Prologo

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6 años antes...

 La noche era expectante, silenciosa. Era como si los animales del bosque supieran que ese día, la muerte estaba silbando entre los árboles, arrastrando su guadaña en busca de un alma distraída.

     El pueblo dormía, y las calles estaban desoladas, la penumbra era intensa y el manto translucido de la niebla lo cubría todo. A lo lejos, en medio de una calle empedrada, aparecieron dos luces naranjas, que parecían flotar.

Conforme las luces avanzaban, se escuchaba el sonido de latas chocando unas con las otras.

—Debemos ser cautelosos, señor — un muchacho de piel morena apareció entre la niebla junto a un hombre anciano y desvaído, a las orillas del pueblo.

—Solo debemos tenerle respeto al bosque, y no acercarnos al norte — le respondió el anciano, guardándose en el bolsillo una brújula plateada.

Los dos subieron una colina, por un sendero rocoso. El muchacho, sentía como su corazón palpitaba, quizás, debió confiar en su intuición.

—¿No querrás volverte? ¿O sí? — inquirió el hombre. 

Su acompañante joven solo suspiró hondo. Unos metros más tardes, se adentraban al bosque, un bosque sinuoso y misterioso. Tan inmenso como seis pueblos enteros.

El hombre mayor sostenía la linterna y miraba para todos lados, de hito en hito, de izquierda a derecha. El muchacho sentía que el bosque estaba mucho más tranquilo de lo normal, pero en vez de sentir alivio, comenzó a respirar mucho más rápido y sus sentidos estaban mucho más alertas.

Llevaban un buen rato caminando, pero ellos no lo notaban. Por cada pisada que daban, la penumbra del bosque los hacía poner más nerviosos. 

Los dos, sentían que habían caminado solo diez minutos, pero sin que se den cuenta, la luna ya estaba llegando al oeste, habían perdido la percepción del tiempo,

El hombre buscó en su bolsillo, y el  movimiento hizo mover las latas de comida que llevaba dentro de la mochila, haciendo que choquen entre si y rompan el silencio del bosque. Sacó la brújula, la miró, pero algo le parecía raro. Frunció el entre cejo y golpeó el artefacto.

—¿Qué sucede? — preguntó el muchacho preocupado.

—Esto... se volvió loco... — respondió nervioso el anciano.

Las agujas de la brújula, giraban de un lado para otro. Yendo del norte al sur, del sur al oeste, del oeste al este y del este al norte, continuamente.

Los dos caminaban mirando hacia a todos lados, desesperados, perdidos.

Entonces, el silbido repentino del viento que pasaba entre los árboles, los hizo detenerse. La brújula también se detuvo clavando su aguja hacia el norte.

El muchacho dio dos pasos hacia atrás, asustado, su mente estaba confundida. Tropezó con algo pesado, «El tronco de un árbol» pensó . Cayó de espaldas al suelo. El hombre ahogó un grito, llevándose las manos a la boca y al bajar la vista, se encontraron con el cuerpo de un hombre destrozado. Sus ojos estaban completamente blancos, la piel era pálida y las venas del cuello crecían hacia la cabeza, de color negro. Le habían arrancado el corazón.

—Padre... — dijo el muchacho, abriendo los ojos y señalando hacia espaldas del hombre.

Detrás de él, clavado en la tierra, había un cartel de madera negra, tallada con un texto en dorado "La mansión Rowin".

James Rowin y el heredero de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora