Con el propósito de obtener la atención de mi dormilona familia, araño la puerta trasera gracias a la colaboración de mis afiladas garras. Solo para garantizar su simpatía en caso de que hayan despertado medio gruñones, también hago ese desagradable sonido agudo que, según ellos, es alguna clase de lloriqueo. No soy un maestro en las artes del engaño, pero tampoco carezco de astucia, por lo que reconozco el valor de un comodín como este cuando lo oculto bajo mi pata.
Inés, cuyo despeinado cabello me recuerda al nido de los pájaros que me despertaron hace un buen rato, abre la puerta a la par que me dedica una mirada de puro cansancio; así que, siguiendo una estrategia que ha probado su efectividad en varias ocasiones, me siento en el suelo y repito el irritante sonidillo.
Un par de instantes después, ella cede antes mis encantos y me da luz verde para entrar a la casa; yo contoneo mi cola al pasar entre sus piernas en señal de victoria. Salirme con la mía es siempre tan satisfactorio.
Con ayuda de mi hocico y exigiendo el desayuno en un reclamo implícito, empujo mi comedero vacío hasta dejarlo a sus pies. La adulta niega con la cabeza, de seguro sintiéndose derrotada frente a mi indiscutible carisma.
—Serás insolente.
«¡Yo no soy eso! ¡Lo que sea que signifique!»
Ladro en su dirección visiblemente insultado, no obstante, y a pesar de que su especie pasa gran parte de su tiempo alardeando de poseer el cerebro más desarrollado en el planeta, ella no me entiende; así que solo se agacha despreocupadamente para acariciarme la cabeza y recoger el recipiente en el que deposita una generosa ración de croquetas antes de colocarlo frente a mí.
Devoro a mis anchas y en silencio, todavía un poquito ofendido, mientras ella hace cosas que no puedo ver porque, amén de mi poderosísimo metro de altura, sigo siendo muy bajito para develar el misterio de qué rayos es lo que hace sobre la encimera de la cocina.
Un rato más tarde, el resto de mi perezosa familia adoptiva se muestra al descender por las escaleras.
En primer lugar, aparece Germán, quien luce impecablemente listo para ir a trabajar y ganar el dinero que necesita para comprar mis preciados filetes. El hombre bebe una taza entera de ese horroroso líquido que llaman café y al cual, por algún misterioso motivo, es adicto.
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La vida en cuatro patas
HumorNapoleón Torroja es, sin duda alguna, un personaje singular. No tiene pelos en la lengua (aunque sí en la mayor parte del resto de su cuerpo) y viene dispuesto a contarnos todo sobre su vida. ¿Les gustaría ser parte de un día entero dentro de su o...