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Al segundo día de viaje, Irene había conducido la mayor parte del viaje, estaba junto con la hermana Debra en los límites de Italia y muy cerca de Francia, pronto estarían en Tarascón donde buscarían a Maurice.

La hermana Irene estaba cansada, decidió dejar al volante a la hermana Debra, entonces cambiaron de asiento. Aprovechando este tiempo de descanso, Irene abrió el libro del hermano Piero. No tardó mucho en descubrir que aquello era un grimorio, un manual de hechizos, rituales e invocación de demonios «¿Cómo va esto a servirme?» se preguntó la hermana Irene. Cuando se calmó su mente, sintió la reconfortante presencia incorpórea del Padre Burke, las paginas del libro comenzaron a pasarse solas hasta detenerse en una en específico, Irene leyó en voz baja:

«LA RELIQUIA DE LAS RELIQUIAS»
«[...] Entonces el señor Jesucristo, dio a los hombres el más preciado y poderoso elemento, ese que es capaz de sanar males, destruir maleficios, haCer PoSible lo imposible, da potestad sobre el mal y lo aleja. Y este habita en cada uno como una sagrada, muy 528rada reliquia, legado del Santo Maestro».

Irene cerró el libro, suspiró pensativa mientras intentaba conjeturar aquello que había leído, si eso llegó tan casualmente a ella, debía ser la señal, pero ahora le tocaba interpretar el texto.

Debra se detuvo abruptamente, adelante a mitad del camino había un hombre, iba notoriamente asustado, se acercó a la ventanilla.

—Que bueno que están aquí, hermanas. Por favor ayúdenme.

—¿Qué pasa?

—¡El apocalipsis! ¡Las plagas están aquí! —exclamó aterrado rascándose compulsivamente.

Las hermanas notaron varios insectos prendidos de sus ropas y ampollas supurantes por toda su piel.

—Suba rápido —ofreció Irene.

Cuando el hombre subió a la caseta se presentó.

—Soy Adrien, les agradezco han salvado mi vida —dijo aquel hombre de bronceada piel y ojos tan azules como un cielo despejado de verano.

La hermana Debra tenía rato mirando a través del retrovisor, creyó haber visto algo que deseaba que no fuera cierto, pero aquello era real y venía tras ella.

—¡Dios mío! —gritó la joven de piel oscura.

Irene volteó y sus ojos se abrieron grandes como platos. Atrás suyo había una serpiente titánica, fácilmente medía 20 metros, reptaba con medio cuerpo erguido.

—¿Acaso esas cosas no estaban extintas? ¡Acelere hermana! —Gritó Adrien con terror.

Debra tenía el pie sobre el acelerador hasta donde daba.

—Adrien ¿Quieres explicarnos que está pasando? —Inquirió la hermana Irene.

—No lo sé, esta madrugada me dirigía a trabajar, reparo tractores, hoy iría para revisar el de ese granjero franco-canadiense...

—Maurice —interrumpió Debra.

—Y de pronto los insectos comenzaron a salir de los cultivos, las serpientes salieron del lago también lagartos, son millones, están por todos lados.

—Ya lo veo. —agregó Irene viendo rebotar cientos de insectos en el parabrisas y la serpiente gigante perseguirles.

De pronto el tema de los insectos era crítico, al grado que la densidad del enjambre no dejaba ver el camino, y con mayor dificultad andaba pues la tierra empezó a agitarse violentamente, como un gran sismo.

La monja 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora