Nata

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Raspar la tierra es más difícil de lo esperado. Lleva media hora de rodillas, quitando la fina capa con su pequeña aspiradora de mano. Guarda la tierra en una funda de hule y escanea el nivel de contaminación del suelo. Debe ser prolija para impedir que las nanopartículas de barmalia se adhieran a la tierra, se conviertan en costra y dejen el suelo yelmo. El ruido de la aspiradora es molesto, pero ya nadie vive cerca, así que las casas podrían ser guarida de algún viajero cansado. Nata se seca el sudor del rostro y se acomoda el flequillo para ver mejor y sigue raspando. Siente que sus pulmones se vuelven gelatina y el corazón se le pone chúcaro. La espalda le dolía desde antes de arrodillarse por primera vez, así que se acuesta de tanto en tanto para reponer fuerzas.

El montículo tiene un brillo como de telaraña. Así mismo se ven sus pulmones por dentro debido a las tormentas de polvo y barmalia que recorren el paisaje gris e invaden gradualmente cada vena, cada cartílago, cada neurona. Nata afloja la pala, se acerca a la caja de madera y saca de allí la poma de vidrio llena de semillas. No sabe de qué son, pero está segura de que no tienen la capa de barmalia y que podrían dar tomates, rábanos o alguno de los vegetales de los que ya ni se acuerda. Al ver el frasco, recuerda que debe tomar su cápsula, un nanorobot que se libera en el torrente sanguíneo, recoge partículas de barmalia y las libera por la orina. Una cápsula por hora es la dosis que puede pagar, pero aún no se sabe si le servirá para durar un poco más.

Nació el día en que anunciaron el invento revolucionario que colocó la nanotecnología en cada producto para solucionar todos los problemas del mundo. Sus padres trabajaron en una de las decenas de factorías que no alcanzaban a abastecerse para producir una pintura que absorbía energía solar y la enviaba a la red eléctrica. Ambos murieron durante la primera ola de infartos cerebrales, junto a millones de obreros que trataban de saciar el hambre de ordenadores, baterías, procesadores y cables de transmisión. Cuando Nata se quedó sola con su hermana, no hubo quién las adopte y se quedaron a vivir en la casa familiar. Los vecinos se organizaron para alimentarlas y administrar las casas de los obreros muertos, a las que llegaron nuevos obreros para ocupar sus puestos y morir después de un par de años por culpa de la barmalia, que se había vuelto adictiva como una droga fuerte o como el amor: sabían que los estaba matando, pero no podían dejar de utilizarla. Cada día aparecían nuevos usos, se abarataba el costo de producción y perdía calidad para acelerar procesos de fabricación, sobre todo cuando lograron producirla con impresoras 3D caseras. El emprendimiento se democratizó a tal punto que hasta Nata tenía una impresora 3D, con la que hacía indistintamente armas medievales, ropa o sistemas de riego por goteo para las tareas de la escuela.

Mientras en el medio oriente hacían florecer el desierto gracias a árboles artificiales que atraían lluvias, en los pueblos que tenían una o más factorías, la vegetación desaparecía poco a poco al formarse la costra de barmalia que bloqueaba las raíces como si fuera un preservativo. De cada problema surgía una solución que requería más barmalia. Árboles artificiales para reemplazar los que se perdían. Abejas robóticas que luchaban para impedir que sigan desapareciendo especies. Brazos robóticos e inteligencia artificial para reemplazar a los obsoletos humanos que morían después de exponerse a la barmalia por un año. Filtros para desalinizar el agua de mar y usarla en reemplazo del agua de los manantiales, contaminada ya por la barmalia. Sistemas de centrifugado para filtrar la barmalia que se escapaba de los filtros de desalinización. Fábricas de carne para reemplazar a las vacas, gallinas y cerdos cuyos pulmones colapsaban en los criaderos. Robots de todas las apariencias imaginables para reemplazar a las mascotas a quienes ya no había forma de alimentar o dar atención veterinaria especializada. Nata sí llegó a tener un gato de verdad, pero lo dejó morir cuando imprimió su propia mascota robot, un pony en miniatura que vendió años después para comprarse un dragón de colores, que desapareció un día, seguramente víctima del hackeo de algún vecino aburrido. Desde entonces, decidió no tener más mascotas. O sí. Saciaba su necesidad visitando el zoológico de robots cada semana. El zoológico fue la atracción del pueblo por un año, pero el creador se fue a Alemania, contratado por una cadena de zoológicos que hacía varios shows en Europa durante todo el año. Después de eso, un tipo se instaló en el zoológico y lo convirtió en freak show, al que solo llegaba gente rara. Nata era de las menos raras, pero era la que más seguido aparecía por allá hasta que alguien empezó a decir que también ella era un robot del freak show.

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