I - Familia Elegida

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Mi nacimiento me dio la maldición de la soledad, o al menos eso solía creer.

Desde que tengo uso de la memoria que me había acostumbrado a cierto tipo de soledad, papá y mamá nunca estaban en casa y no tuve hermanos. Por las noches, mi única compañía era el farol que dejaba encendido, para sentirme menos sola y atraer menos pesadillas. Era lo cotidiano para mí.

Siempre estaban demasiado ocupados con la vida social, especialmente desde que la guerra con los sureños había terminado. Eran mucho más ricos que cuando inició la guerra y nos habíamos asentado en Georgia, muy a pesar de que los yankees no éramos del todo bienvenidos. Y parecía no importarles nada en realidad, al menos nada relacionado conmigo y con su tan dichoso "hogar".

Cada día esperaba a que diera la media noche para poder ir a dormir, con la esperanza de que si los esperaba despierta, tendría aunque fuese un poco de su atención y cariño, pero jamás sucedía. Comencé a crecer y de a poco terminé acostumbrada a ello, no había nada que pudiera hacer para cambiarlo, entonces, no quedaba más que aceptarlo.

Mi padre era un hombre que se había involucrado en el negocio de los ferrocarriles y del petróleo, perdía la cabeza y fortuna estúpidamente en juegos, apostando diariamente por las noches, mientras mi madre pasaba todo su tiempo fuera de casa, con alguna excusa barata de que necesitaba cosas para la casa o que debía reunirse con alguna vieja amiga que llegaba de visita o, los dos terminaban embriagándose hasta el amanecer en algún salón de la ciudad en reparación. Pero nunca pasaban tiempo conmigo y, desde entonces comencé a cuestionar la razón de mi existencia.

Todo cambió cuando una noche, una banda de forajidos entró a mi hogar y en un abrir y cerrar de ojos, me llevaron consigo. Fui envuelta en una de mis propias sábanas y guardada en un baúl, dentro de un carruaje. Dos hombres iban conmigo y dejaron la tapa un poco abierta, para que no muriera por falta de aire. Uno de ellos no paraba de amanecerme con un cuchillo, diciendo que si gritaba, lloraba o simplemente los metía en problemas, esa arma terminaría con cada uno de mis órganos.

Y aunque el viaje me pareció una eternidad, terminé como mercancía de una secta religiosa en un abrir y cerrar de ojos. Sin saberlo, había sido llevada hasta el condado de Lancaster, en Pensilvania.

Fui comprada por una pareja de idólatras religiosos, que por alguna razón habrían convencido a todos en su comunidad que no podían concebir hijos, a pesar de que sí tenían otros dos aquel entonces. Un niño con trece años de edad (nueve años mayor que yo) y una niña de nueve años.

Viví con ellos por al menos unos siete años, me encargaba de toda la limpieza y básicamente yo cuidaba de los otros dos niños, aunque fueran mucho mayores que yo. No tenía habitación propia, ni era tratada como alguien que realmente perteneciese a su tan llamado hogar, así que solo dormía con los animales de la granja.

¿De qué podría quejarme? Si se me estaba dando todo lo necesario, un techo bajo el cual dormir y nunca me faltaba la comida, así me dieran solamente las sobras. De cualquier forma, yo no pertenecía en ningún lugar, lo menos que podía hacer, era sentir gratitud.

Nunca lloré por mis padres biológicos. Parecían más bien recuerdos lejanos, dos extraños, un compromiso forzado y una adoración nunca obtenida. Me acostumbré a ser tratada de esa forma, supuse que me daría lo que cualquier niño a mi edad podría anhelar, y claramente no me refería a nada material.

Pero mentiría si mis problemas no se derivaran desde este punto. Porque desde entonces se me imposibilitó el reconocerme ante un espejo, el poder amar y sentirme amada, y no comprendía la empatía, ni mucho menos mis propias emociones.

Después de algunos años, comencé a creer que alguno de los sirvientes me habrían vendido a ellos tras haberles asegurado que era una niña que pasaba gran parte de su tiempo sola y bueno, tampoco es como sí mis padres hubieran pasado mucho tiempo buscándome.

Heartlands - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora