En los cielos nocturnos brillando, sobre abismos lejanos y etéreos, anhelante un día acechaba una seductora, luminosa estrella; cada atardecer surgía en el cielo brillando en el Carro Ártico.Místicas bellezas se fundían en sus brillantes, dorados rayos; gososas quimeras descendían con mezclas y olores a mirra, y unos sones de liras extendían dulces y suaves melodías.
Allí, pensé, imperaba el placer, la libertad y la armonía;
a cada momento nacía un tesoro envuelto en flores de loto,
y un liquido sonido salía del
laúd de Israfel.Allí, me dije, existían
mundos de increíble felicidad,
donde la inocencia y la paz
coronaban el trono de la virtud;
hombres de luces, sus pensamientos más puros y limpios que los nuestros.------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Y entonces sentí pavor, pues la visión se tornó delirante y roja; la esperanza se enmascaró de burla, la belleza se cambió en fealdad; una algarabía de músicas chocaron, signos espectrales se entremezclaron.
Con delirantes colores ardió la estrella que antaño vislumbré tan bella; todo era triste, ya no había felicidad, y en mis ojos destelló la verdad; un pandemonium salvaje desfiló
ante mi enfebrecida visión.Ahora conocía la diabólica fábula que portaba aquel dorado esplendor, ahora evitaba la tétrica luz que antaño admiré con fervor y un miedo espantoso y mortal.
¡Ha apresado mi alma por siempre jamás!