IV. Imanes

652 39 6
                                        

Durante unos instantes, el silencio reinó entre esas cuatro paredes. Tan solo las conversaciones amortiguadas y el ajetreo de la cocina conseguían colarse a través de la puerta.

– Di algo, por favor.

Luz apenas se había atrevido a dar dos pasos dentro del baño, pero la distancia entre ella y Ainhoa la estaba matando. Después de tanto tiempo... estaba ahí. Delante de ella, a menos de un metro. En los dos años que habían estado separadas había soñado muchas veces con ese momento.

Y, sin embargo, Ainhoa seguía inmóvil.

Luz sentía su mirada y era como si, por primera vez, volviese a sentirse vista. Como si durante ese tiempo hubiera sido un ente que vagaba de un lado a otro sin que los demás fueran capaces de verla del todo, como si no existiera. Y ahí estaba Ainhoa para demostrarle que sí, que existía, y que una sola mirada podía despertar sentimientos que, realmente, no sabía si se habían dormido alguna vez.

Pero necesitaba escucharla. Necesitaba que dijera algo porque ese silencio estaba empezando a caer sobre ella con el peso de un piano de cola.

– Ainhoa...

Fue ese último ruego, ahogado por el nudo que tenía en la garganta, lo que pareció despertar a la chef. Ainhoa se acercó un poco más, reduciendo la distancia que había entre ellas a un puñado de centímetros.

– Perdona... –dijo con un hilo de voz, avergonzada por no haber sabido reaccionar antes– No... no esperaba verte aquí.

Luz suspiró, aún con la respiración entrecortada, y tuvo que contenerse para no eliminar el espacio que las separaba y fundirse en un abrazo que, en el fondo, ambas necesitaban.

– Yo tampoco esperaba verte aquí.

– Ya... –ahora fue Ainhoa la que tuvo que respirar hondo antes de poder continuar– Supongo que han cambiado muchas cosas últimamente.

Luz apreció un tono amargo en su voz, como si con esa frase hubiera hecho referencia a algo que, en ese momento, se escapaba de su comprensión. Hasta que recordó que había ido al restaurante con David.

De pronto, sintió la imperiosa necesidad de hacerle ver a Ainhoa que, en realidad, no había pasado nada entre ellos. Y que, siendo sincera consigo misma, sabía que nunca habría pasado.

– No te creas. –soltó sin más. Ainhoa la miró confundida, y Luz se sintió absurdamente ridícula por ese impulso de justificarse a sí misma cuando ni siquiera había motivos para hacerlo– Quiero decir, sí, han cambiado muchas cosas... Pero tú y yo seguimos siendo las mismas, ¿no?

Ainhoa, como toda respuesta, sonrió. Y, de golpe, la habitación parecía mucho más ligera, como si esa sonrisa hubiera liberado toda la presión que se estaba acumulando allí como si fuera una borrasca del telediario.

– ¿Cómo...? –preguntó Luz, dejando la frase en el aire sin saber muy bien por dónde empezar– ¿Cuándo has vuelto a Madrid?

– Pues... –suspiró– Me ofrecieron el traslado hace unos meses. Me gustó mucho Barcelona, pero realmente lo que siempre había querido estaba aquí.

Ainhoa miró a Luz. Una parte de ella esperaba que la chica hubiera entendido el verdadero significado de esa frase. No obstante, si lo hizo no lo supo, porque Luz no dio ninguna señal.

– Pero bueno. –continuó, nerviosa por si sus palabras volvían a traicionarla– ¿Tú cómo estás? Pensaba que seguirías fuera de España.

– Hasta hoy, sí. –dijo Luz, sonriendo con nostalgia– Supongo que a todos nos llega el momento de volver a casa.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 27, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Sueños rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora