiera acordado en aquellos instantes. Welt no le comentó hasta el momento. No lo vio un tema apropiado dadas las circunstancias.


Pero bueno, como era su cirujano, y también Welt se había quedado en la cita, quizás era relevante hablar sobre ello.


Tras alzar la montura de sus gafas, guardó el dibujo y bloqueó la tableta.


—¿Aquella en la que huiste para dejarme en una cita a ciegas? —preguntó calmado.


—Esa misma —asintió risueña—. Jeje... Perdona, papá... ¡Es que...!


—Ya sé que tenías las mejores intenciones, Marzo.


—¡Las tenía, sí! Es que, siempre has estado cuidando de mí, y... Nunca te he visto con nadie más. No sé, quería que tuvieras la oportunidad de conocer a alguien que te gustara...


—Lo sé, tranquila —señaló el delator electrocardiograma. Marzo lo miró inquisitivamente, intentando seguir su consejo en vano. Sus ojillos celestes brillaban culpables.


—¿Estás decepcionado?


Welt negó de inmediato, lo que calmó esos pitidos. Decepcionado no era la palabra. Entre todas las emociones que se le habían removido y angustiado desde el domingo hasta entonces, esa no era una de ellas. Enfadado, tampoco.


En él solo cabía la confusión y sentimientos agridulces respecto a Luocha. Marzo se llevó, sin dudas, la mayor carga emocional. Preocuparse por ella era natural, lógico. Rechazar oportunidades era costumbre, emocional. Quizás hablándolo resolvería sus dudas. Al menos, aclararía las inquietudes de Marzo.


—Solo me hubiera gustado que me lo comentaras de antemano, aunque entiendo por qué no lo has hecho —deslizó su lápiz entre sus dedos y dejó su mano libre sobre sus cabellos rosados—. Es solo que, mi vida amorosa es cosa mía.


—Lo entiendo... —Marzo lo interrumpió esta vez, algo cabizbaja.


—No me pongas esa cara de pena, déjame seguir —sonrió levemente, provocando que Marzo lo hiciera también—. Pero dejarla en mis manos siempre ha supuesto una decisión arriesgada. Llevo cerrándome al amor veinte años, y a las circunstancias románticas... —acarició su pelo suavemente antes de tomar su mano. Pese a todo, sus dedos permanecían cálidos—. Y, he de reconocer, que la del domingo fue una oportunidad de reconexión.


Marzo no hizo nada para ocultar su emoción en su rostro expresivo. Welt supo que iba a soltar un comentario disparatado. Se preparó para ello.

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