C e r o

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Sé que ir a reuniones escolares es una mierda, más cuando han pasado unos quince años sin ver a estas personas y tu más simple recuerdo es, que, ¡oh, sorpresa!; ellos también son una mierda.

Sí, es algo normal decidir si ir o no. Pero hace unos cinco meses terminé con mi novio de tres años, con el cual casi me ánimo a casarme y tener hijos. Hace cinco meses tengo un bloqueo creativo. Hace cinco meses el dinero que gano no es mucho. Y, sin contar todas mis demás desgracias, parece que sí, en efecto, hace cinco meses comenzó mi muy mala suerte.

Pero, no importa, ya que estoy aquí, en una mesa con cuatro personas a mi alrededor, que odiaba cuando estaba en la secundaria.

¿Por qué? ¡Fácil!

A mí derecha, nos encontramos con el tormento adolescente, soy un idiota, pero todos se ríen de mis chistes, Luis. A mí izquierda, me encantan los hombres mayores y si no hablas, eres muda y me burlaré de ti, Karina. Y más a mi izquierda, soy gay pero lo escondo con chistes machistas, Raúl.

Obviamente, todos los anteriores apodos fueron puestos por mi yo adolescente.

Y, sinceramente, no había pensando en estas personas hasta hace unas dos horas, cuando las vi y, al igual que personas sin (¡duh!) desarrollo de personaje, no parecen haber mejorado mucho.

Pero, sigue estando bien para mí, siempre y cuando no intenten que yo converse con ellos, pero, ¡vamos! Eso es imposible.

—… entonces… —continúa Karina, mientras sus ojos se posan en mí—, Santi, ¿no has tenido... no has hablado con Emily?

Esta persona, que estaba a punto de tomar un sorbo de vino, se detiene a medio camino. Retiro la copa y la vuelvo a poner encima de la mesa, sonrio levemente y miro a Karina, mientras digo una simple palabra: —No.

—¡Aún sigue muda, la muchacha! —grita Raúl exageradamente. Estoy a punto de poner los ojos en blanco, pero me controlo y lo miro—. Pero es algo normal, ¿no? Ya puedes dejar la mariconería de lado y pensar en casarte con un hombre de verdad —al final, se ríe como si hubiera dicho el mejor chiste de su vida. Ja, ja, ja.

—¡No puedes decirlo así, cariño! —dice Karina—. ¿No sabes acaso que la palabra maricona es una palabra despectiva? ¿Cómo sería digno de ti, decir una palabra... tan... guau?

Estas personas son tan raras, pienso. Incluso yo he aprendiendo a no odiar (tanto).

Al final, estas personas siguen conversando y hablando mal de sabe quién cuántas gente más y, no se detienen hasta que tenemos que irnos.

Cuando las personas se comienzan a ir, soy la primera en separarme del trío divertido y, después de algunas cortas, pero, trágicas despedidas, consigo irme de este hermoso lugar.

Comienzo a caminar por las calles y, antes de que pueda detenerme, mi cuerpo ha dado la vuelta y se queda mirando el lugar en el que hace sólo unos minutos estaba.

Es muy extraño.

Durante mi primer año de secundaria me di cuenta de que tenía interés tanto por los hombres, como por las mujeres. En mi quinto año de secundaria, comencé a salir con una chica cuya personalidad era mil veces diferente a la mía. En sexto año, último año de secundaria, terminó conmigo porque se dio cuenta de que solo tenía interés por los hombres. Dos años después de haber entrado a la universidad, tuve mi primer novio, seis meses después, rompimos. Después de eso, fue un vaivén; relaciones de meses e incluso de tres a dos años.

En un abrir y cerrar de ojos, ya han pasado quince años.

Estoy en la edad en la que (según miembros mayores de mi familia), debo casarme y tener hijos. Sin embargo, siento que eso no me haría sentar cabeza, como ellos dicen. Pero incluso sin hacer eso que me dicen que haga, hay algunas veces en las que me siento sola.

Quizá es, porque cada vez que comienzo con una relación, no doy completamente todo de mí. Me digo a mí misma que todo va a terminar, entonces, ¿por qué arriesgar todo cuándo aún vas a perder?

¿Quizá es porque he tratado al amor como un juego? Pienso, mientras comienzo a caminar por otra vez, en dirección a mí casa.

En realidad, después de unos meses después de haber terminado, había dejado de pensar en ella.

La forma en la que en un año se había convertido en mi persona más importante y como, un día, de repente todo terminó, trayéndome la cruel realidad de que si una persona no está comprometida en una relación, no podrá funcionar.

No sé, pero tampoco le voy a dar más vueltas al asunto.

En el momento en que llego a mi casa, lo primero que hago es ver los papeles que me han enviado, ya firmados, confirmando que en unos días estaré compartiendo habitación con una persona más.

Lo reviso por un momento, antes de dejarlo de lado.
Me recuesto sobre el mueble, mientras miro el techo.

Me he puesto nostálgica, pero no sé siente mal. Sonrío un poco. Estos momentos son los mejores, en los que sé que tendré más inspiración para ilustrar.
Mis ojos poco a poco se van cerrando, sin darme opción a la negación. No fue un día tan agotador para mí, sin embargo y, quizá por todos mis pensamientos, mis sueños este día fueron un poco..., peligrosos.

En uno de mis sueños, lo primero que puedo ver es su cara. Su cara enojado. No sabía y sigo sin saber por qué estaba enojada, ya que en ese momento no nos conocíamos, pero la primera vez que la vi, fue cuando estuvo en una pelea.

En ese momento, como toda adolescente que es un poco diferente a todos a su alrededor, mi primera impresión de ella no fue la mejor. Por lo tanto, cuando recién estaba empezando la escuela y nos encontramos en el mismo salón de clases, la ignoré.
Y, como si fuera todo un cliché, mi primera buena impresión de ella vino cuando nos asignaron una tarea en grupo. Me ayudó mucho y, aunque sus notas eran las peores del curso, en realidad, cuando se esforzaba, hacía las cosas mejor que bien.

Mis sueños están desordenados, sin poder ver claramente cada escena. Incluso, se puede decir que han sido alterados, ya que algunas de las cosas con las que sueño, no habían pasado.

Como el beso en la heladería. En ese momento ni siquiera había pensando en ella como algo más que una amiga, así que era imposible que eso sucediera.

O como cuando nos arroparnos con un abrigo bajo la lluvia. En realidad, yo llevaba sombrilla, por lo que era estúpido habernos quitado la sombrilla por un simple abrigo que no nos protegería.

Como cuando sus padres nos descubrieron besándonos, entonces, ella me habría abrazado. Pero, en realidad, se quedó parada de lado mientras a mí me maldecían por haber llevado a su hija por un mal camino.

No hubiéramos salido del closet a menos que no se lo hubiera rogado.

O como cuando su llamada llegó y, yo, emocionada contesté, entonces, ella diría que solo extrañaba escuchar mi voz. Pero en realidad...

Cuando me despierto, ya son las 5:39 de la madrugada. Me seco todo el sudor que tengo en la cara y me levanto, antes de poder acercarme a la cocina, me detengo. Recuerdo que me he despertado hace tan sólo unos segundos y me doy la vuelta.

Voy hasta mi habitación y, después de recoger mi tableta gráfica y conectarla al ordenador, decidiendo por mí, que ya no estoy caliente, voy hasta la cocina y bebo agua.

De regreso al escritorio, me siento y enciendo el ordenador.

Aunque los sueños de la noche anterior hicieron que no pudiera dormir bien, por lo menos eso será recompensado con el hecho de que me siento inspirada a ilustrar.

Lo último que pienso antes de hundirme en el extraño mundo de la ilustración, es que, intentaré mejorar todo de mí. Tendré una inquilina, así que intentaré ser su amiga. Saldré. Leeré. Quiero encontrar una mejor versión de mí misma que me pueda demostrar que puedo lograr todo lo que quiero por mí misma.

Lo intentaré, pienso.

Cuando la primavera llegue, recuérdame Donde viven las historias. Descúbrelo ahora