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Para Sergio, llegar al trabajo a cubrir el turno de un compañero era una de las cosas más aburridas de su vida. No estaba en sus planes aceptar la responsabilidad siquiera salir de su pequeño apartamento y tenía todo listo para terminar su tarea pero el dinero se veía bastante tentador. Las deudas pendientes lo acosaban constantemente, amenazando con dejarlo sin hogar, sin comida y con un futuro incierto que preferiría evitar a toda costa.

A sus veintiún años, se encontraba estancado en la vida. Aunque asistía a la universidad local de con la esperanza de convertirse en mecánico y salir de su miseria algún día, parecía que sus esfuerzos no daban frutos. Vivía al día, no sabiendo que le esperaría al siguiente, no era como si no quisiera cambiar su situación, el quería estar en una mejor posición económica para poder largarse a otro lugar y continuar su carrera más se sentía atrapado.

El trabajo como cajero en una estación de servicio en medio de la nada no era lo que imaginaba que sería uno de sus trabajos cuando llegó a Europa. Anheló un empleo mejor acomodado, algo relacionado con su campo de estudio o al menos algo que no implicara pasar largas horas detrás de un mostrador en un lugar solitario. Pero por ahora, esa era su realidad, y no tenía más opción que hacer lo mejor que pudiera para salir adelante.

Incluso en los detalles más mundanos, la vida se lo cogía porque en el momento en el que debía salir, su viejo vehículo del 2002, adquirido en un lote de autos usados, había decidido que dar su último respiro, dejándolo varado sin otra opción que pedir prestada la bicicleta de su vecina. A pesar de la generosidad de la señora mayor, el se sentía mal por pedirle tan seguido su medio de transporte pero la señora lo callaba con golosinas cual niño.

Para empeorar las cosas (si todavía era posible), su trabajo estaba ubicado en un lugar un tanto remoto remoto, un desvío que los conductores tomaban por la carretera Borgo Santa Croce, y donde las distancias parecían alargarse infinitamente. La ida era tierra de nadie si te ponías a pensarlo, los caminos de fango se perdían entre los árboles del bosque y solo los lugareños conocían la ruta. Un trayecto que normalmente tomaría veinte minutos en auto se convertiría en el doble o más en bicicleta.

Con un suspiro de molestia, salió de su apartamento, lanzando insultos al pobre Honda negro que permaneció inmóvil en su lugar. Se montó en la bicicleta y comenzó a pedalear en dirección al bosque. Las calles adoquinadas del pueblo pronto desaparecieron, dejando paso a un camino de tierra polvorienta que zigzagueaba entre los árboles. Aunque este camino solía estar transitado (al menos para los estándares locales), aquel día se encontraba extrañamente desierto, sumergiendo a Sergio en un silencio inquietante.

Tal vez porque el cielo estaba nublado y parecía que iba a llover en cualquier momento.

Si llovía con él aún en la bicicleta sería jodido.

Después de no sabe cuánto tiempo, (había olvidado su móvil), llegó al cruce, afortunadamente había un par de autos transitando alrededor, haciendo que se sintiera más seguro para seguir pedaleando como loco.

El viento se intensificaba con cada pedalada mientras más se acercaba a la gasolinera, haciendo que la tierra levantada por el camino se filtrara en sus ojos y nariz. Arrugó la nariz, molesto por la sensación desagradable que le causaba el polvo y la suciedad del camino.

Para empeorar las cosas, algunos vehículos pasaban a su lado con total burla, tocando el claxon de manera irritante como si se estuvieran mofando de su él y la bicicleta. Uno de los peores era sin duda un Ferrari 458 blanco, conocido por ser propiedad de alguien adinerado que de vez en cuando se paseaba por la localidad, y no era para menos, el dueño del auto era un piloto de Formula 1, uno que se habia convertido en su acosador.

—Hola hermoso, ¿necesitas un aventón?

Siguió pedaleando sin voltear a ver al hombre que de igual manera aceleró un poco para seguir a la par de su bicicleta.
Sin temor a tomar un carril a 10 kilómetros por hora.

—Te gusta hacerte el difícil, ¿verdad?

Se mordió la lengua para no responder con un insulto al mayor.

—Vamos, sabes que no me gusta rogar.

—Pues lárgate a otro lado Petrov.
Déjame hacer mis cosas.

—¿Sabes lo mucho que me calienta que me llames por mi apellido, lindo?

Vitaly Petrov, un hombre ruso que era piloto desde hace dos años para Caterham y el cual estaba detrás de él desde hace un año. Lamentablemente lo había conocido cuando visitó su trabajo para poner gasolina y desde entonces, no sabe cómo, pero dio con su pueblo y cada cierto tiempo le visitaba.

Por más que no le hiciera caso este no parecía darse por vencido.

—Por favor, déjame en paz. Por si no te has dado cuenta voy en camino a mi trabajo; yo sí tengo cosas que hacer.

La risa altanera del ruso le hizo desear rayarle el auto con el manubrio de su bici, pero se contuvo, "no tengo para pagar los daños después."

—Mira, solo déjame llevarte a la estación y te dejo por hoy. Yo tengo que ir a Roma por unas cosas de mi escudería, pero te encontré acá y dije, ¿por qué no? —Sus penetrantes irises le sentaron extraño. —Además de que va a llover en cualquier momento, y con la mierda de vehículo que llevas llegarás tarde y mojado.

Le dio la razón al mayor, el cielo nublado y pequeñas gotas cayendo sobre su buzo eran notorias. —¿Qué haré con la bicicleta? No es mía. —Cuestionó dudoso para por fin detenerse, el coche se orilló detrás de el por consecuente.

—Déjala en el maletero. A la señora Di Resta no creo que le moleste.

—Conduces un Ferrari, no tienen espacio.

Al intentar bajarse del velocípedo, arrugó aún más su nariz al sentir el barro en sus zapatillas. Ya nada podía ser peor.

—Ponla arriba, en el techo. Cada uno la toma con su mano para que no se caiga. —Añadió intentando no reírse por la nariz arrugada del menor.

Indeciso y viendo que era su única oportunidad para no llenarse más de suciedad aceptó. Su consciente estaba a gusto con ello, pero él rechinaba los dientes. Odiaba recibir favores de los demás.

El mayor salió para ayudarle al menor que solo lo observó cual plaga. Petrov vestía bien, con una camisa blanca abotonada y pantalones grises sueltos le hacían tener un aire más juvenil, aunque técnicamente era joven, (27 años), pero no tanto a su perspectiva, que le ganaba con seis años. Era mucho.

Cargó la bicicleta y la sostuvo con mucho cuidado para que nada rayaran la pintura del vehículo de lujo de Petrov pero al otro le dio igual porque lo jalo hacía su lado para poder tener mejor agarre.

—Oye, no quiero deberte por la pintura. Vas a raspar el techo.

—Me deberías una cita, ¿te parece? —Alzó la ceja y estuvo a punto de quitar la bicicleta del techo, pero esta fue jalada en dirección contraria. —Solo bromeo lindo, no me debes nada. Sube.

Se mordió el labio y se hizo espacio, los pies al aire del latino le hicieron sonreír al conductor.

—Puedes ponerlos en el suelo. El barro se limpia por si no lo recuerdas.

—¿Y deberte más que ahora? No gracias.

—Ya te dije que no me debes nada. —Cambió la palanca de inicio del auto y tal como dijo, salieron volando hacia su trabajo. —Sostén la bici que iremos fuerte.

Tuvo que usar su mano izquierda para sostenerse en su asiento ante tal cambio de ritmo, por poco se le resbalaba su mano derecha de la bicicleta, pero logró acomodarse y sostener el velocípedo para que no saliera volando.

Vitali notó la actitud del menor y le dio ternura y para molestar más, pisó el acelerador para seguir viendo las reacciones de su acompañante quien abrió los ojos, las puntas de sus orejas y nariz se tornaron rosadas y sostuvo sus piernas al aire con más fuerza, decidido a no complacer al ruso.

—Eres un maldito terco Sergio. —Canturreó el otro.

Los conductores aledaños observaban como un Ferrari 458 de último modelo le rebasaba a alta velocidad, pero no se hubieran asombrado tanto si no vieran un brazo saliendo de cada lado, sosteniendo lo que parecía ser una bicicleta en el techo.

Cosas del sur de Italia, no lo entenderían.

Finding YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora