メ√ノ

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Aquella mañana, al despertar, Takeshi se entristeció al no encontrar a Katsuki a su lado. Enterró el rostro entre las sábanas y acarició la almohada en la que había reposado la joven guardia mientras aspiraba el perfume de las prendas.

Aún podía percibir el vaivén de sus cuerpos, la calidez de sus labios, la frescura de sus cabellos. No deseaba salir de ahí, no cuando corría el riesgo de que la dulce fragancia de su amada se desvaneciera con el paso del día.


***

Ya avanzada la mañana, Katsuki aún se encontraba sumida en una profunda confusión. Al despertar y encontrarse con la figura serena de Takeshi, durmiendo a su lado, un sentimiento incontrolable de posesión la invadió. Deseó, por un efímero instante, arrebatarlo del mundo onírico y susurrarle que huyeran juntos. Sin embargo, la cruel realidad se interponía entre ambos como un abismo insalvable. Un caos sinigual se desataría en el reino, su pueblo sufriría sin el liderazgo y la protección de su regente. Además, las sombras del ejército imperial los asecharían por siempre, y la sombría posibilidad de la ejecución pendía en el aire.

No podía permitir semejante desenlace.

Un sirviente del palacio irrumpió sus pensamientos con su saludo cordial, pero pese a su preocupación, Katsuki lo recibió con una máscara de quietud.

—¿Qué sucede, Hazuki?

—La emperatriz le envía esta nota a su majestad.

—¿La emperatriz viuda o...?

—La esposa de nuestro emperador —se apresuró a aclarar.

—Por supuesto —repuso ella con tranquilidad, aunque por dentro le bullía la sangre cada vez que mencionaban a la emperatriz, la esposa legítima de su emperador, la que, desde su llegada, solo había arrojado sombras sobre ellos—. De acuerdo, yo se la haré llegar al emperador.

Hazuki volvió a reverenciarla dando media vuelta, no obstante, cuando Katsuki iba a dirigirse nuevamente a los aposentos del emperador, una huella de duda la hizo detenerse. La imagen de ella enfrentando al emperador después de lo que habían compartido la atormentó, especialmente cuando tenía que entregarle un recado de su verdadera esposa.

Con una decisión sutil, volvió tras sus pasos y detuvo al sirviente Hazuki en su regreso por los pasillos.

—Olvidé que tengo asuntos de suma importancia que atender. Será mejor que entregues tú esta nota. El emperador ya debe estar despierto, así que te insto a que vayas de inmediato.

El sirviente obedeció y ella se apresuró a marcharse de ahí antes de que el emperador solicitara su presencia.

No estaba lista para enfrentarlo.


Las huellas de sus manos aún quemaban su piel, podía sentir sobre su boca la calidez de sus besos y en su oído la música de su voz aún resonaba, suave. Era demasiado pronto.

No se arrepentía de haberse entregado. Aquella experiencia bien había valido cualquier futuro sufrimiento que se desencadenara a partir de su imprudencia, pero sabía que no podría mirarlo a los ojos sin sentir la necesidad de lanzarse a sus brazos.

Sin embargo, su penosa situación no empañaba la maravilla de aquella unión. Era la primera vez que ambos se entregaban así, unidos para siempre en cuerpo y alma sin importar las reglas del palacio imperial.

Sí, Yang Liau le había robado la experiencia de su primer beso, pero ella ahora conservaba en su cuerpo la miel del amor carnal, la primera experiencia de su emperador. Y aunque no se enorgullecía por aquella agridulce victoria, se sentía plenamente consciente de que el corazón de Takeshi era un cálido y pequeño refugio, tan pequeño que solo podía abrigar a una de ellas.

Imperio de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora