Muy lejos

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—Estás en casa...— repite JungKook con voz suave y un toque de tristeza que hace que le mire. Sus labios poseen una media sonrisa que no llega a los ojos. Esa sonrisa es suya, no mía. No tiene mi nombre en su dedicatoria, porque es falsa.

— ¿Estoy equivocado? — pregunto sintiendo su lamento y mi propia decepción.

Los ojos de JungKook son preciosos, lucen bonitos felices y tristes, brillan tal cual luz estelar en su mar de oscuridad. Esconden secretos, un universo entero y son humanos, tiernos. Y, quiero besarlos, en cada párpado.

— ¿Me das tu mano?

Se la extiendo sin dudar, aun esperando su respuesta.

Él la toma entre las suyas, con tacto dulce y frágil. Coloca mi palma a la altura de su corazón, y no tardo en sentir el tum-ta de su vida con el silencio de fondo. Parece magia comenzar a escucharlo.

JungKook cierra los ojos y las hebras negras bailan alrededor de su rostro. —Sí, sí... ésta es tu casa.

—Estoy aquí— suspiro. Me acerco a él con cuidado, con miedo a asustarlo o que desaparezca, como algún sueño de la infancia del cual desperté llorando, triste al darme cuenta que no era real—. Siento haberme ido.

También cierro los ojos, junto nuestras frentes y dejo que la neblina se disipe de mi mente.




Era verano. Un pequeño niño jugaba en su habitación con un avioncito hecho de papel, la hoja había sido arrancada de un cuaderno viejo. El avioncito volaba con letras en sus alas y dibujos mal hechos sobre ellas, a veces gracias al viento que entraba por la ventana y otras por la fuerza con la que era arrojado por las diminutas manos.

El niño reía mientras corría de un lado a otro cuando el avioncito caía y lo devolvía al aire, siempre imaginando que él era quien lo piloteaba e iba sobre él viajando. Los rayos del sol también jugaban con él y la sombra de su propia silueta le seguía a todos lados.

Hacía un clima cálido y a la vez fresco, por la ventana también entraba el aroma que dejaba la lluvia sobre los árboles y las flores, un perfume que traía el recuerdo de días jugando sobre charcos de agua y paseando en las tardes con bicicleta alrededor de los campos.

El avioncito tomó el rumbo equivocado y salió por la ventana, el niño soltó un gritito y corrió tratando de salvarlo, pero no pudo. Observó con tristeza como éste caía sobre la banqueta, sin él abordo. Ahora el niño volvía a la tierra.

Apretando sus manitos, se dijo que ahora tenía que convertirse en un héroe e ir a rescatar su avión. Miró la puerta por la que minutos antes su madre había desaparecido pidiéndole que no saliera, ella había sido quien había creado el avión más bonito del mundo para que él jugara.

El niño sabía que sólo hacía para que él no escuchara ni viera nada, su mamá también solía prestarle sus audífonos y su música, pero esta vez no hubo tiempo. Cuando ella hizo el avión, le dijo que la imaginación era un buen lugar para ir cuando el mundo no era lindo y él le hizo caso.

Ahora sin su avión, volvía a escuchar los gritos y los lamentos, golpes crueles y que daban miedo. Pero él tenía que ser valiente, así que inspiró y exhaló. Tomó el pomo de la puerta y salió corriendo en busca de su avión.

Hoy era otro día sin poder derrotar al monstruo malo y dejar a la princesa encerrada en la torre.

Su corazón latía desenfrenado, cerró los ojos tratando de tranquilizarlo con suaves respiraciones y alzó la mirada para buscar su avión.

Sus labios rellenitos se abrieron con sorpresa cuando vio su posesión en las manos de un extraño. De inmediato frunció el ceño enojado y se dirigió a paso apresurado al niño que tocaba lo que no era suyo.

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⏰ Última actualización: Sep 21, 2023 ⏰

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