Capítulo • 2 •

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Había una vez...

Había una vez, una chica llamada Amsey Baretta. Amaba los listones en el cabello, las películas románticas y las protestas en masa.

Y la justicia.

Sobre todo, la justicia.

Tomo una bocanada y me obligo a mantener la calma. Dejo de tamborilear los dedos sobre el reposabrazos del sofá donde espero; al mismo tiempo dejo de chocar las rodillas una con otra de puro estrés, porque nadie querría en sus filas a una piloto que se deja dominar por el temor.

Hoy es el día en el que debo demostrar autocontrol. Un buen autocontrol.

—Amsey Baretta —llama la secretaria en el departamento de educación saliendo de la oficina central.

Es mi turno.

Me pongo de pie como si tuviera alguna especie de resorte integrado en lugar de vértebras y camino directo hacia ella. La recepción del área educacional en el aeropuerto central internacional (ACI) nunca me pareció tan grande como hoy.

Cuando era pequeña, mi padre solía dejarme correr por estos pasillos con aviones de plástico en miniatura o autos que de todas formas terminaban surcando los cielos, antes de que terminara estropeando algún cristal o manchando alguna alfombra, mientras esperaba a que él volviera de algún viaje. Cuando fui imposible de controlar en la recepción, papá comenzó a incluirme en sus viajes, como un pasajero más, claro. Pero cuando todos se iban, yo era la única que podía comer pizza en la cabina del capitán o tocar los volantes.

Doy un último suspiro y me adentro en la oficina. Necesito esta oportunidad, he concluido la formación universitaria y solo necesito un año de prácticas profesionales para poder ser piloto por completo.

Y culminar mi carrera aquí, en el mismo lugar donde se formó ese sueño día con día, sería lo mejor que podría pasarme. Sé que mi padre querría que así fuera.

Apenas avanzo unos metros cuando encuentro que me recibe un majestuoso Boeing 747 aparcado en la pista detrás de la enorme pared de cristal que separa la oficina de los miembros del consejo de la pista de aterrizaje. El morro y la cabina de mando están a tan solo unos metros de distancia. Fuera la pista parece todavía más majestuosa de lo que recordaba de la infancia. Los arreglos que han hecho la vuelven más grande y funcional, además han añadido césped a los lados y una enorme cabina de reparaciones. Decido que, a partir de hoy, esta es la mejor vista de todo el ACI.

—Señorita...

La voz de la secretaria me saca del ensimismamiento. Recuerdo que todavía no tengo el puesto asegurado y trato de centrarme en la misión del día.

Asiento a modo de respuesta y me disculpo esperando que quedarse parada babeando sobre la alfombra no cuente como parte de la evaluación inicial.

—Lo siento.

La secretaria, rubia y jovial, señala al centro de la media luna que forma el grupo sinodal que decidirá si soy digna de pertenecer al equipo profesional del ACI. Tengo menos de treinta minutos para convencerlos de que soy un buen elemento.

—Mi nombre es Amsey Baretta...

Casi al instante, una oleada de murmullos se extiende por toda la mesa de sinodales y entiendo que esto no será una misión sencilla. Parece que en el ACI no han olvidado a mi padre y no parecen muy receptivos ahora.

Entonces lo veo.

Tiene la misma mirada ámbar que tenía cuando lo vi por primera vez en aquella cena familiar. Mi novio entonces: Dylan Chevalier, insistió por semanas enteras hasta que consiguió llevarme a la cena de aniversario de sus padres. Nuestra primera impresión no fue la mejor. Creo que después de un par de copas terminé llenándole el pecho de tarta de frambuesa a su hermano mayor: Galen Chevalier y nuestra presentación en adelante no hizo más que caer en picada.

La novia rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora