I. Vuelo hacia Nuevos Problemas

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Capítulo 1:
Vuelo Hacia Nuevos Problemas.

Vanessa.

Saber que tu corazón estaba roto era incluso más doloroso que el hecho en sí; era volver real un dolor que creías capaz de mantener a raya. No importaba cuando tiempo pasara: tarde o temprano debías asimilar que estabas roto, agrietado o partido en dos, incluso si continuar adelante se volvía mucho más difícil.

Contemplé las nubes a través de la ventanilla del avión. Me hubiese gustado sentirme más maravillada con el paisaje, sobre todo porque nunca había viajado en uno, pero lo cierto era que me sentía vacía. Cada cosa a mi alrededor se sentía... incolora, como si no fuera real, como si sólo fuera una imagen congelada en el tiempo incluso aunque caminara sobre ella. No me gustaba esa forma de ver el mundo, no lo disfrutaba, pero tampoco sabía cómo salir de allí. Me había quedado estancada en un bucle de tristeza, vacío, miedo, vacío, odio, vacío; al principio no sabía manejarlo, me superaba, pero luego se convirtió en una rutina enfermiza.

Todas las mañanas, apenas salía el sol, mi cuerpo pedía a gritos un descanso puesto que me era imposible conciliar el sueño en la noche. Le temía a la oscuridad, estar rodeada de ella era una tortura psicológica que me desgastaba a cada segundo; era por eso mismo que no me permitía encender una luz en medio de la noche. Luego de ese día, cuando cayó el sol y yo seguía llorando, arañando mi pecho como si quisiera abrirlo, hice un pacto silencioso conmigo misma en el acordaba sufrir en la oscuridad, torturarme para buscar calma en mi mente. Solía repetirme frases hirientes como si esa fuera una forma de contraatacar la culpa, como si de esa forma le estuviera gritando: “¡hey, estoy sufriendo como castigo, ya déjame en paz!”.

El problema era que, por mucho que intentara aplacar esa vocecita molesta que me acuchillaba una y otra vez, nada servía, nada ayudaba. Era más fuerte que yo.

Por eso recurrí a algo más: la venganza.

En esos momentos me encontraba sobre un avión, con nada más que una mochila y un pasaporte falso que ardía en mi bolso arrugado por apretujarlo durante todo el viaje. En mi billetera descansaba el dinero ahorrado que tenía de los bares en los que me presentaba, la creación de canciones que luego vendía, y la mesada que mis padres solían darme desde hace años pero que apenas usaba. Si había algo que odiaba, era usar su dinero. No quería que al final me echaran en cara haber gastado de su asquerosa fortuna o que intentaran chantajearme con ello. Era hija única de un matrimonio exitoso y dueño de empresas multimillonarias; también era su única heredera, como en realidad me veían, por lo que su mayor razón para no echarme a la calle —además de su imagen— era que sólo yo podía tomar el mando cuando ellos ya no estuvieran. Existiría la opción de adoptar o tener más hijos si no fuera porque conmigo ya tenían suficiente.

Le puse pausa a la música que salía a través de mis auriculares cuando vi que una mujer azafata apareció al inicio del pasillo del avión, con un radio pegado a su boca para que voz se escuchara hasta el fondo. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, sentí un torrente de pánico acribillarme. Por un momento creí que había notado que algo no iba bien, que había alguien que no debía estar; sin embargo, siguió paseando su mirada por los demás pasajeros como si nada, y yo sentí que volvía a respirar. Mil latidos por segundo sonaban en mis oídos, e ignoré la sensación de malestar que me golpeó al ser consciente de ellos.

La azafata nos avisó que estábamos a punto de aterrizar e indicó que abrocháramos nuestros cinturones por seguridad y protocolo. Momentos después, el avión estaba tocando el suelo y ya nos deslizábamos por la pista de aterrizaje hasta detenernos. Mis nervios se hicieron mucho más grandes.

Oficialmente el plan estaba en marcha.

Con un suspiro tembloroso, desabroché mi cinturón y tomé mis cosas que, de hecho, no eran muchas, sólo una mochila llena de ropa, algunos productos de aseo, libretas —al menos cinco—, mapas, comida y mi billetera llena de dinero y, claro, mi pasaporte falso.

Raíces de un Corazón Roto [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora