2. El cardenal

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   Un torbellino de ideas indefinidas invade mi mente, mientras un peso de diez kilos se instaura en mi pecho. Me encuentro totalmente desconcertada con la revelación del padre Marcos.

   Las preguntas se atoran en mi garganta y siento como la desgarran con cada segundo que pasa. Cada que intento darles orden a las palabras para expresarlas, se mezclan todas en un absurdo cóctel de letras sin sentido.

   ¿Por qué están interesados en mí?

   ¿Cómo, siquiera, saben de mi existencia?

   ¿Alguien habría demandado su tutoría sobre mí? Es la única explicación lógica para esto. El único nexo existente entre la Santa Sede y yo. Y si es el caso, ¿quién es tan desalmado para hacer algo así? A ver, soy consciente de que la he cagado varias veces con las monjas. No debería haberles leído las cartas del tarot a mis compañeras de cuarto. Ni enseñarles a usar mi péndulo de cuarzo para hacer trampa en los exámenes. Pero eso tampoco es tan grave, no como para llegar al Vaticano al menos. Sé muy bien como la Iglesia maneja este tipo de asuntos, y no es de esta forma.

   «No, no, no» repito mientras descarto cada una de mis teorías.

   Debo enfocarme. No es el lugar ni el momento para tener un ataque. Respiro hondo y aprieto con la yema de los dedos el punto medio entre mis dos cejas, un ejercicio que casi siempre me ayuda a estabilizarme. Cuando he conseguido reprimir el ataque, pregunto:

   —¿Por qué? —Fueron las únicas dos palabras que pude formular, y creo que engloba de manera acertada a la sección más grande de interrogantes que me estaba planteando.

   —No son muy claros los motivos —dice con tranquilidad—. Quieren que continúes con tus estudios en el Instituto Viarum.

   ¿Instituto Viarum? Conozco cada casa de estudios de la zona y jamás había escuchado de esta. ¿Qué es ese nombre? ¿Y desde cuándo no menciona la religión? Donde vivo la mayoría de los internados son de enseñanza católica, es casi imposible encontrar uno que no lo sea. Además, ¿por qué la Iglesia querría enviarme a un lugar donde no se aplica su filosofía? En este punto no logro comprender nada. Ni por qué quieren cambiarme de instituto, ni por qué citaron al padre Marcos al otro lado del mundo por esa razón.

   —¿Me quieren cambiar de institución? —Libero al instante mi entrecejo de la presión que le estaba ejerciendo—. No lo entiendo... Creía que solo me conocían unas pocas personas de tu entorno.

   —Y así es. Es solo que, los acontecimientos que han tenido lugar en el último año han dado de qué hablar entre las personas que rondan estos pasillos... —Marcos hace una pausa para tragar saliva y, con un tono que no distingue entre comprensión y acusación añade—: ...y tú has estado involucrada en todos ellos.

   No puedo creer lo que insinúa. Marcos es la única persona que jamás cuestiona mi versión de los hechos y confía en mí ciegamente. ¿Desde cuándo había empezado a dudar de mi credibilidad? Porque no pienso aceptar ni por un segundo que un anciano ególatra con complejo de dios lo haya convencido en cinco minutos de que soy una mentirosa.

   —Creía que confiabas en mí —pronuncio mientras noto como mi estómago se revuelve, y en este punto ya no distingo si es un síntoma del ataque o la profunda decepción que asoma a medida que Marcos pronuncia cada sílaba.

   Marcos niega con la cabeza y se inclina sobre el escritorio. Intenta tomar mi mano pero se la saco.

   —Y lo hago, Gina. Yo no he sido quien avisó a la curia sobre esto. 

   —¿Sabes quién fue? —interrogo.

   —Todavía no. Los padres de algunos alumnos de aquí tienen conexiones con altos rangos eclesiásticos... —Se concentra en un punto detrás de mí—. Sin tener en cuenta al resto de las personas que conforman el instituto. La hermana Helena es la protegida del arzobispo Galván y digamos que no eres de sus estudiantes favoritas...

El séptimo hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora