― pulsera ❜

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 SOULIZ 

❛ Matías pierde su pulsera favorita ❜

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—¿Todo bien, Mati? —preguntó el chico de prendas rojinegras, haciendo que deje de revolver entre los papeles de su mesita de luz por un segundo.

—Sí, Bri... Perdón, Enzo —se corrigió enseguida al darse cuenta de que había confundido el nombre de su amigo—. Disculpa, ando con la cabeza en otra cosa.

Su vecino de cuarto se rio antes de apartar el pilón de ropa que estaba en la cama, colocando todas las prendas a los pies de la misma para poder sentarse a su lado. Matías no era alguien desordenado, por lo que le causó curiosidad cuando entró a la habitación y vio todo patas para arriba.

—Me di cuenta —dijo, apoyando una mano en su hombro, queriendo calmarlo. Enzo de verdad esperaba que no sea alguna de sus crisis o ataques de pánico. Conocía a Matías hace años, al punto de que era prácticamente un hermano, y le dolía verlo mal—. ¿Pasó algo?

El menor suspiró, quitando sus manos de los pápales que estaba revolviendo para llevarlas a su cabeza, pasándolas por su cabello, pero quitándolas antes de llegar a su nuca. Toda la vida había tenido el pelo largo, y peinar su cabello para jalar un poco sus greñas cuando estaba nervioso era una mala costumbre que había adoptado, pero que ya no podía hacer ahora que se había rapado. Sin embargo, aún no lograba sacarse el reflejo involuntario de hacerlo cada vez que se sentía agobiado.

—No encuentro mi pulsera —explicó, girándose sobre su hombro, encontrándose con los ojos claros del mayor.

—¿Qué pulsera? ¿La que compraste hace unos días? —preguntó, haciendo referencia al accesorio que el chico de ojos marrones había adquirido esa misma semana.

Habían viajado a una de las ciudades vecinas por temas políticos, y en su tiempo libre, ambos habían aprovechado para visitar uno de los mercados más importantes. Pese a ser un príncipe, Matías no era alguien que despilfarraba su dinero, pero cuando veía algo que le gustaba, era capaz de pagar una fortuna. Eran caprichos que le agarraban donde gastaba grandes cantidades de dinero, aunque solo eran dos o tres veces al año, por lo que nadie le recriminaba aquella actitud.

Esta vez, su enamoramiento más reciente había sido una pulsera decorada con piedras negras en forma de trébol de cuatro hojas. El mercader —un chico de ojos verdes y rulos castaños— les había explicado que se trataba de una pulsera de oro y ónix.

Según lo que les había dicho joven de cabello anaranjado que atendía el puesto junto con el otro chico, aquellas piedras tenían el poder de absorber toda la energía negativa, protegiendo a su portador de cualquier infortunio, favoreciendo así la autoconfianza y la vitalidad... y también les informo que costaba lo mismo que tres camellos.

A Enzo le había parecido bastante por una simple pulsera, pero los ojitos brillantes de su mejor amigo lo hicieron saber que Matías se había enamorado que aquel objetivo a simple vista, por lo que sacó una bolsa de monedas de plata para pagar por aquel brazalete.

—Si. Ya revolví todo el cuarto y no la encuentro —explicó el menor, echándose hacia atrás, hasta que su espalda tocó las suaves sábanas de lino, para acto seguido llevarse nuevamente las manos a la cabeza, tapando su rostro con frustración.

—¿No te acordás dónde la dejaste o cuando la usaste por última vez? —indagó el mayor, queriendo ayudar al chico para solucionar el problema lo más rápido posible.

—No —respondió Matías, emitiendo un pequeño quejido, y Enzo pronto pudo ver como los hombros del príncipe más joven se movieran de arriba a abajo, y la poca piel visible de su rostro se tornaba roja—. N-no me acuerdo, y-yo no...

❥ ;; One-shots de la Sub-20Donde viven las historias. Descúbrelo ahora