Paisajismos

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En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

Un profundo hedor putrefacto se olía desde lejos. Mike, Dylan y el resto ya estaban acostumbrados, siempre que escalaban el cerro la fetidez los asaltaba. La primera vez se hartaron de buscar el origen de aquello, pero ahora, luego de seis veces, ni siquiera se molestaban.

Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.

Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.

El lago se extendía a lo largo de toda la meseta, además, el mal olor desaparecía casi al instante. Una suave brisa, como de luz, soplaba mientras los muchachos instalaban, deseosos, la carpa.

El cielo se tornaba en extremo azul, dejándose coronar por un calor dorado, a la vez que los seis adolescentes jugaban con una pelota. Risas y bromas acompañaban cada punto anotado.

Cerca de las seis de la tarde, Dylan corrió hacia Mike, que estaba en el equipo contrario y con una compleja artimaña lo alzó sobre sus hombros cual costal de viandas y se lanzó al lago. En el agua, calurosas burbujas invisibles se dibujaban entre sí, disimulo de una atracción apenas lejana.

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.

El trino de las aves sólo hacía más amena la experiencia de vislumbrar un cuerpo celeste. Sus pectorales eran como estrellas en ascenso, sus brazos tan fuertes que podían abrazar el mundo y sus muslos, como tallados por el propio dios de las artes.

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Dos cuerpos carnosos: Dylan y Mike, suspiraban con añoranza en la intrincada senda del bosque. Donde la luz alcanzaba solo para ver dos sombras indivisibles, que bajo la atención de ojos acusadores... se amaban.

Mariposas en el EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora