Ánforas

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(Publicado en  "Memoria de Olivo", 2022, Editorial Liberman, Jaén)

 Niki detiene el auto y observa a su alrededor. No hay autos estacionados ni aves en el cielo. No se escucha un solo ruido en la ciudadela de casas nuevas, idénticas y de arquitectura retro. Su sexto sentido se activa en cuanto Minerva sale de casa y la invita a pasar, pero decide ignorar las señales y entra sin saber que nunca saldrá de allí. Abrazo. Beso. Qué bueno que pudiste llegar. Sí, me perdí un poquito, pero llegué.

Minerva es más alta y muchísimo más guapa de lo que parecía en las fotos y se mueve como si posara para un catálogo, mientras le da una copa de vino a la invitada y se va a su habitación. Niki se queda de pie, observando la sala amoblada como en una casa modelo, con sillas Ikea y oleos abstractos elaborados en China. Casa sin alma que la hace sentir como si estuviera dentro de una vieja revista. En la sala tampoco se escucha ningún ruido. Ni el aire acondicionado. Niki se arrepiente de salir de la ciudad por un polvo en hora pico. Otra decepción de Tinder, augura, como si ese fuera realmente el problema. Minerva se asoma al rato, disfrazada de gata sexy, y la invita a entrar. Pero no es tan sexy. Sus movimientos, como todo lo que Niki ha visto desde que llegó a la ciudadela, son acartonados, secos, casi robóticos. Minerva abre el cajón del velador y saca un frasco pequeño, del que extrae una aceituna, la chupa un poco y se la pasa a Niki con un beso. Sin romper el hielo. Sin charla para conocerse. Sin el juego de la conquista.

En cuanto la aceituna llega a su lengua, Niki se siente como si hubiera tomado éxtasis. Percibe lo terroso del vino y hasta fantasea con irse de picnic a un viñedo. Luego se percata de que puede percibir cada fibra de su blusa y la música la penetra, haciendo flotar sus brazos lentamente, como si estuvieran a merced de un titiritero marihuano. El terciopelo del disfraz hace vibrar cada poro. Luego, el sexo es súbito, frenético, y no siente el tiempo hasta que observa a Minerva dormir. Niki trata de atesorar en la memoria lo que ha sucedido, pero el recuerdo se desvanece. El humo del cenicero a punto de desaparecer. Un rapidito, en la más breve extensión de la palabra. Después de eso, no queda más que dormir.

Al despertar, Niki está algo aturdida y no recuerda dónde está, hasta que ve a Minerva dormida. La cama después de la tormenta. El hambre repentina la intriga. Es como si no hubiera comido en días y recién se diera cuenta. Ese desfase temporal la hace pensar en Circe, la isla y un viaje pendiente que no viene al caso. Su prioridad es llegar a la cocina. En el refrigerador hay fundas con carne cruda, hierbas que no logra identificar, un pedazo de torta y una jarra de leche, pero el hambre de Niki es de sal. Saca una porción de carne y justo antes de abrirla, nota que tiene un nombre de mujer escrito, acaso su roommate. Las otras dos porciones tampoco son de Minerva y si las roommates le pusieron su nombre a la comida, es claro que no debe tocarla.

Saca el celular de la cartera para pedir comida, pero está apagado. Mientras evalúa sus opciones, ve un frasco junto a la ventana de la cocina, lleno de aceitunas brillantes y oleosas. Al abrirlo, el aroma a olivas invade su piel como si fuera una brisa. No entiende cómo, pero intuye que cada oliva le puede dar una sensación diferente, desde la tristeza más demoledora a la excitación más sublime. Siente que la llaman desde los anaqueles y allí encuentra varios frascos de aceitunas y botellas de aceite de oliva. Cada frasco tiene un año rotulado en un papel amarillento. Puede diferenciar un brillo particular, un tono de verde y hasta una forma de flotar. Se mueven diferente. Huelen diferente. Vibran diferente. Además de los frascos, hay varios jarrones. Ánforas, se corrige a sí misma. Ánforas panatenaicas, agrega. Solo entonces, al notar que puede nombrarlo todo de diferentes formas, Niki entiende la diferencia entre oliva y aceituna. Entre oleo y aceite. Entre Mediterráneo y Nueva España. Entre cornezuelo de Jaén y Nocellara.

Por impulso, remueve el líquido con su dedo y se lo pone bajo la lengua. Entonces llega la visión. Una mujer, tal vez esclava, recoge olivas cerca de Tesalónica, la Tesalónica de hace tres mil años. El aceite de otro frasco le recuerda a un campo andaluz. Las demás visiones son de países que ya no existen, de pueblos que ya no son. Ese conocimiento le llega junto a paisajes y rostros. Escucha conversaciones y cantos en idiomas que entiende por su carga emocional, pero no por su contenido. Puede ver el oleo que se derrama sobre ensaladas, pan y filetes de pescado, para llegar después a los labios de princesas, comerciantes, monjes y marineros. Tal vez la drogaron, piensa Niki, y ya le están vaciando las tarjetas. Pero si así fuera, ojalá le digan qué droga usaron, porque vale los $450 que tiene en su cuenta. No hay vuelta atrás. Si va a alucinar, entonces que sea a lo grande. Niki encuentra el frasco más antiguo, uno que dice "1800 B.C.". Le basta el aroma del aceite para conocer su pasado. Un bote. La costa cercana. Mediterráneo. El capitán, un viejo manco, agarra su talego. En el muelle, dos soldados miran hacia la lejanía. Llega al puerto. Ya lo conocen y lo dejan pasar a cambio de un par de monedas. De pronto, alguien agarra su mano y se rompe la magia.

Un leve mareo la regresa al aquí y ahora. Busca a Minerva por toda la casa. No está. Ojalá haya ido a buscar comida. No está. Se viste y nota que la ropa le queda algo floja. No recuerda haber estado así al llegar a casa, pero no tiene tiempo para pensar en eso porque la ansiedad la lleva de nuevo a los frascos. Tampoco están. Toca la puerta de una habitación, decidida a pedirle carne a la roommate, pero la puerta tiene seguro. La otra habitación está abierta y se escucha un murmullo. La luz apagada. El aroma inconfundible.

Adentro hay más frascos y ánforas sin rotular en perchas. Cientos de vidas en total. Minerva está desnuda en una tina de madera llena de aceite de oliva, en cuya superficie flotan hierbas que no logra identificar. Minerva le hace la oferta: Si la baña en esa tina, podrá transferir su conciencia, su vida, a una oliva. Se quedará con otras olivas de diferentes épocas en un barril y luego la pondrá en un frasco. Tal vez la conserve en un lugar especial junto a sus amantes favoritas. Eso lo decidirá después de probarla y sondear sus mejores recuerdos, los que quedarán grabados en la oliva.

La propuesta es tan absurda, tan ridícula, que debe ser cierta. Lo es. Niki lo sabe porque ya pudo probar varias vidas. Y si no es verdad, lo único que perderá es su tiempo, desnuda en una tina con el polvo más excitante que ha conocido en Tinder, el polvo más excitante de toda su vida. Se desnuda, se acurruca en el regazo de Minerva e inmediatamente, el aceite de oliva la adormece. Minerva toma una oliva y la pone en su boca. Niki debe chuparla suavemente sin tragarla mientras Minerva murmura y canta en un idioma ininteligible.

El tiempo vuelve a ponerse extraño. Niki intuye que al compartir el aceite con las otras olivas, podrá sentir todo lo que sintieron a lo largo de sus vidas. Vivirá cientos de vidas sin tener que preocuparse por la planilla de luz, la policía moral o el transporte. Entonces empieza la duda. Se pregunta por qué estaba cerrada la otra puerta. Si hay olivas de hace tres mil años, ¿Cómo es que hay tan pocos frascos? Puede ver y escuchar, pero no puede sentir el tacto, la temperatura, el sabor. Vivirá el resto de la eternidad como espectadora y disparadora de recuerdos, y eso no es vida. Quiere conocer más mujeres y sentirlas en la piel, no solo en la memoria. No, así no. Pensándolo bien, no está lista para ese nivel de compromiso. Trata de resistirse, pero está demasiado liviana. Ya no siente nada dentro de su boca. Ya no siente su cuerpo.

Minerva la mira satisfecha y aliviada. Ese momento antes de perder la conciencia es siempre el más problemático y algunas logran salirse de la tina, pero el aceite de oliva les impide escapar. Resbalan. Nadie sale de la casa, y si lo hicieran, no sabrían a dónde ir. Aún así, fue arriesgado hacer venir a Niki a la ciudadela, pero Minerva está demasiado débil como para salir. También fue arriesgado buscar una amante en Tinder, pero la carne que queda en el refrigerador ya no le apetece y tiene hambre. Mucha hambre.

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