Arena

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Los días se escurrían entre mis dedos como arena, arena de mar, arena del desierto, daba lo mismo.
Porque era solo arena.

No había algo que pudiera hacer, de todos modos la arena no pertenecía a mis manos, ni yo a la playa, o más bien al desierto porque aún habiendo agua me moría de sed en la orilla.

Y como arena me deshacía al golpearme las olas sin que fuera mi sed saciada por aquellas aguas salubres que además quemaban mi piel.

Y su voz anunciaba:
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados

Y brotaron en el desierto ríos de agua viva, y Él me dió de beber, sosegó mi sed y rejuveneció mi corazón.

Creo que he empezado a florecer gracias a esta agua viva, y ya no me llevan las olas pues me sostengo en la Roca Eterna.

Y cada día cresco en Él, aún a pesar de la arena.

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