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―¿Qué tienes, hija? Has estado demasiado callada

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―¿Qué tienes, hija? Has estado demasiado callada. Durante el viaje no parabas de hablar.

La princesa se dejó caer en la mullida cama. La cena había concluido y la familia real fue escoltada hasta sus aposentos. La princesa se quedó muda al ver su habitación. Una cama inmaculada la recibió, seguida por una sala colosal repleta de almohadones de seda y charolas de dulces y frutas esparcidas por doquier. Las luces de cientos de velas iluminaban cada rincón del magnífico lugar.

Sin embargo, Yang Liau no terminaba de sentirse a gusto.

―No es nada mamá, solo que esperaba algo más.

―¿Algo más? ¿De qué hablas?

―No lo sé. Quizás algo más de emoción, una caricia, una mirada. El emperador ni siquiera me miró, ¿te diste cuenta?

―Eso es porque se trata del emperador, hija mía. Es algo que debes aprender. Un soberano tan importante como él no puede permitirse demostrar flaqueza. Y mucho menos por una mujer.

―¿Ni siquiera por la mujer que se convertirá en su esposa?

La joven corrió a sentarse frente a un exquisito tocador en el que degustó de la imagen que le devolvía el espejo.

―Menos aún. Sería el hazmerreír de todo el reino. Anda hija, no te mortifiques por tonterías. Una vez que hayan roto el hielo te darás cuenta de que tus temores eran absurdos. No todos tienen tu sensibilidad romántica y tu capacidad para hacer amigos de forma tan rápida y natural.

Yang Liau reposó su babilla sobre su mano izquierda, haciendo una mueca de resignación.

―¿Viste a la mujer que lo seguía a todas partes?

―El chambelán real.

―¿Acaso un chambelán no debe ser hombre? Se encargan de los asuntos más íntimos del soberano.

―Bueno, sí ―afirmó la mujer que se había dado a la tarea de observar toda la habitación como si se encontrase en un museo―. Se dice que este emperador tiene ideas muy particulares acerca de los hombres y las mujeres, y de su lugar en el mundo. Hace poco decretó que cualquier primogénito de su majestad tendrá las mismas posibilidades de reinar sin importar el género.

―Sí, pero no me gusta.

―¿De qué hablas? ¿No me digas que te sientes insegura por esa muchacha? Jamás se encontrará a tu nivel. Además, esto es beneficioso para ti, hija mía; no tendrás que preocuparte por darle solo niños al emperador. Yo mejor que nadie conoce el costo de un error como ese.

Yang Liau bajó la mirada. La voz de su madre se había vuelto melancólica, de manera que se acercó a ella y le dio un cariñoso abrazo.

―Ya ves que no fue un error, madre. El rey sin duda está más que complacido ahora con la hija que le diste.

Imperio de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora