Nunca le gustaron los aeropuertos. Siempre habían sido un sinónimo de lágrimas y despedidas para ella. Incluso desde pequeña, esos lugares tenían una connotación de tristeza que le dolía en lo más profundo del corazón.
Los viajes de fin de curso con el instituto, las escapadas de aniversario de sus padres, o el par de meses que duraba el erasmus de su mejor amigo. Todas esas situaciones, aunque en su mayoría temporales y de corta duración, traían consigo una despedida que se le hacía imposible afrontar. No podía soportar la idea de que, durante ese tiempo, las personas de las que se despedía estarían lejos de ella, alejándose lentamente de su lado y de su vida. Y si Luz tenía un miedo en la vida, ese era el abandono.
Sabía que no podía culparse a sí misma, que sólo había un culpable de aquello y daba la casualidad de que tenía nombre y su mismo apellido. Quizá era cierto y todo comenzó cuando su abuelo decidió subirse a un avión y dejar a su familia después de toda una vida. Quizá fue ese momento, en esa amplia y fría terminal, el que desencadenó ese miedo atroz y el rechazo que sentía hacia esos lugares.
Y eso lo sabía cuando decidió dejarlo todo atrás e ir de avión en avión, de ciudad en ciudad, de país en país, durante más de un año. Sabía que se enfrentaba a más despedidas, muchas más de las que había planeado. Pero, por otro lado, sabía que la despedida más difícil a la que había tenido que enfrentarse ya había pasado.
Por eso, hizo de tripas corazón y se despidió de su familia, de sus benditos padres que avalaban todas sus locuras y de su hermano pequeño, la persona más buena y tierna del mundo. Sabía que les iba a echar mucho, muchísimo, de menos, pero sentía que esta vez debía ser ella la que se alejase de todo durante un tiempo, aunque para ello tuviera que enfrentarse de nuevo a su mayor miedo.
Lo que no esperaba era tener que lidiar con tantas despedidas por el camino. Gente con la que apenas se había cruzado un par de semanas en su viaje, pero que se habían ganado un hueco en su corazón. Era consciente de que la mayoría de esas personas estaban destinadas a ser algo pasajero en su vida, pero así, despedida tras despedida, aeropuerto tras aeropuerto, decidió que no quería tener que despedirse de nadie nunca más.
Y cuando lo conoció a él, y por primera vez en mucho tiempo sintió que había encontrado a alguien en el que podría llegar a confiar lo suficiente como para, tal vez, entregarle su corazón, no lo hizo. No se despidieron. Es más, se subieron a un último avión, en un último aeropuerto, y volvieron a casa.
Y ahora, mientras veía a su acompañante arrastrar las maletas por los largos pasillos de la terminal en la que habían aterrizado, Luz quería creer que ese era el final de su viaje. Quería creerlo, de verdad, porque quería con todas sus fuerzas sentir que la persona que ahora tenía a su lado podría ser su compañero de vida. Quería creer que tenía otra oportunidad para ser feliz, aunque fuera con otra persona.
– ¿Dónde decías que nos espera el taxi?
– ¿Qué? –respondió Luz despertando de su ensimismamiento– Ay, perdona. El señor me ha dicho que parará cerca de la puerta dos, en llegadas.
Él sonrió con ternura y asintió, reanudando la marcha hacia esa dirección.
No había pasado nada entre ellos, al menos nada romántico, pero las conexiones que se hacen fuera de casa tienden a ser más intensas que las demás. A eso se había aferrado Luz cuando había decidido darle una oportunidad al chico valenciano que había conocido por las calles de Viena hacía casi tres meses.
Su viaje les había llevado a muchos otros destinos, pero al final habían decidido poner los pies en la tierra y descubrir juntos hacia donde podía llevarles este nuevo camino. Y, de momento, les había llevado a Madrid. Por lo menos durante una noche, tras la cual volverían al pueblo de sus padres, una pequeña localidad a las afueras de la capital donde Luz se reuniría por fin con su familia y les presentaría a David.
Cuando el taxi les recogió, les llevó hasta el hotel donde habían reservado una habitación para pasar la noche. Al día siguiente cogerían un bus hasta Vera del Rey, pero a esas horas era demasiado tarde como para presentarse allí sin avisar a nadie. Y más llevando compañía.
– Tenemos mesa en media hora. –anunció David después de soltar las cosas en la habitación. Se rió al ver la cara de confusión de Luz y se encogió de hombros– Alguien tenía que pensar en la cena, ¿no?
– Gracias. –dijo sincera– Es probable que, si no llegas a decirlo, no hubiera comido nada. La verdad es que no sé ni dónde tengo la cabeza... creo que sigue a diez mil metros de altura.
David volvió a reirse y le puso las manos sobre los hombros en un gesto de cariño.
– Tranquila, es normal. Llevas más de un año fuera, siempre es raro volver. –Luz asintió, suspirando– Ya verás como mañana, cuando estés en casa, te sentirás mejor. No hay nada como volver a tus raíces para poner los pies en la tierra.
Luz sonrió. Si algo sabía hacer ese chico era decirle siempre lo que necesitaba oír. Sabía tranquilizarla, y en ese momento era lo que más valoraba de él. Lo necesitaba, necesitaba esa calma que le proporcionaba, y no podía esperar para volver a casa, aquel lugar que dejó cuando más perdida estaba, y volver ahora después de tantos meses, en paz.
– Y, ¿a dónde me vas a llevar? –dijo Luz adoptando una actitud más relajada.
– Ya lo verás. –respondió él devolviéndole la sonrisa– Igual deberías buscar algo elegante...
– ¿Elegante? –preguntó ella mientras David se alejaba en dirección a su maleta y revolvía sus cosas buscando algo– ¿Cómo de elegante? Lo más elegante que tengo es el vestido que me compré en Praga y aún así estará todo arrugado y sucio del viaje. –se quejó Luz lloriqueando medio en broma medio en serio.
– Tendrá que servir. –dijo simplemente el chico dedicándole una sonrisa divertida antes de coger su neceser y meterse en el baño.
Luz resopló pero no pudo evitar sonreír. Quizá esta noche era la noche. No podía saberlo, pero lo que sí sabía era lo bien que se sentía con él.
Fue a por su maleta y empezó a buscar el vestido. Cuando lo encontró, puso una mueca y lo examinó brevemente para determinar su situación. Era un vestido arreglado, seguro, pero no tenía claro si describirlo como elegante.
Suspiró, deseando que fuera un restaurante normalito, donde pasar una velada tranquila con David. A fin de cuentas, esta podía considerarse su primera cita en casa y, teniendo en cuenta que mañana se lo presentaría a sus padres sin saber siquiera si eran algo más que amigos, quería que esa noche fuera perfecta.
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Sueños rotos
Fanfiction¿Qué pasa cuando te reencuentras con el amor de tu vida? ¿Se han cumplido vuestros sueños? ¿Existen las segundas oportunidades? Preguntas que nos planteaba el final de La La Land, y que he querido rescatar para contar esta historia. En este caso, Lu...