Blanca y Gonzalo, los padres de Cristal, no hacían más que llamar a los amigos de su hija, preguntando por cualquier pista que pudiese revelar dónde se encontraba la joven de pelo claro y muy, muy largo. Una vez que hubieron llamado a casi todos, desistieron de seguir haciéndolo, pues nada habían aportado los compañeros. Tomaron la decisión de avisar a la policía y de echarse a la calle con los coches a buscar a la chica. Blanca tomó el volante de su todoterreno, y sin demora, empezó a buscar por toda la villa. Su marido, Gonzalo, tomó su otro coche, un deportivo de alta gama, con el que pateó sobre ruedas los sitios más frecuentados por su pequeña.
Mientras tanto, tras la llamada de los padres de la desaparecida, la policía empezó a interrogar a los profesores de la niña, a algunos de sus compañeros, y al conserje, cuya edad oscilaba entre los noventa años y la muerte. Todos coincidían, Cristal llevaba un tiempo algo rara, extraña. En clase se quedaba mirando a la nada, pensativa, taciturna. Con sus amigos, estaba siempre distraída, desganada. ¿Qué tendría en la mente esa adolescente de ojos color zafiro?
Habían transcurrido ya cerca de veinte horas desde la última vez que la profesora de Economía y el profesor de Geografía la habían visto, camino a casa. Nadie sabía dónde estaba la dueña de esa mente despierta. La creatividad y la imaginación eran las dos capacidades que, para Gonzalo, poseía Cristal en mayor medida. Sin embargo, Bruno había incluido también la belleza y esa forma de sonreír. Este estudiante de Ciencias Experimentales, aficionado a la escritura, era el mejor amigo de Cristal, desde bien pequeños. Era muy curioso que, un alumno que estudiaba leyes de Newton y Maxwell, tuviese como Ley Universal "sonreír siempre que estés con ella". Sin embargo, era más curioso que Bruno llevase también horas desaparecido.
Bruno era huérfano, vivía con su hermana mayor, Rebeca, la cual trabajaba de dependienta en una pequeña tienda de cosméticos en el barrio. Como nadie había llamado a la policía preguntando por él, nadie dio demasiada importancia a que no estuviese cerca.
Llegó la noche y la patrulla de búsqueda hizo un alto en el camino, seguirían en cuanto el Sol volviese a brillar. Era hora de descansar, pero en casa de los Cortázar nadie podía conciliar el suelo. Blanca y Gonzalo pasaron la noche en el sofá del salón acompañados de un flexo, un mapa de la villa e innumerables cafés.