Abro mis ojos; lo primero que veo es el cielo nocturno, miles de estrellas están sobre el firmamento brillando, iluminando como pueden la noche que hoy ha abandonado la luna. Me pregunto dónde estarán las nubes, ¿es que han decidido también marcharse?
El tiempo está helado; lo descubro cuando de mi suspiro surge vaho que se disipa ante una corriente de aire que viene como una caricia, escucho el singular susurro del viento y dejo que mis párpados caigan ante la sensación.
Mis sentidos se agudizan, a mi nariz llega el aroma fresco de la hierba. Dejo que mis dedos se muevan, tanteen el lugar sobre el que descansan; se ensucian con tierra y se deslizan sobre el pasto.
Quiero mover los dedos de los pies, pero están entumidos. Me cuesta mover mis extremidades y sin embargo no me preocupo, no dejo que me preocupe.
Inhalo y exhalo de forma suave, giro mi rostro y entonces lo veo: un chico me está mirando. Tal vez debería estar sorprendido de verlo ahí, un extraño en medio de un lugar que no conozco; tal vez debería estar asustado porque en vez de estar durmiendo en mi cama, estoy sobre un campo de flores.
Tardo en hacerlo, no obstante, logro sentarme. Hago el esfuerzo de recordar cómo llegué o qué estoy haciendo aquí, pero no logró hacerlo. Mi mente está en blanco y me duele la cabeza, así que decido sólo mirar alrededor como buscando pistas.
Cuando lo hago, mi cuerpo tiembla y deja de respirar.
No puedo evitar pensar que, un lugar así no puede existir en el mundo. O tal vez no sabía que el mundo podía reducirse tanto hasta volverse sólo un cuadro pintoresco. Porque me siento así, en medio de una pintura o un mundo desconocido.
Una especie de emoción parecida a la impotencia me invade al verme a mí mismo tan pequeñito en un lugar tan grande. En donde no hay nada más que las palabras del viento, la iluminación de los astros y el abrigo de las flores. No hay nada más allá.
—Al fin despiertas. — Lo escucho al fin.
Su voz que de pronto llena una soledad que no siento.
Parpadeo. El lienzo blanco que era mi memoria, en un momento es salpicado de colores, capa tras capa hasta volverse un cuadro abstracto y sin sentido. O tal vez es un estambre enredado del que todavía no encuentro un hilo para usarlo. Sin embargo, ahora sé quién soy.
Sé mi nombre.
Aunque no el de él.
Y me obsesiona.
Es sólo que cuando lo miro, me invade una alegría que estoy seguro sólo se siente cuando logras caminar por primera vez. Inocente, genuina. Y se entremezcla con una tristeza y dolor que sólo puede pertenecer a alguien que ha muerto en vida, a alguien que se le ha arrebatado la razón de vivir.
Mi rostro no le muestra nada; sólo le observo permanecer quieto como si nunca me hubiera dicho nada; con sus rodillas al pecho y sus brazos rodeándolas, apoyando su mentón sobre las mismas y el cabello azabache danza al ritmo del viento haciéndole sobre a esos ojos negros que brillan con el reflejo del cielo estrellado. Los labios carmín resaltan en la piel blanca y es como si su rostro formara parte de la naturaleza. Su belleza sólo puede significar eso.
— ¿Quién eres? — pregunto.
Mi voz es un susurro suave y delicado.
Sus labios realizan una especie de magia que me maravilla, es fascinante y hermoso. Estoy seguro que de dónde vengo le llamamos "sonrisa"; la he visto antes, pero tengo la sensación de que en verdad es la primera vez que la veo.
—Te estaba esperando— contesta levantándose.
El tono de su voz adquiere una felicidad ambigua y me extiende la mano.
Lo miro dudoso sin saber qué hacer.
—Y... Yo...
—Tómala.
Pétalos se desprenden de sus rosas y vuelan en círculos formados por el viento.
La calidez que inunda mi mano al tocar la suya se siente graciosa, mi palma hormiguea y esas cosquillas provocan una sonrisa juguetona en mi rostro. No sé si sea diversión o felicidad, pero una emoción brota de mi pecho como una llama inicia un incendio.
Pierdo el equilibrio cuando logro ponerme de pie, sin embargo, él me ayuda a sostenerme. Él sigue sin decirme nada cuando con gentileza hala de mi mano, sin soltarla me da la espalda y empieza a caminar. Mis pies me exigen seguirlo y mi cabeza no se niega a pesar del desconocimiento de su destino.
Entonces por primera vez noto los colores de la noche; no existe sólo el negro, el blanco y el plateado como siempre había pensado... aunque ¿qué es siempre? No importa. Si observas con atención habrá verde, fucsia y azul. Todos desembocando en un punto como el inicio de un arcoíris.
— ¿Te gusta? — me pregunta el chico misterioso de pronto, brillando aún con la media luna en sus labios.
Yo le digo que sí en un movimiento de cabeza y sigo caminando detrás de él aún sujeto de su mano.
El camino continúa sin un reloj en la muñeca, el tiempo se vuelve relativo y casi siento que dejo de existir cuando percibo un aroma a café y panques recién hechos, un aroma a casa y el sonido melifluo de una flauta.
—Hemos llegado— escucho.
Debajo de una colina hay una casita que parece de ensueño, de esas que se narran o dibujan en las páginas de cuentos para niños. Pintoresca; sus paredes azul cielo, dos pequeñas ventanas blancas al frente, una puerta de madera adornada con dos arbolitos a los lados y un techo blanco puntiagudo. El olor hogareño proviene la chimenea que se conecta con el entorno. Parece pequeña y no lo es, es justo lo suficiente.
Un sendero nos guía a ella.
— ¿Vives aquí? — inquiero sin darme cuenta, curioso.
—Tal vez— contesta. Sus nudillos se levantan y tocan la puerta. —Aguarda.
Unos pasos, un silencio y después un chirrido.
— ¡JungKook! ¡Niño! ¿Por qué tardaste tanto?
Una anciana le da la bienvenida abrazándolo. Sus palabras son un regaño, sin embargo, su voz es cálida y puro afecto. Me siento sonrojar cuando ella le da un beso en la mejilla porque me siento un intruso en una posible reunión íntima entre dos personas que para mí son desconocidos.
—Fui al punto de conexión. — Entonces quien ahora sé es JungKook me mira haciendo que la mujer se dé cuenta de mi presencia.
Sus labios se entreabren y sus ojos cafés brillan al verme. La alegría nace en su rostro.
Sin que pueda evitarlo, ella me abraza. Me quedo paralizado al no saber cómo corresponderle; confundido ante ésta inusual acción para con un extraño.
— ¿Tú eres...?
—Abuela...—le riñe JungKook con una débil sonrisa. Él suspira, sus ojos me miran cálidamente debajo de su flequillo. —Ella es la señora Lee Sung Ji. Y abuela, él es...
JungKook sabe quién soy. No puedo asegurarlo, no obstante, lo presiento. Aun así, tiene la delicadeza de no asustarme y espera a que yo mismo me presente.
—P... Park... Park JiMin.
La anciana sonríe haciendo que las arrugas se le marquen en los ojos y las esquinas de su boca. La vibra que desprende es cálida. Ella es pequeña y frágil, en su peleo grisáceo se ven los años de vida, pero la energía que siento viniendo de ella es vigorizante. Un alma llena de experiencia que conserva su juventud.
—Bienvenido, JiMin.
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Jamais Vu. •JJK&PJM•
Short StoryLa historia de dos chicos con un destino entrelazado roto y un pasado triste. Y la esperanza de que en algún punto ya no sea así.