1. EL HOMBRE DE LA CICATRIZ

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a luz solar daba inicio a un nuevo y esplendoroso día, fresco como muchos otros, con olor a lluvias, acogedor para aquellos que nacieron en ese lugar en el que fuera tan común ese tipo de clima; como lo eran el caso de la joven que tenía como costumbre levantarse temprano para no perderse ni un segundo del amanecer de Londres.

Debía admitir que disfrutaba aún más de esos días, en los que a los rayos del sol les costaba trabajo atravesar la neblina que prevenía las futuras tormentas; era sin duda un paisaje poco apreciado, pero, si se le encontraba el gusto, podía llegar a ser uno de los más hermosos.

Aquella tierna mirada brillaba ilusionada al prestar su entera atención al horizonte que le ofrecía la casa de campo de sus padres, aquella que se encontraba lejos de la capital, acunada en la basta y productiva ciudad de Wellington. Llegó ahí gracias a la necedad con la que se pegó a su hermano mayor, ansiosa de liberarse de las cadenas de la brumosa sociedad a la que era obligada a soportar desde que inició su vida como dama casadera.

¡Como odiaba esa palabra! Y estaba casi segura de que la palabra la odiaba a ella también. Tan sólo hacía falta recordar el día en el que fue presentada ante los reyes para provocar las risas de quienes hubieran estado presentes. En pocas palabras: había sido un completo desastre. Ni siquiera su rostro agraciado y su figura agradable logró disimular su falta de entusiasmo por agradar al ojo real o el de cualquier otro noble. Aquel simple error la sentenció a una primera temporada horrorosa, muy alejada a la que disfrutaron sus hermanas.

Aunque tampoco nadie le dijo que los nobles eran tan sensibles cuando se les exponían sus errores de soberbia y falsa modestia.

Todo se sintetizaba en que a Briseida poco le interesaba cautivar a la sociedad, desde hacía algún tiempo comprendió que le resultaban aburridos los quehaceres de la estereotípica mujer, encontrando amor en lo permitido para los hombres y prohibido para ella. Esto se facilitaba porque en su hogar, todo aquello que privaba al lado femenino del mundo, a ellas se les era permitido y jamás pensó que eso le perjudicaría.

Aunque si era completamente sincera, esos gustos no llegaron a ella por curiosidad nata. Debía admitir que, desde una tierna edad, la idea del amor se metió a su cabeza casi como algo natural y fue gracias a esos continuos enamoramientos que ella comenzó a descubrir sus gustos inclinados hacia la balanza masculina. El amor la había guiado hacia el conocimiento y la destreza corporal, se vio en la necesidad de aprender gracias a que se enamoró de cierto caballero que no sabía hablar más que de política, guerras e historia y extrañamente, se fascinó por ello.

Ese primer amor fue tan pasajero como su interés por la costura, pero eso creó la costumbre en Briseida de pasar de un amor a otro recolectando gustos y conocimientos, llegando al punto en el que despreciaba las imposiciones hechas hacia las mujeres y anhelando con todo el corazón poder ser hombre. Aunque... eso cambió cuando lo conoció a él.

North Dankworth era y siempre sería su perdición.

Pese a que muchos encontraran a dicho caballero como alguien atemorizante, para Briseida no había un ejemplar masculino con mayor perfección que la de North. El mejor amigo de su hermano lo tenía todo para ganar el corazón de las damas, al menos, las valientes que se atrevieran a entablar una conversación con él.

La realidad era que el caballero tenía una apariencia feroz, quizá un poco hosca; de mirada sagaz con el filo de dos cuchillas. Su estructura corporal era intimidante, fuerte y vigorosa como la de cualquier guerrero entrenado bajo un estricto ojo militar. Apuesto, quizá demasiado para un hombre que resultaba tan atemorizante. De ojos tan azules como el despertar del cielo, cabellos negros como el carbón, acrecentados y ondulantes como la marea. Tenía facciones angulosas, de quijada poderosa, mentón ligeramente partido y nariz recta y sin daños, muy a diferencia de su ojo izquierdo, desde donde cruzaba una cicatriz que cortaba parte de su ceja, aunque afortunadamente no dañó el párpado.

Briseida [Amor en guerra]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora