Una carta para ti

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El barrio Shinsekai en Osaka fue por mucho tiempo mi hogar, era un lugar pobre y bastante lúgubre, pero este sitio fue testigo de los horrores que viví en mi niñez. Desde que tuve memoria habían incontables cajas de antidepresivos sobre todo el hogar. Mamá solía consumirlos luego de las peleas que tenía con mi padre, al igual que él las ingería después del trabajo, aunque el efecto siempre era distinto dependiendo de las situaciones. Habían momentos donde ninguno de los dos las tomaba y el "dulce hogar" que debía tener se convertía en un campo de guerra y exterminio.

Padre decía que desde mi nacimiento su relación con "ella" había cambiado y había empeorado a lo largo de mi crecimiento. Lo que al inicio fue la salvación para su relación terminó siendo su destrucción. Hay muchos recuerdos que fueron borrados de mi mente, pero lo que más recuerdo era la época donde apenas tenía siete años. Realmente estaba perdido por aquel entonces, lo que se suponía debía ser una agradable infancia terminó siendo un infierno, no había amigos por ningún lado, mi madre lo intentaba, pero su dulce carácter era corrompido por la agresividad de mi padre que cada vez iba en declive. Él llegaba a casa a altas horas de la noche y el alcohol ya parecía una fragancia rutinaria.

En casa todo eran peleas y el constante sentimiento de soledad ante la ausencia de mis padres, aunque en el instituto las cosas no mejoraban, todo giraba en órbita tras las burlas de mis compañeros y la insistencia de mis maestros por los malos detalles que me conformaban.

"Kyojuro, ¿Otra vez vienes con el uniforme sucio?" Recordaba que siempre me llamaban la atención por el tema de higiene, ya que mi madre terminaba casi desmayada ante la agresividad de su esposo y no tenía la suficiente fuerza como para lavar mi ropa, por lo que yo debía responsabilizarme y hacer mi mayor esfuerzo por lavar el uniforme. Todas las tardes me escabullía con una pila de ropa en manos y dejaba que la lavadora hiciera su función, pero el problema era colgar las prendas en los tendederos. Habían ocasiones donde no podía hacerlo por mi estatura y al sentir la frustración terminaba esparciendo la ropa en aquella habitación, generando manchas en las prendas que aún estaban húmedas y emitían un hedor que se disipaba por mi cuerpo.

Esta era una de las incontables llamadas de atención que me hacían en el colegio, pues la camiseta que debía ser blanca comenzaba a teñirse de un sucio y opaco amarillo, mis zapatos tenían algo de tierra y mi apariencia física era un tanto deplorable. En comparación con mis compañeros, ellos tenían planchada sus camisas y aquellos shorts de gabardina azulada estaban perfectamente intactos, sus zapatos negros brillaban de lo boleados que estaban y en perspectiva conmigo todo era al contrario, mi físico era desaliñado y un tanto desagradable, así que sufría siendo el apartado social.

Sin embargo, no todo era malo (O así lo quería creer) pues habían ocasiones donde mi padre salía a trabajar lejos del pueblo y podía disfrutar del amor maternal. Las tardes en parques, el delicioso aroma del tempura friéndose en aceite, incluso las noches llenas de paz donde todos mis miedos se iban con un delicado beso en mi frente... Adoraba esos momentos de paz. Aunque en una fatídica tarde todo cambió.

Años más tarde había llegado a la adolescencia, era lógico que tendría cambios de humor y todo en mi cuerpo se desarrollaría, pero lo que marcó un antes y después fue la "misteriosa" falla en el calentador eléctrico de casa el cual terminó explotando justo cuando yo estaba en clase. Ese día mi padre fue a recogerme al colegio y fuimos de inmediato a casa la cual estaba repleta de reporteros, ambulancias, patrullas y los bomberos quienes intentaban apagar las llamas en la estructura dañada. Al momento no pude procesar nada de eso, mi mente a los catorce años era un asco, sin embargo la perspectiva de la vida cambió cuando mis ojos captaron el cuerpo cercenado de mi madre, estaba irreconocible si éramos honestos, pero a mí no me importaba, solo corrí en su dirección y esa vista quebró en pedazos mi corazón, esas manos suaves estaban ensangrentadas, su cabeza tenía agujeros y su pelo lacio estaba completamente dañado. Hasta la fecha he tenido pesadillas con esa escena, fue tan grotesco para mí, aunque ahora que lo pienso él que peor lo pasó fue mi padre.

Dos hombres en un departamento con el corazón destrozado seguramente es la peor experiencia del mundo, Senjuro Rengoku era el nombre de mi superior, según tenía entendido era contador de una empresa poco reconocida que tenía varias sedes distribuidas por Japón, pero al llevar grandes contadurías y mucho estrés por parte de sus superiores más aparte el cargo de un adolescente en plena rebeldía no era tan sencillo, aún más con su adicción hacia el alcohol.

En ese tiempo tuve que dedicarme a los deberes domésticos y académicos junto con una oleada de emociones negativas por la ausencia de mi madre. Todas las mañanas era prepararme un desayuno e irme al instituto, luego de ello debía ir a una tienda de conveniencia y comprar cosas para comer para finalmente hacer las tareas que me correspondían. Hasta la fecha no puedo contar cuántas veces pasaba horas llorando por mi vida, las lágrimas nunca tuvieron un final, siempre me encerraba en la habitación designada para mí en el departamento y todo a mi alrededor era un caos. Habían lámparas rotas, libretas destruidas e incluso cuadros rotos ante los ataques de ira. La cúspide de mis problemas se paralizó cuando en una noche solitaria mantenía mis ojos hinchados de tanto llorar y me aproximé hasta el refrigerador en búsqueda de hielo para desinflamar mis ojos, pero encontré todo lo contrario, había una pila de cervezas, fue ahí donde mi vida tomó un rumbo diferente al habitual, a temprana edad empecé a consumir alcohol.

— ¡Maldito hijo de perra! — Todo en mi cabeza daba vueltas gracias a una gran dosis de etanol, pero mi vista se nubló cuando recibí el impacto proveniente de la mano de Senjuro, esto incluso me hizo caer directamente al suelo. — ¡¿Desde cuando empezaste a beber, eh?!

Su voz insoportable resonaba por toda mi cabeza, ya habían pasado meses desde que había desarrollado un peculiar gusto a la cerveza, aunque en ese momento solo supe guardar silencio y mirar mis manos que sostenían mi cuerpo, no dure mucho en esa posición pues sentí otro impacto en mi rostro por parte de mi padre.

— ¡Contéstame carajo!

La bebida hacía que todo mi dolor y preocupaciones se fueran, pese a ser un adolescente ya estaba viviendo la vida de un adulto responsable gracias a la ineptitud de mi progenitor. De solo pensarlo podía sentir un calor que jamás había experimentado, mis manos se apretaban y realizaban puños llenos de coraje por lo que ahora estaba pasando, incluso mi rostro se alzó y lo encaré por primera vez.

— ¿No era predecible que bebiera luego de que es el único ejemplo que me das? El refrigerador en vez de tener comida está lleno de puta cerveza.

No me arrepentía de decir eso, al contrario, me dio el impulso suficiente para pararme sin importar los breves tambaleos que ejercían mis piernas con el simple propósito de recriminar todo lo malo que había ahí por no decir explícitamente que todo era una basura.

— Tu te largas y me dejas con toda la responsabilidad del departamento, yo tengo que buscar mi propia comida, ni una sola vez haz podido ayudarme con la tarea, ¡Ni una sola!

El rostro de mi padre se engrandeció cuando pude incorporarme de forma firme frente a él, estaba encarándolo de una manera que jamás había pensado en hacer, sin embargo, todo cayó en mí como un balde de agua llena de hielos al escuchar sus próximas palabras, pues incluso se tuvo que voltear para poderlas decir.

— Siempre quejándote cuando nunca te falto nada en la puta vida, sé que soy un padre de mierda y que también fui un esposo horrible, pero tu sola existencia y la de tú madre fueron lo peor que me pudo pasar, ninguno de los dos pudo darme lo que siempre he querido.

Esas palabras significaron un antes y un después en mí, recuerdo que esa discusión todavía está inconclusa en mi cabeza, pero esas palabras fueron lo que dieron rumbo a lo que me convertí de adulto. Mi actitud de mierda se vio reflejada en todas mis relaciones interpersonales, incluso ahora con veinticinco años puedo decir que lo intenté, di todo de mí pese al constante hostigamiento de mi padre, y al menos en la adolescencia intenté ser el mejor lo cual resultó bien para entrar a la universidad en una carrera de ingeniería, pero todo ese dolor... Descubrí que el mejor método para calmarlo es un pinchazo en mi antebrazo mientras la droga va entrando en mi torrente sanguíneo. No recuerdo bien como pasó, la única memoria que persiste en mi cabeza eran esas luces neón a lo largo del taciturno callejón que daba directo hasta mi hogar, todos esos anunciantes con vívidos colores eran tan llamativos, al menos lo suficiente como para hacerme admirarlas por horas y aún más bajo el efecto sedante que habitaba en mi cuerpo. ¿Pero de verdad es relevante?

"Aún te extraño mamá, pero ese chico noble y gentil que era antes ya no está, después de que te fuiste todo terminó mal para mí. La relación con papá, los estudios, incluso mi estado mental. Extraño tus consejos, tu amor... Si muero a causa de una sobredosis... ¿Al fin podré verte?"

Adicción al Neón (RENGOKU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora