Parte I: Son Of A Wolf.

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Recuerdo mi primera mañana en el pueblo como si hubiera sido ayer. Roel me había buscado al asomar el primer rayo de Febo para darme un sermón acerca de la información que podía y no podía revelar acerca de mi persona, y me había hecho practicar conversaciones fluidas encarnando el papel que pasaría a desempeñar, básicamente, una versión adulterada de mi persona. Yo sería su primo rumano (acento que podía imitar a la perfección gracias a mi madre rumana), y me dedicaría a ayudarlo en la herrería, cosa que si bien no era la historia más descabellada del mundo, tampoco era creíble en su totalidad. De algún modo teníamos discreción garantizada únicamente por el hecho de que Van Helden no era el vecino más amado del pueblo y sólo recurrían a él cuando querían una cuchilla nueva, herrar sus caballos o pulir un viejo cacharro de cocina; el condado llevaba lustros de paz y los enfrentamientos armados eran cosa del pasado ahora que la Revolución daba sus últimos estertores, así que nadie quería malgastar su magro salario en espadas y armamento militar.
Si se preguntan dónde conocí al herrero, pues... también es una larga historia. Su esposa Linne enfermaba a menudo, y él, que por las noches era un brujo en constante formación, estaba creando un tónico para darle salud y vitalidad a su amada. En ese entonces había probado suerte en vano con médicos de Berlín, pero sin ánimo de rendirse, experimentaba en paralelo con pociones, tinturas, tónicos y elixires de su autoría alquímica y herborística. Entre los ingredientes de su nuevo brebaje experimental se encontraba la sangre de un hombre lobo. Él había oído los rumores en el pueblo, y el monstruo que atentaba contra el ganado y los buenos ciudadanos por las noches no era otro que yo. Llegada la luna llena, esperó estoico junto a la arboleda y me persiguió valientemente por los riscos de Núremberg con el cometido de hacerse con mi sangre, era la primera vez que un humano solitario me veía como una simple presa, y debo reconocer que me asustaba mucho más que las turbas que intentaron darme muerte por esos tiempos, pues había un brillo tan frío en su mirada y una decisión tan inmutable en las manos que guiaban la ballesta que no podía sino sentirme igual de vulnerable que un polluelo que cae al suelo una mañana de tormenta. Una y otra vez lanzó las saetas contra mi cuerpo hasta que al fin atravesó mi muslo derecho, haciéndome rodar por la pendiente rocosa sin que pudiera yo oponer mayor resistencia que torpes manotazos incapaces de detener la caída. Mi nuca golpeó una piedra particularmente afilada y quedé tendido en el suelo entre gemidos de dolor, mientras él, impasible, llenaba numerosos viales de la sangre que escurría de mi herida punzante. Quizá por obra del destino nos sorprendió la aurora y el vello de mi cuerpo fue acortándose, mi cabellera creció, mis rasgos se suavizaron y mi tamaño se redujo a la mitad, devolviéndome el aspecto de un hombre común y corriente. Roel podía estar completamente abocado a su tarea, pero no dejaría a un hombre herido y desnudo desangrarse junto al mar en un frío lecho de feldespato. Intentando no levantar sospechas sobre mi condición licantrópica o su propia condición de hereje, buscó ayuda donde el boticario de Núremberg así pudieran darme cura.
El boticario no era idiota y sabía bien quién era yo, las circunstancias en que llegué a su vivienda no hicieron otra cosa que confirmar sus sospechas, aunque por obra de la bondad divina de Dios, abrazó la piedad en su corazón y me mantuvo oculto, alegando que el hombre lobo cazado por el forastero había perecido en su consultorio. Solamente él, Roel y Linne sabían de esta grata mentira, por tanto, todo el pueblo celebró y donó centenares de monedas de oro y plata al herborista. El boticario también se sumó a la larga fila de facultados y chamanes que evaluaron a Linne; le suministró toda clase de preparados sólo para aceptar en todo su pesar, que no había nada que se pudiera hacer por ella. Sin mayor consuelo, sugirió a Roel volver a su pueblo, permitiéndole pasar sus últimos días en su hogar, y él,  tan deshecho cuan agradecido, decidió liberar al hombre de su carga, es decir, de mí; pensándolo bien de seguro había un adicional de culpa, sabiendo que le había destrozado la pierna y la cabeza a un cristiano que no era culpable de su condición… eventualmente nos habíamos hecho amigos y le había prestado el hombro para llorar el pronto deceso de su bella esposa.
Volvimos juntos dos días después, los trenes a Saarbrücken no salían a diario y el viaje fue largo y tortuoso, cinco días completos en los que la desvalida Linne apenas pasaba despierta unas tres o cuatro horas, por lo general, las cercanas al almuerzo que pasaría a ser la única comida que no vomitaba… exactamente fue esa apremiante situación la que selló una amistad de acero entre nosotros. En un tren no tienes más escapatoria que pasar el tiempo conversando, y la pobre mujer casi no hablaba, de modo tal que Roel y yo nos confiamos toda nuestra historia de vida, nos aconsejamos mutuamente, lloramos y reímos juntos, encontrando consuelo y comprensión únicamente el uno en el otro, sin dejar de lado el hecho de que su mujer era prioridad, pues aunque prometió compensarme por los daños causados, me pidió que le esperara hasta que ella diera su último aliento antes de recibirme en su pueblo (nunca perdió de vista la cruda realidad). Acordamos pues, un plan antes de finalizar el periplo: yo iba a quedarme en la posada de Völklingen, el pueblo vecino, hasta que su amada ascendiera a los cielos en brazos de los ángeles; entonces, y solamente entonces, enviaría a alguien con la noticia y al momento de recibir yo ese mensaje, debería viajar en carruaje o en canoa rumbo a Saarbrücken donde al fin se me ofrecería un techo en su propio hogar ¿Y cómo se negaría un desterrado a tal gentileza? Era demasiado generoso de su parte.
Alrededor de un mes pasé en la posada de Völklingen sin ninguna compañía y evitando a los extraños, muy a mi pesar, la luna llena sería el próximo domingo haciéndome temer lo peor. En eso mismo pensaba cuando un maltrecho jovencito tocó mi hombro, y guardando toda discreción, me llevó con él a un sitio alejado de los pueblerinos. Su voz sonaba suave, hipnótica y melancólica en partes iguales, y al arrastrar defectuosamente sus cortas y concisas frases, agachaba la cabeza como si esperase un golpe en cualquier instante -no era difícil intuir que su vida no habría sido sencilla-.

—S-señor K-Karsten… Brill— tartamudeó— e-el señor… Van Helden… me ha mandado decirle que hoy será la noche. Le esperaré en el claro del bosque y le llevaré hacia Saarbrücken. Le recomiendo humildemente recoger sus pertenencias, únicamente  las más importantes, la canoa no puede estar muy pesada.

Naturalmente le agradecí y como cristiano de modales, le ofrecí un thaler de plata. Nunca olvidaré su reacción, dió un paso atrás, sus labios resecos se separaron, sus pequeños ojos marrones doblaron su tamaño y al fin me miraron con un destello ilusionado e incrédulo, finalmente, con el ya familiar temblor de su voz, rechazó mi oferta. Tuve un segundo acto de piedad con él ¿Cuánto había remado el pobre? Quizá seis o siete horas, debía estar sediento y famélico dado que no cargaba ninguna alforja consigo. Le invité pues a la taberna, sitio en que le compré un jarrón grande de la mejor cerveza y una salchicha con chucrut en pan Viena, regalo que nuevamente intentó declinar, empero, le ganó su desesperación, una que se esforzó en reprimir de modo tal que quizá alguien que no fuera detallista sería incapaz de notar. Con apenas conocerlo supe que no era frecuente que le trataran con cordialidad, que le recompensaran los buenos gestos o que lo considerasen un igual.

—Sabía que estarías hambriento, tuviste un largo tramo dándole a los remos, muchacho… ¿Cuál es tu nombre?
—F-Falk… S-se-señor Karsten… F-Falk Maria.

No era usual encontrarse con un hombre portador de un nombre femenino, mas sólo Dios es digno de juzgar, y teniendo en cuenta lo huraño de su personalidad, no creí adecuado hacerle preguntas sobre ello, ni sobre nada en absoluto a decir verdad. Por mucho que le ofrecí pasar el resto del día conmigo, insistió en que le buscase en el lugar acordado después de que la última vela del pueblo se hubiera apagado.
Obedecí pues su consejo, mis pertenencias eran todas imprescindibles y no llegaban a ocupar un bolso de viaje completo, así que tuve tiempo para despedirme del poblado caminando una última vez sus calles previo a dormir (o fingir que lo hacía) en la posada. Esperé en vigilia y salí acompañado del más profundo de los silencios, uno apenas interrumpido por los chillidos de roedores y zorros, por el murmullo del viento o el ronco silbar de las lechuzas. Mis pasos, espaciados y calculados, al fin culminaron con el destello de la luna sobre la piel espejada del río, y ahí, sentado sobre una piedra aguardaba Falk.
No volvimos a dialogar, todos mis intentos eran someramente acatados con monosílabos trémulos. En realidad parecía evasivo y negaba además cualquier ayuda que le ofreciera en la labor de mantener la diminuta embarcación sobre el cauce. En plena madrugada, la gracia divina nos acompañó, y el Altísimo hizo soplar un fuerte vendaval que aceleró nuestro desplazamiento, por lo cual llegamos a Saarbrücken incluso antes de lo previsto. Al desembarcar, volvimos a acompañarnos mutuamente sin decir palabra junto al muelle, y al rumor de los primeros destellos áuricos de la gran estrella, la silueta de Roel se apersonó a la distancia, acercándose a toda velocidad. El abrazo en que me envolvió no puede describirse con palabras, probablemente volvía a sentirse querido luego del fallecimiento de Linne y necesitaba de alguien en quien confiar, y mientras nos entregamos por completo a nuestra inequívoca muestra de fraternidad, Falk, sin decir adiós, se puso de pie a fin de marcharse a paso ligero, perdiéndose de vista.
—Hermano —dijo Van Helden —Bienvenido seas de hoy y para siempre.
—Pero sabes que no puedo permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar, pronto seré descubierto y me veré forzado a huir.
—Me atrevería a decir que tengo ese asunto solucionado.
—¿Una… solución, dices?
—En casa hablaremos mejor de eso, ahora concéntrate y ponte en personaje, cualquier error puede devenir en linchamiento.
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¡Hola! Espero que les esté gustando la historia. Por las dudas aclaro que no soy cristiano, pero Attila sí lo es, además de que la cristiandad es parte del lore de Powerwolf y también de la ambientación de la historia, ah-. Bueno, nada, el próximo capítulo probablemente lo suba recién la semana que viene ya que este finde tengo feria y eso implica estar encerrado elaborando desde mañana hasta el sábado y pasar todo el sábado en el evento per se. Nada, gracias por leerme, nos vemos la semana que viene.

*aullido gay*.

Let There Be Night [Powerwolf- Attila × Falk Maria].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora