La anciana sale de su hogar encontrándose con el mismo escenario de hace mucho tiempo. Ahí siempre era de noche, pero hasta ahora en ningún momento había extrañado el día. Los colores eran fríos y melancólicos y, aun así, le habían gustado desde el primer momento, se sentían correctos.
Cuando había descubierto aquel mundo, ella era una niña pequeña de ojos almendrados y risueños, que se habían iluminado con sólo ver el campo lleno de infinitas flores de colores y sin nombre. No había necesitado el permiso de correr ni tenido el miedo de perderse, sólo lo había hecho.
A su edad, podía cerrar los ojos y vivir de nuevo aquello. El eterno perfume continuaba. A pesar de que las estrellas no eran las mismas, el cielo lucía igual, y aunque las flores se marchitaban, otras nacían.
La caricia fría del viento había sido reconfortante, la oscuridad una fiel compañera y el silencio el mejor consuelo.
Recostada en medio de la nada, había visto sus pensamientos, uno por uno, poco a poco, con la respiración acompasada. Hasta que se sintió en paz llegando a la conclusión de que no llegaría a nada.
Al levantarse, el aroma floral se había impregnado en su cabello, en aquel entonces negro, abundante y largo. Su pequeño cuerpo intentó regresar a casa sin darse cuenta que ya estaba en él.
Vivió alejada de aquel lugar durante varios años hasta que un día sólo regresó.
Pero ella ya no era la única en aquel lugar.
En medio del infinito jardín había un niño llorando.
Y ella caminó hacia él.
— ¿Qué haces aquí?
—Me he perdido.
— ¿Dónde está tu casa?
El niño la había mirado entonces entre sollozos y lágrimas, Sung Ji lo miró con compasión. Él pareció ver algo con asombro que le hizo dejar de llorar y abrió sus pequeños ojos. Un par de adorables ojos negros que resplandecieron en un segundo.
—Brillas...
Era el destino.
Varios años habían pasado ahora, los hilos grises habían reemplazado los negros poco a poco, su piel había envejecido y aunque sus ojos seguían riendo, ya estaban un poco cansados.
Al mirar hacia arriba, la anciana Sung Ji se dijo que seguían gustándole los colores de la noche, eran hermosos. Sin embargo..., después de tanto tiempo, sintió una cálida punzada, el capullo de una emoción de antaño, una añoranza. Del sol, del calor, de los colores cálidos y las melodías de una mañana.
Las lágrimas llegaron como lluvia en primavera.
Había llegado el momento.
"JungKook..."
Esperó.
"Lo sé, abuela..."
La anciana Sung Ji sonrió y se dirigió al jardín de la eternidad sin dar vuelta atrás.
Miró nuevamente aquel mundo, que sabía, no volvería a ver jamás.
Guardó en su memoria la pequeña casa, las noches eternas y el permanente perfume dulce. Pero, sobre todo, al niño de ojos dulces que ya no estaba solo.
Y desapareció.
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Jamais Vu. •JJK&PJM•
Short StoryLa historia de dos chicos con un destino entrelazado roto y un pasado triste. Y la esperanza de que en algún punto ya no sea así.