26. Un gran padre

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MARATÓN 2 DE 3

Zack:

—Vamos a darnos un chapuzón —comenta Sofía al llegar a nosotros de la mano de su esposo—. ¿Se apuntan?

—Oh, sí —dice Tahira, poniéndose de pie.

Annalía le sigue y yo no tardo en quitarme el short quedando en el bañador, para luego sacarme el pulóver. Acomodo mi ropa sobre una silla plástica mientras las chicas se dirigen al agua y, a punto estoy de seguirlas, cuando un grito de Emma llama mi atención.

—¡¿Qué es eso?!

La busco con la mirada, justo a tiempo para verla levantarse de la tumbona a gran velocidad, enredándose con la toalla que estaba en el borde. Da varios saltos en un solo pie intentando liberarse y de puro milagro no termina revolcada en el suelo.

Doy un paso hacia ella dispuesto a ayudarla, pero consigue incorporarse y sin entender nada, la veo correr hacia mí. Su vista está concentrada en algo en mi pecho y no es hasta que bajo mi cabeza que me doy cuenta de qué se trata.

Mierda.

El tatuaje.

—¿Te hiciste un tatuaje?

Me rasco la cabeza un poco incómodo y juro que cuando su mente interioriza de qué se trata, casi le da un infarto. Intercala su mirada entre mis ojos y el dibujo varias veces, con la boca entreabierta.

—¿Emma? —pregunto porque, maldita sea, parece que sus neuronas hicieron cortocircuito.

—¿Eso es lo que creo que es?

—Esa es una pregunta tonta, hermanita.

—¡Mamá! —grita, sobresaltándome—. ¡Luciana!

Doy un paso hacia atrás un poco asustado por la que se me avecina, pero ella me sostiene por una mano. Mira por encima de sus hombros con sus bonitos ojos azules brillando de incredulidad y al ver cómo las aludidas y las que no, también, se acercan impulsadas por la curiosidad, busco a mis amigos con la mirada para suplicar un poco de ayuda. Sin embargo, sé que estoy bien jodido cuando me encuentro con sus sonrisas divertidas.

—¡Oh, Dios mío! —grita mi madre—. ¡Addy, Addy, Addy!

Mi suegra se acerca, alarmada por tanto grito y sus lindos ojos negros se abren de par en par al ver el tatuaje. Un rápido vistazo a mi derecha me avisa de que el resto de los hombres vienen hacia acá.

—No me lo puedo creer —murmura—. Es la marca del desastre.

Sin poderlo evitar, me río. Hacía años que no escuchaba eso.

Debido a que cada vez que Lía y yo hacíamos alguna trastada, dejábamos como insignia personal nuestras iniciales entrelazadas, con el tiempo, nuestra familia terminó bautizándola como la “marca del desastre”.

—Te has hecho un tatuaje —dice mi madre sin podérselo creer aún.

—No es para tanto.

—Oh, sí lo es. —Interviene Luciana—. ¡Odias los tatuajes, Zack!

Inconscientemente, llevo mi mano a mi pecho y paso mis dedos por el dibujo. Nunca me han gustado los tatuajes, pero este se siente como una parte más de mi piel, como si siempre debió estar ahí.

—¿A qué se debe tanto escarceo? —pregunta mi padre al llegar a nosotros y mi querida progenitora, se abre paso entre el grupo de mujeres que se ha congregado a mi alrededor como si el dichoso tatuaje fuese algo del otro mundo y toma la mano de su esposo para arrastrarlo frente a mí.

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