29.GULF

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Él está aquí. Él vino...

No podía dejar de mirar a Mew mientras caminábamos por el bulevar. Mew se veía tan hermoso como siempre en vaqueros, botas y una chaqueta de cuero gastada sobre una camiseta ajustada. Pero su cuerpo era más grande, más fuerte. Había sentido el poder en él cuando me abrazó. Podría haber vivido en ese abrazo para siempre, envuelto en su seguridad. Pero los ojos de Mew estaban cargados de dolor y agotamiento, sus hombros encorvados como si llevara una carga pesada.

Así es. Su dolor, el de su hermana y su padre. Apostaría mi inútil vida en ello.

Pero a pesar de eso, estaba aquí porque yo había hecho trampa y egoístamente no había desaparecido. Un momento de debilidad. Ni siquiera recordaba haberle enviado mis diarios, pero cuando llegó la mañana hace dos semanas y el baúl no estaba, supe exactamente lo que había hecho. Y por qué. Esos diarios eran yo. Estaba tan lejos, que me lancé sobre él, enviándole cada palabra de mi corazón porque era demasiado cobarde para volver atrás.

Caminamos en silencio a uno de mis cafés favoritos. Como casi todos los cafés de París, este derramaba sus asientos en la acera, con mesitas para dos y pares de sillas de mimbre mirando a la calle para ver la escena. París era demasiado hermoso para no ser mirado, y la ciudad lo sabía.

Cogimos una mesa al final de la primera fila con vistas despejadas. Mew apartó su silla de la mía para mirarme a la cara en vez de sentarse a mi lado.

—No puedo hablarte sentado así.

Asentí. Uno al lado del otro, nuestros muslos tocándose, nuestras bocas a centímetros de distancia, todo lo que tendríamos que hacer es girar nuestras cabezas y su boca estaría sobre la mía...

Crucé mis piernas y encendí un cigarrillo mientras el camarero pasaba por aquí.

—Un kir, s'il vous plait —dije—. ¿Mew?

Mi corazón tropezó con su nombre, diciéndolo por primera vez en casi un año.

—Cualquier cerveza, supongo.

—Une bière pression, je n'ai pas de préférence. El camarero dejó caer dos posavasos y se fue.

—Ninguno de los dos tenemos veintiún años —dijo Mew—. ¿No les importa? —Dios bendiga a los franceses, la edad de beber es de dieciocho años. Además, ¿te sientes con diecinueve años? —pregunté—. Diecinueve a la décima potencia, tal vez. No sé tú, pero yo estoy jodidamente agotado.

—Sí, supongo. Ha sido duro. —Golpeó el posavasos en la mesita—. ¿Así que ahora vives en un hotel?

—No solo en uno. He vivido en hoteles de París, Berlín, Viena, Budapest, Londres, y ahora París otra vez.

—¿Por qué no compras una casa?

—¿Por qué haría eso? La belleza de la vida en un hotel es que viene con todos los muebles y te traen comida. —Sacudí la ceniza en el pequeño cenicero que había entre nosotros—. Sin mencionar que nunca he sido muy hogareño.

Mew no sonrió.

—Iba a preguntarte cómo has estado, pero creo que tengo una idea.

—¿Cuánto has leído?

—No mucho. No creo que los hayas enviado para que los lea.

—¿Ah que sí? —pregunté, tratando de mantener mi frente frío mientras la calidez y amabilidad innatas de Mew trabajaban para derretirlo—. Eso es interesante, dado que ni yo sé por qué los envié.

—Los enviaste porque quieres ayuda.

—Eso dices tú. —Esnifé—. Tal vez estaba probando la eficiencia del servicio postal francés.

Cuando Vuelvas A Mi (Adaptacion MewGulf)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora