Capítulo 1: La historia

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La mansión de los Rówin, se alzaba imponente en lo alto del bosque, como testigo de los secretos que yacían dentro de sus paredes centenarias. Sus torres góticas se elevaban hacia el cielo, desafiando las sombras del crepúsculo. El tejado de pizarra oscura parecía fundirse con la noche, mientras que las enredaderas trepaban por las ventanas y balcones retorciéndose como manos que se aferran con firmeza a la fachada.

La familia había quedado manchada con la muerte misteriosa del padre. Eran una familia misteriosa, hay quienes decían que la muerte de Nicholas Rowin, no había sido por un oso.

Era la casi noche del nueve de febrero de mil novecientos setenta y dos, y la luz débil del atardecer iluminaba todo lo que tocara con su velo anaranjado y translucido. Un chico alto, flacucho estaba apoyado contra el barandal de uno de los tantos balcones que rodeaban la mansión. Su figura esbelta hacía una sombra con la luz que provenía desde dentro.

El muchacho levantó su mirada para apreciar el paisaje y sus ojos se iluminaron con la luz de la luna que nacía desde el horizonte. Uno de ellos era blanco como su pálida piel y el otro azabache.

—Vamos James, ya debo irme a dormir– dijo una voz aniñada y femenina desde dentro–. Rita me ha regañado por estar levantada treinta minutos después de lo que acordamos.

— ¡Ahora voy! – exclamó el muchacho entrando a la habitación, y cerrando las puertas que daban hacia el balcón. La habitación estaba iluminada por la luz que irradiaba la chisporroteante chimenea­ —. ¿Dónde estás? – susurró. Revisó entre una pila de libros. Después de unos segundos, tomo uno de ellos, que estaba encuadernado con un terciopelo negro y un título dorado que rezaba "Este diario, es propiedad de James Nicholas Rówin"

Al salir de su cuarto miró en la pared un cuadro que contenía una foto de dos pequeños abrazándose, distraído, se tropezó con un baúl que contenía ropa causándole una mueca de dolor. Accedió a un pasillo largo y ancho, iluminado por pequeños candelabros que colgaban del techo y por el resplandor que entraba por los grandes ventanales. Recorrió el pasillo unos metros y se metió por una de las puertas a su derecha, entrando al cuarto de su hermana. En una cama de madera, había una niña de piel pálida al igual que él, cabello corto y medía la mitad que su hermano. Su nombre era Némesis y estaba subiendo a la cama cuando él entró.

— ¿Qué me leerás hoy James? – preguntó la niña arropándose con las sábanas.

—Sabes perfectamente que nunca te adelanto de que se trata la historia – respondió James al mismo tiempo que se acercaba una silla para sentarse.

Levantó su mano un poco mientras que miraba el pergamino que tenía en la otra, entonces con la mano alzada hizo un pequeño movimiento rotándola y una llama de fuego brillante apareció sobre su cabeza, iluminando el cuaderno.

—Todavía sigo sin entender como haces eso– dijo Némesis asombrada.

—Realmente... no lo sé – comentó el muchacho sin levantar la mirada del pergamino –. Sé que nuestra madre no lo aceptaría, bah, no aceptaría nada de lo que hago. Bueno, en fin, empiezo con la historia – se aclaró la garganta y comenzó a leer:

"Había una vez una niña llamada Valeria, quien vivía en un tranquilo pueblo junto a sus padres. Pero Valeria era diferente a los demás niños, ya que poseía poderes mágicos. Podía hacer que las flores bailaran, que las nubes tomaran formas divertidas y hasta podía comunicarse con los animales.

Sin embargo, los padres de la niña tenían miedo de que su hija fuera diferente. Ellos temían que la magia pudiera traer problemas y decidieron mantener sus poderes en secreto. Le pidieron a Valeria que no usara su magia y que se comportara como cualquier otra niña.

James Rowin y el heredero de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora