III. Volver a verte

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– Mierda, mierda, mierda.

En cuanto la puerta del baño se cerró tras ella, Ainhoa se apoyó en el lavabo y abrió el grifo para echarse agua en la mancha de salsa que ahora le decoraba una buena parte del delantal.

Empezó a frotar la mancha de forma frenética, hasta que dos segundos después la puerta volvió a abrirse.

– ¿Estás bien?

Miró al reflejo del espejo que tenía delante y se encontró con la cara de confusión de la camarera que había atendido la mesa de Luz.

– Sí, sí, tranquila. Ahora vuelvo a la cocina, necesito... limpiarme un poco. –dijo, como si el motivo principal de que se hubiese encerrado en el baño no fuera huir de ciertos ojos marrones que habían vuelto a desarmarla. Y, viendo que la otra chica no parecía muy conforme con su respuesta, añadió:– Ocúpate de que limpien lo del suelo en seguida, por favor.

Solo entonces la joven asintió y salió del baño dejándola sola. Se miró el delantal y suspiró. Bueno, para eso estaba, para mancharse. Cuando volvió a mirarse en el espejo no se encontró con su reflejo devolviéndole la mirada, sino que un recuerdo empezó a reproducirse como si fuera una pantalla delante de sus ojos.

– Entonces... ¿ya está? ¿Te vas?

Ainhoa suspiró mientras dejaba unas latas de conserva en la despensa. En realidad, lo que menos le apetecía en ese momento era seguir trabajando. Pero era la chef y, hasta que dejara de serlo, debía ser profesional y actuar como tal.

– Mi contrato termina en dos semanas, Luz. Y... las dos sabemos que no me van a renovar.

– Por favor, deja que hable con mi madre, igual hay alguna cláusula en su contrato que pueda...

– Luz, basta.

Finalmente se giró y la miró a los ojos. Deseó no haberlo hecho, deseó seguir colocando latas y especias eternamente con tal de no encontrarse con esa mirada llena de tristeza y decepción.

– No hay nada que hacer, ¿vale? No está en nuestras manos. Tu familia ya no es dueña del hotel, cuanto antes lo asumamos todos, mejor.

Luz dio un paso hacia ella y le cogió las manos. Ainhoa no podía seguir sosteniéndole la mirada, así que agachó la cabeza y se centró en el tacto de las manos de su novia sobre las suyas.

– No lo entiendo... ¿Por qué te rindes? Podemos encontrar otra cosa aquí, juntas.

Ainhoa miró hacia el techo para intentar frenar las lágrimas que amenazaban con empezar a correr por sus mejillas. Después, volvió a mirar a Luz, porque necesitaba desesperadamente que entendiera lo que le iba a decir.

– Yo no he buscado esto, Luz, de verdad. Es otra oferta de tantas... pero esta no es de las que pueda rechazar. No ahora, no si quiero llegar a montar un restaurante algún día...

Ahora fue la otra joven la que apartó la mirada para disimular el brillo en sus ojos. Ainhoa no quería soltar sus manos, no quería soltarla nunca.

– Ven conmigo. –susurró.

– ¿Qué?

– Sí, Luz, vámonos juntas. –Ainhoa apretó sus manos y sonrió mientras las lágrimas empezaban a asomarse sobre sus párpados– No tenemos que separarnos, estoy segura de que, si lo pongo de condición, te darán un puesto. Podemos seguir siendo nosotras, podemos seguir igual de bien que hasta ahora, pero en Barcelona.

Luz suspiró y, sin soltar las manos de la pelirroja, liberó una para limpiarle las lágrimas de la cara. Ainhoa cerró los ojos ante el contacto y se apoyó instintivamente en la mano de la chica.

Sueños rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora