Prólogo

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A: Nunca pude decirle cuanto me dolía dejarla. Nunca tuve la valentía de decirle que me estaba muriendo por dejarla partir. Pero es que después de verla con el corazón roto, lo menos que podía hacer por ella era dejar que se fuera, que buscara su propio camino y su propia felicidad. No estaba listo para escuchar que estaría dispuesta a luchar por mí. Y menos porque yo sabía lo difícil que sería para mi sanar todo lo que venía arrastrando incluso antes de conocerla. Ella no tenía la culpa de lo que yo estuviera tan roto.

La amaba tanto que tenía que dejarla ir. Y eso me estaba matando, se me rompía el corazón un poco más cada segundo que pasaba. No tenía idea de lo que pasaría conmigo, tampoco sabía que es lo que haría ella después de nuestra ruptura. Pero sí algo era seguro, es que ella estaba mejor sin mí. Tenía que sanar mis heridas y poner todo mi caos en orden. Y una vez que lograra eso, la volvería buscar y le pediría perdón por todo el dolor que le causé y por todas las cosas malas que la hice pasar.

Pero es que claro, uno puede planear cosas y pueden salir totalmente al revés. Y es que vivir en una ciudad tan pequeña como esta sólo me garantizaría tener que verla en cada rincón. Tanto literal como metafóricamente. Y es que decir que la amé por cada rincón de este maldito lugar sale sobrando. Y de verdad que me entregue a ella con todo lo que soy, y le entregué mi alma sin pestañear. Y sé que ella también lo hizo conmigo. Me dio todo de ella, me entrego su vida con un beso, y yo me limpié los labios. La dejé a la deriva, sola, con las manos llenas de ilusiones y un corazón lleno de amor que darme.

Tardé 2 años en sanar. 2 años en los cuales la pensé cada día de cada mes. No hubo un solo momento en el que no pasara por mi cabeza y es que encontré en ella un ancla. No tenía a nadie a quien pudiera aferrarme para poder salir adelante, y su recuerdo me pareció lo mejor. Aún recuerdo que, en una de mis sesiones de terapia, el terapeuta me dijo que tenía que aprender a soltar y yo le dije que dejaría ir todo lo que ya no me sirviera, pero que aferrarme a ella, era lo único bueno que me quedaba. Pero también me dijo algo que nunca se me olvidará y que no lo entendí en ese momento, pero meses después cobró sentido: "suelta a quien ya te soltó, sólo te haces más daño. Te encierras en un recuerdo que ya no debería de existir, porque si ella aún no te hubiera soltado, ¿no te habría buscado ya?". Cuando por fin lo hice, conocí a otra persona. Pero aún seguía pensando en ella. Sus ojos me atravesaban la mente como una espada, y me hacía derrumbarme en la habitación. Ojalá nunca la hubiera vuelto a ver. Porque después de todo, me revolvió la vida otra vez.

S: Nunca podré decirle que su cobardía fue lo que nos llevó a la perdición. No me dio la oportunidad de demostrarle que no me importaba que él no se sintiera lo suficiente para mí, porque lo era, joder. Era mucho más de lo que yo había soñado, y se lo dije tantas veces, pero nunca me dio la oportunidad de demostrarlo. No me dejo mostrarle lo maravillosa que sería el estar juntos sin importar lo que dijera la gente, o incluso lo que pensara él. Estaba dispuesto a ayudarle a descubrirse a sí mismo y que viera lo increíble que era ante mis ojos.

Jamás pude decirle que lo amaba. O quizá si se lo dije, pero el no quiso escucharlo. Se lo dije con la mirada, siempre que lo veía a los ojos. Se lo dije con las manos cuando le curé las heridas de las veces que se peleó y cuando acariciaba su rostro frío en la oscuridad. Se lo dije con mi boca, cuando lo besaba en cada rincón de su cuerpo mientras hacíamos el amor. Se lo dije con mi corazón, cuando mi pulso se aceleraba siempre que me abrazaba. Se lo dije de tantas formas y eso no le importó.

Pasaron días, semanas y meses y no lo busqué. Me aferré a la idea de que, si de verdad me amaba, o, aunque sea sintió un poco de cariño por mí, me buscaría, pero no lo hizo. Me resigné al año, cuando una mañana salí a correr y lo vi a lo lejos, tomando un café. Lo vi sonreír, luego lo vi suspirar, y entendí que él ya no estaba conmigo. Que probablemente ya me había olvidado y que después de tantas cosas vividas, me había dejado ir tan fácil.

Días después fui por un café a nuestro lugar favorito, y me di cuenta que ya nada tenía el mismo significado. Ni siquiera las cosas que hacía habitualmente. Y maldigo el día en el que todo se derrumbó, porque en un ataque de impulsividad y de coraje, dejé todo lo que me hacía feliz, y adquirí hábitos horribles. Renuncié a mi trabajo de años, me mudé de casa, empecé a fumar, dejé de ir al gimnasio, empecé a tener un tipo relación con uno de mis nuevos vecinos, lo cual me llevó a tener un trabajo que realmente odiaba, pero no me hacía sentir tan miserable. Dejé de cocinar, ahora sólo pido comida a domicilio. Deje de leer, deje de escribir y ahora sólo me dedico a ver series y películas de terror, crimen y asesinato.

Quizá no fue la forma correcta de afrontar las cosas, y eso lo sé porque después de ese ataque de coraje e impulsividad, me arrepentí de todo lo que hice, sin embargo, ya no podía echarme para atrás porque eso sólo significaba volver a empezar en un punto donde me sentía vacía y donde no tenía nada. Nunca sané mis heridas. No dejé que aquel sentimiento me dominará, así que lo evadí hasta que me sentí lo suficientemente anestesiada como para poder seguir con mi vida y no pensar en él. Lógicamente no lo conseguí, y ojalá nunca lo hubiera encontrado otra vez. Ojalá nunca hubiera decidido ir una última puta vez a esa maldita cafetería. Porque sí, definitivamente, me volví loca.

Como la primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora